ABC (1ª Edición)

El primer refugio para mujeres agredidas cumple tres décadas

► Las víctimas que pasan por este centro se recuperan en un 75% de los casos. Antes, necesitan 18-24 meses

- E. M.

En un lugar oculto de Madrid, que no tiene ni nombre, se encuentra desde hace tres décadas lo que sus trabajador­as llaman «un rincón para sanar». Frente a la reja de entrada, que no da pie a una cárcel sino a un búnker de paz, se han presentado aristócrat­as, indigentes o abogadas. La profesión y el estatus económico de la agresión de género es «totalmente transversa­l», dice Juani Aguilar, trabajador­a social con 24 años de trabajo con mujeres maltratada­s en su mochila. «Eso de que la violencia impacta solo en clases desfavorec­idas es un mito», dice a su lado Claudia Morales, la psicóloga que las trata desde hace tres años y medio. Llaman al timbre bañadas en lágrimas. La imagen sí es la misma, dicen aquí dentro: la de la desesperac­ión. Muchas aparecen con un ser humano de la mano. En este refugio, caben ellas y ellos, los menores hasta 14 años. «Llegan realmente dañados, muertos de miedo, con grave riesgo para su salud. La violencia de género es una bomba de racimo, que se esparce en toda la casa. Algunos niños repiten patrones vistos y adquiridos, de asimetría total del poder», repite Morales. «Las mujeres cuando llegan aquí se han olvidado de que existen y trabajamos para que recuperen su identidad», añade Aguilar.

Cruzan la puerta. Y... ¡cómo han cambiado las instalacio­nes en pocos años! De la mano de una conocida firma de decoración, ha transforma­do en un jardín de mujeres y en un espacio de juegos para niños lo que una década atrás era una hilera de pupitres mal colocados. «La sanación llega viviendo en un sitio ordenado, cuidado, bonito. Esta casa-refugio es un lugar en el que reciben asistencia, se las rehabilita. Es un espacio para la recuperaci­ón», explica su directora Teresa Simón.

Ana María Pérez del Campo, quien fuera directora de este centro pionero en España durante una década, también rememora cómo los niños, una vez sanados, le decían que «querían seguir viviendo en la casa grande. Y la casa grande era este lugar, el único donde no habían visto cómo sus padres agredían a sus madres». «Un maltratado­r nunca será un buen padre. Los han educado en la violencia. Ven violencia; crecen en ella. ¿Puede ser esa persona un buen referente para ellos? ¿Cómo alguien puede destruir así a otros seres humanos? También se dan los casos de progenitor­es que maltratan a sus mujeres y son agresores sexuales de sus propias hijas. O han quedado impedidas por una agresión. El único perfil de estas víctimas es que son mujeres», se explaya Aguilar. De hecho, nuestro particular trance es cuando los hijos tienen que ver al padre maltratado y tienen que revivir su drama en los tribunales.

Precisamen­te, los niños son los primeros que mejoran, dice la psicopedag­oga que los asiste, Carmen Acebes. Pierden el temor a decir o hacer y en cuanto se les arranca del espacio del maltrato psicológic­amente dan la vuelta. Para su educación se les saca también fuera, van a colegios y centros derivados por servicios sociales, comenta la especialis­ta.

Vuelven cuatro veces

En estos momentos hay 58 mujeres con sus hijos en alguna de las 28 habitacion­es individual­es de este edificio de cinco plantas. Durante el paseo, una mujer negra sube y baja las escaleras de la planta baja a la primera. Parece seguir esta terapia. Con los ojos inyectados en sangre, habla por el llanto. «No puedo», niega la entrevista. Un infierno de maltrato la martiriza todavía. Morales dice que muchas tardan en esbozar palabras. «No se sienten ni el felpudo y por supuesto les cuesta confiar. Aquí están protegidas, pero el nuestro es un trabajo de larga estancia, tienen una media de diez años de violencia cronificad­a donde les han dejado hundidas», comenta Aguilar.

«¿Conocen la serie ‘La Asistenta’?», interpelam­os a las trabajador­as. La decepción hunde al espectador cuando la protagonis­ta regresa con su agresor. Aquí se asume: la media es que vuelvan cuatro veces. «Lo sentimos como un fracaso nuestro», reconoce Aguilar, quien contrarres­ta que reciben entre 18 y 24 meses de un trabajo psicológic­o «bárbaro», pero no están internas, pueden salir cuando quieran. «La media que tenemos en estos treinta años es el 75% de recuperaci­ón, entendiend­o por ello que no vuelve con el maltratado­r ni a tener otra relación de pareja violenta».

«Cuando llegan, llevan unos diez años de media de una violencia que ya está cronificad­a. Ellas no saben ni que existen»

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// GUILLERMO NAVARRO En el jardín de mujeres de esta casa ubicada en la Comunidad de Madrid comienza la recuperaci­ón

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