ABC (1ª Edición)

De Cóndor a Cóndor entre carros de fuego

- ROSARIO PÉREZ

Ni el enjambre de abejas de mi vecino zumbaba tanto como los tendidos: qué bullicio. «Miel Labrador, dulzor y sabor», repetía el simpático de don Damián, como le llamaban sus compañeros de fila. Imitando al famoso premio de la Alcarria, daba su peso en miel al torero que cortara un rabo. «Pues no pide usted ‘na’», espetaron en las cercanías. Todo se andará, aunque ayer no hubiera ni media vuelta al ruedo. Los que dieron más paseos que kilómetros mandan los médicos del colesterol fueron unos chavales con camisas de lunares: de su localidad al bar, del bar al tendido, del tendido al baño... ¡Qué desfile! Ni en las colmenas de don Damián había tanto revuelo. Incluso en el minuto de silencio por el legendario Litri, que se guardó en dos tiempos. Los espectador­es de las copas a dos manos, esos que solo pisan el Metro Ventas el día de clavel, parecían no conocer el respeto a la liturgia. «Qué sinvergüen­zas», refunfuñó un abonado.

Todo era un alboroto insoportab­le hasta que apareció el sexto: nadie se movió de la butaca. Y eso que en el saludo los «oles» se combinaron con los «miaus». Pero en Roca Rey, a cuyo reclamo se había colgado el ‘No hay billetes’ –con la ayuda de Manzanares–, se depositó la última fe. Del Cóndor del Perú al Cóndor de Victoriano. En una pausa, Isabel Díaz Ayuso miraba la abarrotada plaza: «La Fiesta está viva», señaló la presidenta. En nombre de esa vida se jugó la muerte la figura limeña. Menudo lío montó desde el explosivo arranque de hinojos: por delante, por detrás, en redondo... ¿Alguien daba más? Por fin, a las nueve y once de la noche, después de una tarde que se precipitab­a al vacío, el público bramaba. En pie se pusieron en el 1. Y en el 2. Y en el 3... En honor de Andrés. Por primera vez, la Monumental pedía silencio, solo roto por la emoción y el miedo. Asustados por su valor, los tendidos mentaron a su madre (y a su padre): «Qué hijo de... Qué cojones». Le arrastraba­n al Rey de este 19-M. «La que ha preparado en un momento», clamaban en la grada del 3. Cóndor toro buscó las tablas y Cóndor torero pisó el terreno en el que los pitones abrasan. De fondo, el ‘Carros de fuego’ de Vangelis. Aquello era otro tipo de divinidad, la de un héroe de piedra imperturba­ble.

Frente al 6 subió más la temperatur­a. Victoria Federica, en el callejón, ni pestañeaba. Seguro que se acordaba de su abuelo Don Juan

Carlos, tan fan de Roca Rey. En otro viaje será... Y otro viaje se quedaba cada vez más corto, el de Cóndor toro. Ni se movía el aplomado torero. «Así se viene a Las Ventas», se oyó. Hasta algunos ‘antirroqui­stas’ se rendían, aunque, claro, no faltó el chillón. «Qué desagradab­les». Igual le dio: Roca se abandonó entre las rayas, metido literalmen­te entre los cuernos. «Se la está jugando el cabrón», con perdón, repetían. «Qué despacito», se decía. Y Andrés, cada vez más crecido, miraba con arrogancia al tendido. Cada paso era una gota de soberbia, que falta hace en las arenas en medio de tanta palmadita y abrazo. Tres abonados colindante­s valoraban cada vez más «el faenón». Un pase de pecho majestuoso coronó la mandona obra antes de marcharse a por la espada. De nuevo pidió la música callada el personal, pero el pinchazo trajo el «ooohhh» de la decepción. «Ha perdido la Puerta Grande», maldecían escalera abajo. Ardían aún los carros de fuego, pero la miel de don Damián tendrá que esperar.

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