«Convertí la resistencia en literatura, como hicieron tantos exiliados españoles»
La poeta uruguaya dedicó su discurso a unir el ‘Quijote’ con su propia biografía
Nací en Montevideo, Uruguay, en el año 1941, es decir, cuando desgraciadamente Europa estaba en plena Guerra Mundial. El mundo parecía un lugar muy peligroso fuera de casa. Pero la biblioteca de mi tío, funcionario público, culto, gran lector y ferozmente misógino, me permitió conocer que siempre había sido así, desde los orígenes, desde los tiempos bíblicos o de los griegos y troyanos. Los motivos de las guerras parecían siempre los mismos: el ansia de poder y la ambición económica. Algo típicamente masculino.
Tres libros leídos muy tempranamente me conmocionaron: ‘El diario de Ana Frank’, ‘La madre’, de Máximo Gorki, y ‘Don Quijote de la Mancha’; este último, diccionario en mano. Fue el más difícil de leer y el que me provocó sentimientos más contradictorios. No había leído nunca un libro donde el autor declarara que su protagonista estaba loco, pero a la vez, me emocionaba que su propósito fuera ‘desfazer’ entuertos y establecer la justicia, cosa que me parecía harto razonable dado el estado del mundo, y de mi propio barrio, donde muchas vecinas venían a contarle a mi abuela, una viuda que había criado a siete hermanos huérfanos y a tres hijos también huérfanos, que sus maridos borrachos las golpeaban, o se jugaban el escaso dinero a los caballos, o se iban de putas y maltrataban a sus hijos. Cómo deseaba yo que apareciera entonces Don Quijote, con su flaco Rocinante, a salvarlas de los golpes y el maltrato. Por otro lado, mi abuela me hacía recordar al Ama, porque pensaba que leer mucho llevaba a perder el seso y a cometer locuras, aunque yo no creía que los esposos de esas mujeres maltratadas leyeran mucho y esa fuera la causa de su violencia.
En los capítulos XII, XIII y XIV del libro me encontré con el relato y el discurso de Marcela. Marcela es codiciada y asediada por los hombres por su belleza y por su riqueza. La acusan de ser la culpable del suicidio de Grisóstomo, al que se negó, y en un sorprendente discurso rechaza a los hombres, al matrimonio y a las relaciones de poder entre los sexos: reclama su libertad, y para eso se aísla de la sociedad y se refugia en el campo, como una pastora más. «Yo nací libre y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos», dice. Como Helena, en la ‘Ilíada’, maldice el día en que nació, o como en Eurípides, Helena se rebela contra la sociedad que considera la belleza como único atributo de la mujer.
Mi tío que era buen lector cervantino no me habló nunca de este pasaje, del mismo modo que me advirtió de que las mujeres no escribían, y que cuando escribían, se suicidaban, como Safo, Virginia Woolf, Alfonsina Storni, y otras.
Yo también tuve claro, como Marcela, que en una sociedad patriarcal ser mujer e independiente era raro y sospechoso. Cuando el jurado (al que agradezco el honor de este premio) enumera los motivos por los cuales me lo ha concedido, habla de una firme y completa vocación literaria, pero también reconoce una lucha por los valores humanos tantas veces vulnerados por el poder político o cívico militar. Tuve que exiliarme de la dictadura uruguaya porque, como Casandra, había advertido y denunciado su llegada, y como castigo, mis libros, y hasta la mención de mi nombre fueron prohibidos; salvé la vida milagrosamente y vine a parar a España, donde otra feroz dictadura oprimía la libertad. Convertí la resistencia en literatura, como hicieron tantos exiliados españoles, y en lugar de renunciar a la sociedad, como Marcela, desde mis libros, desde mi vida he intentado como doña Quijota ‘desfazer’ entuertos y luchar por la libertad y la justicia, aunque no de manera panfletaria o realista, sino alegórica e imaginativa. No necesitamos duplicar la realidad, sino ironizar o interpretarla, como hiciera Jonathan Swift, por ejemplo. La literatura es compromiso, ya lo dijo Jean-Paul Sartre, y compromiso es todo, desde un artículo contra Putin o un homenaje a las mujeres violadas y martizadas en Juárez, hasta los relatos de Cortázar. ¿No es compromiso satirizar, por ejemplo, los excesos de la técnica, el morbo de los platós de televisión o los ritos festivos de los fanáticos del fútbol? Tan compromiso como escribir un poema lírico que exalta el deseo entre dos mujeres o entre un hombre y una mujer. La imaginación también es compromiso.