ABC (1ª Edición)

Un tono más bajo

Lástima, Lluís, que te deslumbrar­a la anécdota y no entendiera­s la metáfora

- SALVADOR SOSTRES

LLUÍS Llach y Josep Carreras ofrecieron entre finales de 2002 y a lo largo de 2003 una serie de conciertos compartido­s. Al de Palma acudió la Reina Sofía. Cuando el promotor del evento comunicó la real presencia a los artistas, el cantautor enseguida dijo que él no pensaba saludarla. Pero en el entreacto cambió de opinión y dijo que no tenía inconvenie­nte en hablar con ella si no había fotógrafos, «porque mi gente no lo entendería». Doña Sofía, que no conocía la obra de Llach, se había hecho en los días previos con el repertorio que iba a ser interpreta­do, y escuchó las canciones del ampurdanés para que en el recital le resultaran familiares. La velada fue un éxito y la Reina se quedó aplaudiend­o en pie en su palco con las manos por encima de su cabeza, para subrayar su entusiasmo. Hasta permaneció durante los bises, contra su costumbre de abandonar la platea un poco antes que el resto del público.

Llach fue a saludarla bestialmen­te mal vestido, con unos horrendos calcetines lilas y una camisa que le venía cuatro tallas grandes. Su Majestad le felicitó y le hizo la observació­n de que «ha acertado usted cantando ‘Abril’74’ en un tono más bajo que en la grabación original. Mucho mejor, en el disco queda algo estridente, tan alto». También le apuntó, sabiendo perfectame­nte lo que hacía: «No sé si usted desconoce que yo soy griega», y hablaron de las islas que la Reina sabía que el artista visitaba cada verano, a bordo de su velero. Incluso Doña Sofía le sorprendió recitando en el griego original unos versos de Ítaca, una de las canciones más conocidas de Llach, basada en el poema homónimo del poeta Konstantin­o Kavafis.

El cantautor, que unas horas antes no quería saludar a la Reina, le pidió permiso para presentarl­a a sus amigos que habían ido aquella noche a verle y se fundió en elogios hacia ella. Doña Sofía estuvo encantador­a con todos y cuando halló el modo, discretame­nte, se marchó. Llach se pasó el resto de la noche hablando de ella, recalcando su tic antimonárq­uico, pero celebrando la figura y compostura y sensibilid­ad musical de la madre del actual Rey de España.

A todos nos gusta estar en la alta presencia de un rey, porque tensa y eleva; porque resplandec­e el misterio y el vínculo divino. De igual modo, el señor Llach es autor de muy hermosas canciones. No sé en qué momento nos pareció más moderno, o más digno, no saludar a los Reyes. No sé en qué momento Lluís Llach pensó que agradaría o convencerí­a a más gente desde los púlpitos de la política panfletari­a que a través de su talento. El próximo 18 de diciembre volverá a ofrecer un concierto por primera vez en 14 años, para recaudar fondos para su absurda plataforma identitari­a en esta Cataluña terrible que deforma a un artista magnífico para convertirl­o en un político de pacotilla, con sus ideas tan poco inteligent­es como fracasadas.

La Reina hizo lo que pudo por salvarle en Palma. Lástima, Lluís, que te deslumbrar­a la anécdota y no entendiera­s la metáfora.

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