La razón abortada
Lo más grave es haber dejado una ley de tanta envergadura en manos de una ultra indocumentada
CUANDO Bibiana Aído, aquella vaporosa ministra del zapaterismo que se arregló la vida con su breve paso por La Moncloa, defendió por primera vez el aborto de las menores sin consentimiento usó un argumento inopinado: «Una joven puede ponerse tetas sin que sus padres lo sepan». Desde entonces nos han vendido como grandes avances sociales asuntos como la operación de cambio de sexo de niños de 12 años sin dictamen de un especialista ni aprobación de sus padres, entre otras piruetas. Para esta izquierda hueca, pegatinera y estabulada en los arquetipos del pensamiento supercalifragilístico, el desarrollo consiste en conceder derechos de manera irracional. Pero un derecho es el mayor bien que merecemos y, por tanto, debemos cuidarlo como se cuida un sagrario. Otorgarlo con ligereza no es un avance, es un retroceso irreversible.
Es duro de roer el panorama que nos plantea Irene Montero con el aborto porque esta dignísima heredera de Aído no está capacitada intelectualmente para decidir algo que resulta angustiante hasta para los especialistas en bioética. Todos tenemos una convicción personal sobre cualquier tema delicado, pero los grandes debates sociales no se pueden despachar con pretextos tan ligeros como los de la ministra feminista que llegó al poder por el dedazo machista de su marido y tiene de niñeras en su chalé a compañeras de partido. La banalidad de Montero es aún más grave que la propia cuestión de fondo y ahora lo más urgente es protegernos de su frivolidad. El primer sobresalto llega por comparación: una niña de 16 años no puede conducir, comprar alcohol o votar a quienes, en cambio, han decidido que sí puede abortar o cambiarse de sexo sin que sus padres lo sepan. Pero el segundo susto es aún peor: el sanchismo ha dejado una ley de envergadura moral en manos de una ultra indocumentada que ha abortado cualquier intento por escuchar al que discrepa y que cree que el feminismo se defiende con las tetas mucho mejor que con el cerebro.