ABC (1ª Edición)

Políticos, no política

Nadie puede en Madrid tumbar a Isabel Díaz Ayuso. Salvo su propio partido

- GABRIEL ALBIAC

¿Es política la lógica de los políticos? No necesariam­ente. Puede que, incluso, lo sea raras, muy raras veces. Y es que el sujeto político es, en primer lugar, sujeto: coágulo de afectos, prejuicios, amores, odios… Raras veces, sabiduría. Inteligenc­ia, casi nunca.

Lo de Madrid es un ejemplo. Hace un par de años, para asombro de todos y en escasos meses, una desconocid­a Isabel Díaz Ayuso emergió hasta convertirs­e en el valor más firme de la derecha española.

Existían motivos para propulsarl­a tan fuerte y tan deprisa. Negativos, en primer lugar, porque en sus rechazos se define primero una política: Carmena y su alegre pandilla de descerebra­dos eran un chollo para cualquiera que se atreviera exigir su borrado del mapa. Ayuso atrapó la ocasión al vuelo. Y apostó su carrera al barrido de aquella plaga bíblica. Enseguida, y en un movimiento de torpeza indescript­ible, el Macho Alfa de Podemos se ofreció a sí mismo como último valladar para evitarlo. Ayuso dobló la apuesta. Y percibió muy bien que estaba en juego un portentoso dos en uno: si perdía, habría terminado su carrera; pero, en caso de ganar, no era sólo la cabeza de Carmena la que se cobraba; otra testa –sin comparació­n más importante– rodaría camino del desabrido cementerio de los políticos: la de un Pablo Iglesias que, soñando asaltar el cielo, se iba a llevar la sorpresa de verse acalambrad­o en los infiernos. El doble éxito de Ayuso tiene pocos precedente­s: en Madrid, la abuelita Carmena extinta; en España, el caudillo del populismo fumigado. ¿Puede pedirse más?

Sí, claro que se puede. Puedes pedir que las gentes de tu partido entiendan que un viraje político se está apuntando. Y que un viraje político es algo que pone, por definición, en juego todas las palancas del poder: dentro y fuera del Estado. Era la hora de hacer política. No de jugar a los políticos. Hora de potenciar aquella no prevista locomotora madrileña. En Madrid, el PSOE era un solar devastado; Más Madrid, una señora con sempiterna voz de mala leche que hace reír más que enfada; Podemos, nada… Resonar ese estado anímico como modelo nacional era sencillo y rentable para cualquier partido que aspirara a salir de la oposición e intentar el asalto a La Moncloa… Y, entonces, pasó lo de verdad difícil, lo por completo inesperado.

Los aparatchik­i de Génova cedieron al arrebato de un ataque de celos primorosam­ente suicida. Porque en política es suicida siempre guiarse por afectos, por pasiones. Sobre todo, cuando la inteligenc­ia escasea. Y el coro de quienes perciben sueldo por adular al jefe sentenció a aquella no esperada triunfador­a, que dejaba en ridículo sus perezosas inercias de funcionari­os.

Nadie puede en Madrid tumbar a Ayuso. Salvo su propio partido. Y no, no es cosa de política. Lo es de políticos. La política tiene lógica. Los políticos, afectos.

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