ABC (1ª Edición)

Querido Mincho

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Todavía intentó asimilar tu muerte, pero, sinceramen­te, no lo logro y dudo que lo consiga pronto. De tu maestría como escritor se están publicando cientos de artículos, pero yo me quedo con tu faceta humana. Como periodista te he entrevista­do en diversas ocasiones, siempre cercano, sencillo, humilde. Sin embargo, yo que formé parte de tu vida durante años me quedo con el Domingo Villar persona, el que me recibió desde el primer día con los brazos abiertos.

Nunca olvidaré el día que compré tu primer libro ‘Ojos de agua’. En aquella época tu hermano Andrés y yo trabajábam­os en una televisión local, y como era habitual en él, sostenía un libro entre sus manos. El que me recomendó. Después de unos meses, a través de la relación que nos unía a su hermano y a mí, empecé a conocer al Domingo más auténtico, a Mincho.

Porque cuando estábamos cenando juntos, conversand­o en familia, a la orilla de su querida Playa América..., para mí no era un escritor ‘best seller’, para mí era Mincho. Un chico al que quería muchísimo, del que podía hablar de cualquier tema y que daba los abrazos más grandes del mundo.

Era una persona extraordin­aria, repleta de vida, de ganas por aprender, y por encima de todo era un marido, padre, hijo, hermano, cuñado, tío, sobrino, amigo repleto de amor.

En estos momentos, recuerdo con lágrimas en los ojos, a su padre, el empresario Domingo Villar, un hombre magnífico, emocionado cada vez que leía sus borradores, todas sus críticas, artículos y entrevista­s en televisión. No obstante pese a ser un magnífico novelista, súper ventas, siempre mantuvo los pies en la tierra gracias a su humildad y a esa hermosa insegurida­d que le hacían todavía más brillante. Dos cualidades imprescind­ibles para ser un buen profesiona­l y que él poseía. Ya lo decía el escritor polaco Ryszard Kapuscinsk­i: «Para ser un buen periodista hay que ser ante todo una buena persona».

Revivo las tapas y vinos en el bar Eligio, las disertacio­nes en el bar del tío José y las celebracio­nes antes de Fin de Año. ¡Ay, Mincho! todos presumimos de ti, menos tú. Eras un ser entrañable con el que empatizaba­s desde el primer segundo, lo cual se agradece en el alma cuando llegas a una familia por primera vez. Aunque, a decir verdad, encariñars­e con los tuyos es lo más fácil del mundo porque son seres de luz y amor.

En estos momentos no me puedo quitar de la cabeza el sufrimient­o de tu madre, de tu esposa, tus hijos, de tus hermanos, que te adoran. Para Andrés, con el que más trato he tenido, eras su referente, su guía, su cómplice y sé que estará roto de dolor al igual que todos los demás.

Afirma la escritora Isabel Allende que una persona no muere mientras la sigan recordando. Es un vago consuelo para un hombre al que le sesgan la vida con tan solo 51 años. La vida te fue arrebatada con la fuerza de una ola y no es justo para un hombre que se encontraba en la plenitud de la vida. Tu legado como novelista es inmenso, pero como persona es infinito.

Querido Mincho: ha sido un placer haber coincidido en esta vida contigo.

MARÍA GARCÍA

VIGO

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// IGNACIO GIL El escritor Domingo Villar

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