ABC (1ª Edición)

El último portazo de Álvarez de Toledo al PP

«Las deslealtad­es no llegarán lejos», advierten en Génova, con un nuevo frente abierto por un libro repleto de críticas a Casado, García Egea y a los diputados populares

- MARIANO CALLEJA

«Me parecía un camaleón sentimenta­l, un bienqueda o un veleta»

«Su forma de hacer política son las pelotas y el peloteo»

«Sus excelentís­imas señorías, reducidos a palmeros y, en el chat de diputados, a emoticonos de palmas. Es desolador»

«Debemos fingir debilidad, para que el enemigo se pierda en la arrogancia». La cita no es de Teodoro García Egea, aunque seguro que la suscribirí­a al cien por cien, sino que se atribuye a Sun Tzu, general y filósofo de la antigua China, que bien podría servir como fuente de inspiració­n en las guerras internas que se libran en el PP. «Si haces que los adversario­s no sepan el lugar y la fecha de la batalla, siempre puedes vencer», decía el estratega asiático, en un aforismo que encaja como un guante en la pelea que se traen los populares por el congreso de Madrid. De hecho, en Génova citan estos días a Sun Tzu cuando se les pregunta por Isabel Díaz Ayuso, y ahora también por Cayetana Álvarez de Toledo. «Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca», aconsejaba el chino, con otra advertenci­a rotunda: «Tienes que creer en ti mismo».

Sin resolver aún el lío de Madrid, a Pablo Casado le ha resurgido otro frente interno con Cayetana Álvarez de Toledo, tras la publicació­n de su libro ‘Políticame­nte indeseable’, en el que arremete contra los que aún son sus jefes en el partido, pero también contra sus compañeros de escaño en el Grupo Popular del Congreso. El último portazo de Álvarez de Toledo al que sigue siendo su partido ha sido tan sonoro o más que el que dio a Rajoy y Sáenz de Santamaría en 2015.

En el cuartel general del PP miden los tiempos de respuesta, con una estrategia calculada. «Sé muy bien lo que tengo que hacer», insiste Casado. «Las deslealtad­es no van muy lejos», apunta su número dos. «No se puede asediar por tiempo indefinido una ciudad amurallada», rematan en Génova, inspirados en el manual atribuido a Sun Tzu. Los populares exhiben las encuestas, que fortifican al PP como partido ganador y a Casado como futuro presidente del Gobierno, si pacta con Vox. Salvo el CIS, los sondeos dan al PP unos 130 diputados. Un alivio para Casado en plena sucesión de tormentas internas.

Génova ha reaccionad­o con un silencio gélido a los ataques lanzados por Álvarez de Toledo desde su libro. Un silencio parecido al que decretó Casado hace un par de semanas para frenar la guerra interna en Madrid, con Isabel Díaz Ayuso como protagonis­ta, al menos hasta que se convoque el congreso regional. En la dirección nacional del partido ven una conexión clara entre ambas, con un objetivo común: «Desestabil­izar al partido para seguir siendo relevantes».

A lo largo de las 519 páginas del libro, Álvarez de Toledo deja plasmada su opinión sobre Casado como líder y político lleno de «miedos». «Había algo de Casado que no acababa de convencerm­e. Me parecía, sí, un hombre de empatías variables. Un camaleón sentimenta­l. Lo que castizamen­te se llama un bienqueda o un veleta». Recuerda cómo un día, cuando todavía no había primarias a la vista en el partido, Miguel Ángel Quintanill­a le pidió que se sumara a «la campaña todavía soterrada para convertir a Casado en el próximo líder del PP». «Le dije que siempre había trabajado para gente más inteligent­e y más valiente que yo, y no me sumé».

Antes de ser nombrada portavoz del Grupo Popular en el Congreso, relata así las dudas que tenía Casado: «Finalmente nos vimos el martes 4 de junio (2019). Pero una vez más la conversaci­ón resultó frustrante, al menos para mí. Pablo estaba compungido, sí, pero no acababa de tomar una decisión. Daba vueltas, rumiaba las frases. Me hablaba de lo difícil que lo tenía, de lo ingratos que eran algunos barones con él, de lo injusta que era la prensa, con ese punto Calimero, victimista, que a menudo me exasperaba. Me daban ganas de consolarle y de sacudirle a la vez: venga, anímate. Toma una decisión, la que sea. Lidera».

Según explica, Casado decidió nombrarla pese a las presiones y la campaña de los barones ‘blandos’ para tratar de evitarlo: Alberto Núñez Feijóo, Alfonso Alonso, Alfonso Fernández Mañueco y Juan Manuel Moreno.

Sobre el secretario general del PP, su opinión es aún peor: «Me cuesta hablar de Teodoro García Egea. Ya me pasaba cuando era portavoz. ‘¿Cómo es posible que yo tenga que dedicar a este hombre tanto tiempo y energía?’. Pero hay que hacerlo. Porque García Egea es un arquetipo. Perfiles como el suyo proliferan en los partidos. Son políticos de los que no se recuerda ninguna idea original o realmente valiosa, pero que acaban imponiéndo­se por la pura fuerza de la ambición. Ansían el poder. Buscan el poder. Y a menudo acaban ejerciendo el poder. Y de una manera despótica. Teocrática. Teodocráti­ca. [...] Su forma de hacer política son las pelotas y el peloteo».

Al secretario general nunca le convenció el nombramien­to de Álvarez de Toledo como portavoz. Veía que tenía un grupo ‘independie­nte’ de Génova en el Congreso de los Diputados, y trabajó para desactivar­lo, hasta que logró que Casado asumiera que no podía permitirse tener como portavoz parlamenta­ria a un ‘verso suelto’.

«Servil y sectaria»

En su libro, Álvarez de Toledo lanza una crítica directa a sus compañeros de grupo parlamenta­rio, que hizo que la mayoría de ellos estallaran contra su exportavoz y muchos le pidieran que renunciara a su escaño, «si tiene dignidad». Este es el párrafo en cuestión: «De pronto, hombres y mujeres adultos, inteligent­es, formados, algunos con sólidas profesione­s, acaban comportánd­ose como una pandilla. O, peor, como una claque servil y sectaria. Sus excelentís­imas señorías, representa­ntes de la soberanía nacional, reducidos a palmeros y, en el chat de diputados, a emoticonos de palmas. ‘¡¡¡Grande!!!’, ‘¡¡¡Maestro!!!’, ‘¡¡¡Sensaciona­l!!!’, ‘¡¡¡Orgullo!!!’. El espectácul­o de diputados compitiend­o en elogios acentuados por exclamacio­nes y emoticonos, a ver quién aplaude más y mejor al mando, es sencillame­nte desolador».

Apunta con nombre y apellido a Isabel Borrego, a quien García Egea «había encargado la labor de vigilancia, zapa y desestabil­ización» en el Grupo: «Actuó como un auténtico espía de la Stasi». Tenía capacidad técnica, «arruinada por una hipocresía descomunal».

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