ABC (1ª Edición)

Desgoberna­nza

El Constituci­onal le cerró a Sánchez las salidas escapistas. Las restriccio­nes de derechos no competen a las autonomías

- IGNACIO CAMACHO

EL Gobierno no se quiere dar por enterado en la práctica de que su invento de la ‘cogobernan­za’ quedó invalidado por la sentencia del Tribunal Constituci­onal sobre el segundo estado de alarma. Lo que venía a decir la doctrina de la Corte de Garantías es que las autonomías tienen competenci­a para regular horarios de comercios o bares pero no para limitar el ejercicio de libertades fundamenta­les. De modo que ante la aparición de una nueva ola de contagio, que estaba cantada ante la efervescen­cia prenavideñ­a de la calle, Sánchez está obligado a mojarse. Ya no cuela el truco de echar por delante a los dirigentes de las comunidade­s. Correspond­e al Ejecutivo establecer el criterio, el marco legal y las órdenes para la eventual imposición de confinamie­ntos, el pasaporte Covid o cualquier tipo de restricció­n de derechos. Se trata de medidas de Estado, si es que en Moncloa queda alguien capaz de recordar qué es eso.

Algunos consejeros de Sanidad llevan semanas preguntánd­ole por la obligatori­edad del certificad­o de vacunación a la ministra, sin obtener al respecto ninguna respuesta precisa. La posición gubernamen­tal sigue siendo la de ponerse de perfil y endosarle la papeleta a la Justicia, que se pronuncia en cada territorio de manera distinta porque a menudo las solicitude­s desdeñan ciertas cuestiones sustantiva­s que requieren escrupulos­a concreción jurídica. En el caso del pasaporte, además, hay margen para el debate y tanto a favor como en contra existen argumentos razonables en un país donde la inmunizaci­ón alcanza un porcentaje de población relevante. Pero gobernar consiste en asumir responsabi­lidades, ejercer el liderazgo y tomar cuando haga falta decisiones impopulare­s sin miedo a sus repercusio­nes electorale­s. No es posible gestionar una crisis de salud pública con resultados eficaces si la prioridad estratégic­a consiste en evitar el desgaste. Nadie dijo que fuera fácil pero ha llegado la hora de pronunciar­se.

Y ha de ser de modo claro. Sí o no, implantaci­ón o rechazo. Que el ministerio consulte a los expertos que considere necesarios –eso sí, bien identifica­dos– y explique las conclusion­es a los ciudadanos. Y tanto si decide exigir el salvocondu­cto sanitario como si lo descarta, ha de ser a la vez y de forma homogénea en toda España. Bajo un principio de legalidad uniforme y una pauta equilibrad­a, que es el único método posible de generar confianza. El Estado no puede fragmentar sus normas básicas ni darlas a elegir como platos de un menú a la carta, y menos cuando afectan a los elementos vertebrale­s de la democracia. La pandemia, por mucho que el presidente se empeñe en ignorarla, exige respuestas coordinada­s. La idea de regionaliz­ar el problema era una trampa política que el Constituci­onal ha puesto patas arriba. Le guste o no a Sánchez, el virus se le ha vuelto a venir encima y ya no le quedan salidas escapistas.

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