Compro oro
El contraste entre las amplias salas de juego y la angostura del trapicheo de metales preciosos espeluznaba
LOS casinos de Atlantic City miraban hacia el mar desde su acartonado esplendor de brilli-brilli. Caminamos sobre la madera del paseo marítimo por donde se deslizó un señorial Burt Lancaster en aquella película de Louis Malle. «Oye tú, por aquí estuvo Burt Lancaster…», mascullábamos componiendo un poco aire de Paco Martínez Soria en ‘La ciudad no es para mí’. Luego recorrimos esos casinos de laberínticas entrañas entrelazadas unas con otras para atrapar a los jugadores horas y horas y esquilmar a conciencia sus bolsillos. Deambulaban hipnotizadas manadas de jubilatas obesos buscando el golpe mágico de la fortuna mientras sorbían brebajes azucarados servidos en orinales de diseño. Nos fotografiamos frente al estrepitoso Trump Plaza cuando Trump todavía no era Donald Trump. La falla más recargada de la historia o la comitiva carnavalera más barroca de todos los tiempos homenajeaba el minimalismo al lado de esa vocinglera fachada trumpiana.
La trasera de esas moles donde brotaba el rumor mecánico de la calderilla junto a la melodía desalmada de las tragaperras daba a un callejón sórdido. El tormento y el éxtasis separados por dos metros, pues en aquella acera se plantificaban decenas de locales, parapetados tras gruesos cristales blindados, donde compraban oro, pelucos, joyas. La pulsión del ludópata esclavizada bajo las garras de los buitres que regentaban esos grasientos chiringuitos parecidos a la sala de espera de un infierno demasiado cutre y rancio. El contraste entre las amplias salas de juego y la angostura cruel del trapicheo de metales preciosos espeluznaba. Cuando de nuevo irrumpen en los barrios esa clase de negocios que son la tirita de la economía doméstica descascarillada, el jarabe que permite aliviar la tos del fin de mes, la cosa va mal. Más allá de la inflación, la reduflación y los datos económicos que son el corazón del lobo, cuando veo lo de ‘compro oro’ sé que soplan vientos feroces. Y encima sin casino cercano para olvidar el mal paso con un buen trago.