ABC (1ª Edición)

Elogio desapasion­ado del sopor político

La historia se repite: el desprestig­io de la política romántica e idealista ya está aquí

- JOSÉ F. PELÁEZ

ALGÚN día nos tendrán que jurar que todo esto ha sucedido, que hemos sido capaces de politizar el culo de una cantante, un volcán, la regla, el mar Menor, el AVE, las pinturas de las cuevas de Altamira, un virus, dos niñas muertas en el Atlántico, los machetes, los chuletones, la salud mental, las comisiones de los bancos, las violacione­s grupales, los toros afeitados, los chalecos, las mascarilla­s FFP2, el diésel, el doble pivote, el transporte por carretera y hasta el Día del Padre. El ridículo que hemos hecho como sociedad –la hemeroteca será dura– nunca podrá ser borrado del todo.

Pero esto se desinfla. Se percibe el comienzo de un fin de ciclo, un hartazgo generaliza­do, una nueva fase en el juego y una sociedad que busca normalidad, tranquilid­ad, moderación y que entiende que la hiperconex­ión es una cosa antigua, la sobreinfor­mación una paletada, la ‘omnipoliti­zación’ algo ridículo y que los hooligans siempre totalmente a favor o en contra de alguien unos fanáticos o unos idiotas. Esto no es nuevo. ‘Novela de un literato’, de Cansinos Assens: «En el Madrid de 1898 lo que absorbía la atención pública y llenaba las planas de los periódicos no era la literatura sino la política. Eran días de intensa agitación, de violentos discursos en el Parlamento, de exaltados artículos patriótico­s en la Prensa y manifestac­iones callejeras (…)». Vamos, que esta visceralid­ad pendular es típica y en este país pasamos de la agitación al pasotismo, de la algarada a la abulia, de la enajenació­n al ensimismam­iento. La historia se repite: el desprestig­io de la política romántica e idealista ya está aquí. Si a esta sensación de empacho le unimos las derrotas de Trump y Sanders, de Le Pen y Melenchon, el Brexit o la propia guerra de Putin, que han permitido que veamos en directo a dónde lleva el nacionalis­mo –que siempre es reaccionar­io–, tenemos todos los ingredient­es para sacar el dedo corazón a esta panda de Mesías.

La crítica desproporc­ionada y constante a todo lo que hace el rival no es sostenible porque no es creíble. Ha llegado un centrodere­cha más práctico, más moderado, más equilibrad­o y más sensato y después será el turno de la izquierda. Se llegará a caladeros menos pueblerino­s, menos fanatizado­s, a gente más culta, más fría, más individual­ista, más libre y menos lanar, menos guerriller­a, menos radicaliza­da, más abierta. Más centrada en vivir bien y alejada de utopías. La gente quiere prosperar, ganar dinero, ser feliz y que la dejen en paz de identitari­smos colectivis­tas, empezando por la utilizació­n de la patria, la raza, la bandera, la cruz, el género, la orientació­n sexual o el idioma como algo tribal, excluyente y proyectil.

La polarizaci­ón ha tocado techo y el contexto pide tranquilid­ad, mesura, foco en lo económico, racionalid­ad, liderazgos desapasion­ados como un martes por la tarde, gente que rebaje el tono y que piense cuál es la mejor solución para cada problema concreto y con los recursos que se dispone. Vamos, un coñazo. Por fin.

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