ABC (1ª Edición)

Socios disociados

La pregunta ya no es sobre qué se pelean PSOE y Podemos sino sobre qué no lo hacen

- ANA I. SÁNCHEZ

QUEDA prácticame­nte un mes para que España acoja la Cumbre de la OTAN y uno de los ministros del Gobierno, Alberto Garzón, mantiene publicado el tweet en el que tildó a la Alianza Atlántica de «organizaci­ón terrorista legal». El ataque del titular de Consumo a la OTAN data del año 2013 –cuando el comunista aún no estaba en el Gobierno–, pero el que a estas alturas no lo haya borrado muestra una importante diferencia de base entre el PSOE y su socio: el primero no ve problema en renunciar a ciertas ideas bandera, pero el segundo hace gala de no hacerlo.

Así por ejemplo, por no cambiar de materia, Pedro Sánchez consideró en 2014 que el Ministerio de Defensa sobraba –literal–, pero ocho años después ha prometido elevar su presupuest­o más de un 40 por ciento. ¿Tiene problemas para dormir? Ya sabemos que no. Una vez en el Gobierno, el líder socialista desplegó una sorprenden­te capacidad para dejar atrás su relato de alma indómita y crear ese alter ego nuevo con el que pretende ejercer de gran estadista en los foros internacio­nales.

Unidas Podemos, aunque quisiera, no puede. Bastante tiene con disimular su propia transforma­ción en un partido al que le importa más el reparto de cargos y subvencion­es, como acabamos de ver en Andalucía, que el ser útil a «la gente». También con camuflar el inesperado deleite que encontraro­n sus líderes al pisar la moqueta del Congreso, mandar aquí y allá, y estar rodeados de asesores. Si los morados renuncian a las cuatro ideas bandera que les quedan, pueden ir preparando su disolución.

Esta diferencia es una fuente inagotable de conflictos con el PSOE, que creyó que domesticar­ía a los morados dejándoles tocar poder. Pero los muchos cargos y las pocas competenci­as que Pedro Sánchez les dio, solo han servido para que Podemos se aferre a la batalla de las ideas en busca de marcar un perfil distinto al de su socio.

La pregunta ya no es sobre qué pelean los dos aliados sino sobre qué no lo hacen. Esta misma semana les hemos visto volver a reventar por el giro unilateral de Sánchez en el Sahara, el regreso de Don Juan Carlos, y han estado a punto de partirse en dos por la prostituci­ón o la nueva ley Audiovisua­l. La semana anterior chocaron por la reforma del aborto, la previa por el caso Pegasus y si seguimos mirando hacia atrás encontrare­mos brechas por las medidas contra la inflación, el envío de armas a Ucrania, la reforma fiscal, la Cumbre de la OTAN... Su media debe de estar en torno a dos buenas broncas por semana.

Dice la RAE que coalición es la «unión transitori­a de personas, grupos políticos o países con un interés determinad­o». Según avanza la legislatur­a, queda más que acreditado que el interés que unió a estos dos socios fue el poder y no el programa que pactaron. La incógnita es si el poder es un pegamento tan fuerte como para mantener cuatro años juntos a dos socios disociados.

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