Culto al sol
La ermita oscense está construida en un antiguo observatorio solar en el lugar donde confluye la intersección de cuatro monasterios
El rey Sancho Garcés construyó monasterios en esta comarca para erradicar el paganismo
La ermita de San Benito está en un cerro situado a medio kilómetro del pueblo de Orante, cerca de Jaca, en la provincia de Huesca. En la actualidad, hay cinco vecinos. Nunca tuvo muchos más habitantes, ya que Pascual Madoz escribe que la localidad estaba formada por cuatro casas y ocho fuentes a mediados del siglo XIX.
Todo indica que el templo fue construido en el siglo XI cuando el rey Sancho Garcés decidió fomentar la creación de monasterios benedictinos en la comarca. Aunque esto es una hipótesis, los historiadores y arqueólogos creen que en este lugar había una construcción celta, erigida mil años antes del nacimiento de Cristo, que hacía la función de observatorio astronómico y sitio de culto. La iglesia se levantó con las piedras del antiguo enclave.
Orante está situado exactamente en el centro de otras cuatro ermitas benedictinas en las montañas de Jacetania: San Salvador de Leyre, San Juan de la Peña, Santa María de Ballarán y San Benito de Erata. Si se trazan dos diagonales en forma de equis entre estos cuatro lugares, Orante se halla ubicado en el punto de intersección.
En el día del solsticio de verano, el sol sale por San Benito de Erata y se pone por San Salvador. Y en el solsticio de invierno, el sol sale por Santa María y se pone por San Juan de la Peña. Orante significa etimológicamente montaña y desde la cima de este promontorio, a casi mil metros de altura, se puede observar este fenómeno. Hay una ventana, hoy sellada, en uno de sus muros por la que pasaban los rayos solares en el día más largo del año. De ello se puede deducir que la iglesia tenía también la función de calendario en función de los cambios de la luz.
Las paredes de San Benito no son paralelas entre sí. El muro de un lado está orientado para reflejar la luz del Sol en los equinoccios y en el otro, con una perceptible inclinación, van a reflejarse los rayos en los solsticios. Ello permite aventurar que la estructura de la ermita reproduce la del observatorio celta.
En el crismón de la ermita, ubicado sobre la portada, hay un bajorrelieve que representa el monte Calvario, el lugar donde se crucificó a Cristo, lo que podría ser una alegoría de la muerte y resurrección de quienes peregrinan al templo. El momento de la muerte sería el de la caída del sol y la resurrección, el comienzo del día.
La leyenda dice que hay fuerzas telúricas en la colina en la que se alza este templo, al que peregrinaban los habitantes de la zona hace siglos para pedir los milagros del santo. Todavía hoy se celebra una romería que coincide con el comienzo de la primavera.
Al atardecer de la víspera de la fiesta, los vecinos de la comarca suben con velas encendidas por el camino a la ermita, flanqueado por una cruz que se eleva sobre una columna de piedra. Rezan el rosario y piden la intercesión de san Benito. Al caer el sol, se enciende una gran hoguera, algo que entronca con la tradición celta. La costumbre es repartir vino y tortas a los asistentes.
Como en casi todas las construcciones románicas, la edificación de la ermita está vinculada a una leyenda. En este caso, a la de san Benito de Nursia. Sus padres le enviaron a estudiar a Roma en el siglo V. Allí adquirió fama de ser un hombre santo, lo que molestó a sus compañeros. Pese a su negativa a aceptar el cargo, fue elegido para ser abad en un monasterio. Los monjes le odiaban por su rectitud y planearon su asesinato al introducir veneno en su copa de vino. Cuando se disponía a beber, el vaso estalló en pedazos, lo que evidenció que estaba bajo la protección de Dios.
La imagen de san Benito preside la ermita de Orante y se da la insólita circunstancia de que mira hacia el oeste, el lugar donde se pone el sol. Se sabe que Sancho Garcés decidió construir monasterios en esta comarca para erradicar el paganismo que seguía practicando el culto al sol. Parece evidente que no lo logró del todo porque esa tradición persistió bajo el cristianismo que los reyes de Navarra y Aragón extendieron al sur de los Pirineos.