Igualdad sexual
Si no hoy, espero que la igualdad sexual se logre algún día, aunque sospecho que arreglar del todo no se arreglará nunca
LA que iba a ser la Ley Magna de Sexos, igualando a ambos horizontalmente promovida por la izquierda para acabar con el machismo de una vez y para siempre, se ha quedado en los huesos. «Que sólo el sí es sí», de las mujeres, ya que el de los hombres se supone siempre, lo que me parece un tanto exagerado. Incluso ha estado a punto de descarrilar, al no ponerse de acuerdo el PSOE, que pedía prohibir la prostitución, y Unidas Podemos, que temía el rechazo no ya de la derecha, sino también de parte de la izquierda.
Cuando oí llamar a la prostitución, allá en los albores de mi adolescencia, «el más antiguo de los oficios» me sorprendió, ya que el de pastor, agricultor y tantos otros me parecían más necesarios, y aún tengo mis dudas, pero que se haya mantenido me hace pensar que algo de verdad contiene. Aparte de que trata de un terreno muy complejo y tenebroso donde es fácil equivocarse, aunque me resisto a considerar a las prostitutas «trabajadoras del sexo» como si se tratase de la construcción o la pesca, imaginando que hay muy distintas formas de llegar a él y practicarlo. Precisamente para esta ‘postal’ he consultado el diccionario de refranes de Martínez Kleiser, encontrándome con verdaderas joyas, aunque en el apartado ‘Ramera’, que empieza «no hay espada sin vuelta ni puta sin alcahueta». Con lo que apunta el principal problema de este oficio: la alcahuetería está hoy en los ‘clubes de alterne’ controlados no por el clásico chulo, sino por auténticas mafias con ramificaciones internacionales que hacen difícil perseguirlas y eliminarlas, convirtiendo a la prostituta en mercancía humana que depende en todo de ellas. Tampoco la multa o incluso la condena judicial del cliente acabará con la lacra, al haberse extendido a parques y gasolineras.
Que el Partido Socialista o, exactamente, su actual gobierno, lleno de mujeres, intente remediar un asunto tan viejo y complejo con una prohibición, cuando ni siquiera ha logrado eliminar el alcohol al volante, es otra prueba de su inmadurez ya demostrada en asuntos como la pandemia o los nacionalismos. La prostitución es la muestra de que hombres y mujeres aún no hemos conseguido compaginar nuestros instintos eróticos, puede que porque la naturaleza nos ha hecho distintos. Y la culpa principal es nuestra, de los hombres, que nos dejamos guiar por tal instinto, sin tener en cuenta que ellas son las encargadas de mantener la especie. Que en español no digamos «te amo», sino «te quiero», advierte ya de un instintivo asalto. Algo que tampoco va a arreglarse convirtiendo las mujeres en hombres, como busca el feminismo radical.
Si no hoy, espero que la igualdad sexual se logre algún día, aunque sospecho que arreglar del todo no se arreglará nunca. Nada hay perfecto en este mundo.