ABC (1ª Edición)

Democracia limitada

Almeida y Villacís se presentan como alcalde y vicealcald­esa de Madrid cuya función pública consiste en fijar los límites de la democracia

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

ALMEIDA y Villacís tienen Madrid sin barrer porque no son barrendero­s, sino abogados, aunque ellos van de juristas. Abogado es el que sabe de leyes; jurista, el que conoce su fundamento. «¿Por qué aquí el noventa por ciento de los diputados son abogados?», preguntaba en el 78 un inteligent­e mosén del Ensanche barcelonés, Xirinacs.

—Diputados –decía el mosén– tienen que ser una lechera, un ama de casa, un papá, un ingeniero... y de todo. Para dar forma jurídica a las leyes ya están los letrados, a los que pagamos para eso.

Y los medios decretaron la fatua de ‘loco’ contra el mosén, como se hacía con todos los lógicos de la época.

Almeida y Villacís se presentan como alcalde y vicealcald­esa cuya función pública consiste en fijar los límites de la democracia de Fukuyama.

‘Vicealcald­esa’, en Madrid, es una concesión a la frivolidad, pues el título correcto, tratándose de un Ayuntamien­to cuyo patriciado funcionari­al viene de Felipe II, como sabe cualquiera que haya tramitado un papel con esa gente, es primer teniente de alcalde. Antes, en los pueblos, ‘vicealcald­esa’ (casi alcaldesa, como el casi gol del «vicegol» que inventó en estas páginas Fernández Flórez) era ‘la otra’ del alcalde, dado que ‘alcaldesa’ se le decía a su ‘santa’. Si en Madrid no incurrimos en chascarril­lo de comedia italiana llamando vicealcald­esa a Villacís es gracias al celibato de Almeida, que permanece soltero al estilo de San Gregorio, que se llamaba Hildebrand­o y sin cuya figura no se entiende la naturaleza de Europa, como no se entendería la naturaleza de la democracia (de Fukuyama) sin las figuras de Almeida y Villacís.

—La frontera de la democracia es Ucrania –dice Villacís, que pide mantas para la guerra, el mismo día que Almeida entrega al emir de Catar la Llave de Oro de la Ciudad que le retiró a Putin, que, lo mismo que Franco, no separa los poderes como Gadafi o Hu Jintao.

Sólo sé de un príncipe que rechazara una Llave de Oro: Rafael de Paula, en Ronda. La mordió, y no era oro.

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