La escultura se reivindica en el Prado: no es solo una pinacoteca
➤ Reabre, tras décadas cerrada al público, la galería jónica norte del museo, con medio centenar de piezas
Aunque la mayoría de los visitantes del Prado lo asocian a una pinacoteca, gracias a sus espléndidos fondos de pintura, lo cierto es que casi desde su inauguración la escultura ha tenido un papel importante, aunque no siempre justamente reconocido. Hoy atesora más de mil esculturas en sus colecciones, de las cuales se exhibían hasta ahora unas 250. Fundado como Real Museo de Pinturas en 1819, el edificio creado por Juan de Villanueva pasó a denominarse Real Museo de Pintura y Escultura en 1838. Se había encargado al primer escultor de Cámara, José Álvarez Cubero, que seleccionase piezas de los Palacios Reales para incorporarlas al museo.
Hasta 1862 no se publicó el catálogo de escultura clásica del Prado, que corrió a cargo de un arqueólogo alemán, Emil Hübner. Y entre 1878 y 1881, el arquitecto Alejandro Sureda acondicionó las dos galerías gemelas (norte y sur) del edificio para exhibir escultura. Se denominan galerías jónicas por las columnas que lucen en la fachada oeste del edificio. Fueron galerías de escultura (abiertas a la calle) hasta 1919.
Una de ellas, la sur, acoge tienda y cafetería. En cuanto a la norte, quienes trabajan en el Prado recuerdan que al menos en las últimas tres décadas ha estado cerrada al público. Hoy, el Prado se asoma de nuevo a su Paseo. Incomprensiblemente, y pese a ser uno de los espacios nobles del museo –adyacente a la galería central de la primera planta, a la que se accede a través de tres puertas–, se ha utilizado como taller de restauración, almacén, oficinas e incluso conserjería.
El Prado recupera este espléndido y luminoso espacio histórico del edificio de Villanueva para exposición permanente, y lo hace sacando de sus almacenes 56 obras, que han pasado por el taller de restauración para su puesta a punto: 52 esculturas y cuatro piezas de artes decorativas. La galería jónica norte se suma a las otras estancias que el museo ya dedicaba a la escultura: la ‘Rotonda de Ariadna’ y tres espacios de escultura clásica, además de la Sala de las Musas y el Claustro de los Jerónimos con las obras de los Leoni. Entre las esculturas del Prado, algunas de las que trajo Velázquez de su segundo viaje a Italia: ‘Hermafrodito’, ‘La Venus de la concha’, ‘El Espinario’ o siete leones de bronce.
De las 56 piezas expuestas en la galería, un 90% apenas se ha visto. Proceden de cuatro grandes colecciones históricas: las de Cristina de Suecia, el marqués del Carpio, Diego Hurtado de Mendoza y José Nicolás de Azara. Recorren más de veinte siglos: desde el Antiguo Egipto hasta finales del Barroco. Las piezas escultóricas más antiguas son dos cabezas egipcias: una, en basalto, hacia el 530 a.C, y otra, en granito: 330 a.C.-30 a.C. La más moderna, una ‘Medusa’ neoclásica, de anónimo italiano, en mármol blanco (hacia 1770-1800). Las artes decorativas están representadas con tres vasos de pórfido (anónimo italiano, hacia 1650) y una taracea realizada en piedras duras, ‘La gruta de Posillipo en Nápoles’.
El retrato es el gran protagonista en la nueva sala de esculturas. Los hay de filósofos y escritores como Homero, Jenofonte, Sófocles, Cicerón... También de emperadores romanos. Julio César y Hermes (podría ser Antinoo, el amante de Adriano) se suman a retratos de emperatrices, damas romanas, musas... Hay dos animales representados: un toro y un jabalí. En lo alto de las paredes, se conservan las cartelas de yeso del XIX con nombres de grandes escultores de la Historia: Praxíteles, Donatello, Pisano, Ghiberti...
«Absolutamente necesaria»
En los últimos años se ha llevado a cabo un proyecto de acondicionamiento arquitectónico de este hermoso espacio, de 45 metros de largo por 3,5 metros de ancho (carpintería metálica, estores, climatología), que ha contado con el apoyo de American Friends of the Prado Museum. La museografía ha corrido a cargo de Jesús Moreno. Debido a la luz natural que entra en la galería se han escogido esculturas con materiales como bronce, mármol, basalto, pórfido, piedras duras...
Miguel Falomir, director del Prado, considera «absolutamente necesaria» esta reivindicación de la escultura en el museo: «No sé por qué las de escultura no se hallan entre las salas más populares del museo. Durante mucho tiempo fue Real Museo de Pintura y Escultura, pero en las últimas décadas la escultura había perdido su presencia (a algunos directores les gustaba más y a otros menos) y había que volver a otorgarle la importancia que debiera haber tenido». Falomir adelanta que, entre las exposiciones de 2023, habrá una sobre la colección española de la Frick Collection de Nueva York, cuya sede se halla en plena remodelación.
Leticia Azcue y Manuel Arias, responsables del Departamento de Escultura y Artes Decorativas del museo, subrayan que pintura y escultura conviven en completa armonía en el Prado. Se ha querido recuperar en este nuevo espacio el concepto de galería de los palacios renacentistas, con luz natural, donde se paseaba... Como ejemplo, el corredor de los Uffizi. El objetivo, «una nueva mirada a la escultura, ponerla en su lugar, porque es una colección que merece la pena». Objetivo cumplido.