Después del 20-N
Vista la jeta de los que ganaron después del franquismo, es una bendición no haber tenido jamás nada que ver con ellos
VEINTE de noviembre: como cada año, turbio retorno atávico. Esta vez toca celebrarlo, nos anuncia muy seria La Moncloa, aboliendo la Ley de Amnistía del 77. Y alargando las responsabilidades penales hasta el año 1982, curiosa fecha.
Tenía 25 años cuando murió el general Franco. En la cama. Tengo ahora 71. Me he pasado el primer tercio de mi vida rememorando una jodida guerra civil que perdí once años antes de haber nacido. Me las prometía muy felices para después de que aquel tiempo sombrío hubiera pasado. Me he pasado los dos tercios siguientes de mi vida pechando con el necio espectáculo de quienes, a fuerza de fantasear la reversión del pasado, se empecinan en no tener un presente ni dejar tenerlo a nadie. Y me cuesta trabajo, a veces, decidir si es que todos a mi alrededor se han vuelto locos o si es que yo he acabado por ser aquella sombra de un sueño que evoca Apolonio de Rodas: sombra de sombra, perdida en pulcras fantasmagorías.
Franco murió en la cama. Lo repito por si alguno aún no se ha enterado. Y eso –dictador muerto en la cama– significa que todos –todos los muy pocos– que lo combatimos fuimos vencidos. Y que no hay retorno al pasado que pueda curar esa derrota: salvo en la mala ciencia-ficción, nada vuelve. El tiempo es desalmado, y san Agustín sabía que ni el omnipotente Dios Creador puede hacer que lo que fue no haya sido.
Aposté mi juventud al derrocamiento de una dictadura. Ganó la dictadura. Y luego el dictador murió de viejo. Uno debe saber cuándo ha perdido una batalla. Y cuándo lo que ha perdido es la guerra. Eso nos pasó a los contadísimos que dimos ese áspero combate hasta el final. Quede el consuelo de saber que el vencido es siempre estéticamente superior al vencedor. Vista la jeta de los que ganaron después del franquismo, es una bendición no haber tenido jamás nada que ver con ellos.
Los que nada arriesgaron lo ganaron todo: vean a don González y a los suyos. Que todo cupiese en el eje de coordenadas Corrupción/GAL era de lógica. Venían para capitalizar en cuenta propia los riesgos que otros habían corrido. No iban a coartarse por un par de delitos más o menos. Se hicieron ricos y respetables. Deprisa. Con su pan se lo coman.
Lo de verdad hilarante en la propuesta sanchista de abolir la Ley de Amnistía es la fecha que propone como límite: 1982. Exactamente. O sea, cuando el poder infinito de delinquir que posee quien controla el aparato del Estado pasó de los jóvenes azules del Movimiento a los jóvenes del Puño y la Rosa. Y empezó el GAL. Entre otras cosas. ¿«Crímenes contra la humanidad», dice usted…?
Yo tenía 25. Tengo hoy 71. Debo al franquismo una infancia y adolescencia podridas. Debo al PSOE una edad adulta nauseabunda: robo de Estado, crimen de Estado… Es lo que hay. No les pido honradez: no soy ya tan ingenuo. Me conformo con un poco de silencio.