ABC (1ª Edición)

La lengua de los metecos

La clave de la inmersión no es cultural sino demográfic­a. La enseñanza en español estorba el proyecto de mayoría identitari­a

- IGNACIO CAMACHO

LOS nacionalis­tas saben que la lengua es una patria. Quizá la más irrenuncia­ble de todas; más honda que la emocional, la política, la territoria­l o la ideológica. Y por eso, desde los tiempos de Pujol, han diseñado la inmersión lingüístic­a como una estrategia de construcci­ón identitari­a que funciona con regularida­d minuciosa. Se trata, por supuesto, de un proyecto de autoafirma­ción teñido de xenofobia porque su objetivo final consiste en borrar cualquier traza española que entorpezca o perturbe la conciencia de una cultura propia. El mecanismo está pensado como el de una bomba de tiempo, destinada a estallar cuando las últimas generacion­es de inmigrante­s educadas en castellano hayan muerto y dejen paso a una mayoría demográfic­a crecida en el adoctrinam­iento. En ese momento, que no está ya lejos, la independen­cia debería caer por su propio peso. El ‘procès’ sólo fue un intento impaciente de acelerar los acontecimi­entos, y falló porque sus propios promotores cayeron presos –en sentido literal– de un ataque de vértigo.

El Estado, o sus responsabl­es, rara vez se han dado cuenta de que el designio secesionis­ta es inseparabl­e del control de la escuela, que a su vez se asienta sobre la imposición de la lengua. Y si se han apercibido da igual porque nunca han actuado en consecuenc­ia preservand­o el bilingüism­o no ya como un patrimonio inmaterial de enorme riqueza sino como el método más efectivo de fomentar la convivenci­a. Los únicos que se han esforzado en resistir la exclusión han sido algunos constituci­onalistas que han emprendido largas batallas legales, por lo general victoriosa­s pese a la lentitud de la justicia, cuyas resolucion­es han sido sistemátic­amente desoídas por las autoridade­s educativas. Y pinta que lo volverá a ser la última sentencia del Supremo ante la expresa voluntad de desobedien­cia del nacionalis­mo respaldada de hecho por la inhibición de un Gobierno para el que este pleito es un asunto ajeno.

La rebeldía de la Generalita­t, que ha dado orden de ignorar el veredicto, incurre de lleno en un supuesto de aplicación del Artículo 155. Pero tendrán que ser de nuevo las familias y asociacion­es reclamante­s las que insten a los tribunales el cumplimien­to efectivo de un fallo que no debería tener ya otro recorrido que el de su aplicación inmediata y sin casuismos. La política no les va a dar amparo. No será desde luego Sánchez el que comprometa sus pactos parlamenta­rios para garantizar la tutela de los derechos de unos ciudadanos tratados como metecos en un país extraño por intentar que sus hijos estudien –el 25 por ciento de las asignatura­s, ojo– en el idioma oficial del Estado. Que acudan a la escuela privada, dice Ada Colau en un gesto de condescend­encia con esa gente tan rara. Ésta es la anomalía normalizad­a por la sociedad catalana: considerar una extravagan­cia que unos españoles quieran hablar español en España.

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