Del enemigo, el consejo
¿Por qué no podría el movimiento provida conseguir un cambio de mentalidad respecto al drama del aborto?
TENGO a mis suegros por casa estos días. Y no, esta columna no será un desahogo respecto de esta pequeña tortura doméstica, no soy de esas (donde escribo ‘soy’ lean ‘no me dejan’). Han venido desde México –pues de ahí son– a ver a mi marido, a sus nietos y, no lo negaremos, a disfrutar de los sanfermines. Para un apasionado taurino como mi padre político no existe mejor destino de destierro para un hijo que Pamplona. Alguno saltará presto, indignado: ¿acaso no es superior Las Ventas o La Maestranza? En medio de esta discusión es cuando resuena, tristemente, el vacío que deja el no poder mentar la Monumental de Barcelona o la Plaza México. El sobrecogedor y unánime ‘olé’ que retumba los cimientos de esta última al partir la plaza fue condenado al olvido por un juez federal el pasado mes de junio.
En esas mismas fechas, y en el mismo continente, se ha reabierto el debate sobre el aborto a raíz de una decisión tomada también en el ámbito jurídico (la famosa y mal comprendida anulación de Roe vs. Wade en EE.UU.). Observar el desarrollo de los dos debates, los argumentos que se proporcionan y los objetivos que cada grupo de presión va alcanzando nos ofrece un retrato fidedigno de lo que es la sociedad occidental en las últimas décadas. Los parámetros sobre lo que es posible y lo que no se ha vuelto del revés. El otro día me preguntaba un periodista madrileño si en los sanfermines de este año iba a prohibirse el ruido nocturno. Me dejó descolocada, no sabía que pretendía comparar la regulación de Pamplona con la que ha adoptado Martínez-Almeida durante las celebraciones del Orgullo LGTB. Mi reacción natural fue comentarle que silenciar las calles de Pamplona en sanfermines sería casi tan descabellado como prohibir los encierros y las corridas estos días. Ahora bien, si de algo nos habla precisamente esta década es que lo inimaginable se torna realidad, y se proscribe o condena lo más obvio. La última víctima de la cultura de la cancelación ha sido la transexual Jedet, que renunció al pregón del Orgullo en Granada tras la campaña de acoso y derribo que sufrió por criticar la ley trans de Irene Montero. De aquí no sale vivo nadie, excepto los toros.
Podría invitar ahora a reflexionar sobre qué tipo de sociedad se preocupa más por la vida de un animal que por la del no nacido, pero el derrotismo no puede ser una opción. Menos aún cuando gente como la del Pacma nos ha dejado claro el camino a seguir: si el animalismo ha conseguido cerrar la Monumental de Barcelona y la Plaza México, ¿por qué no podría el movimiento provida conseguir un cambio de mentalidad respecto al drama del aborto? Lo sucedido con Roe vs. Wade es un pequeño paso que debería insuflarnos esperanza, sobre todo sabiendo que se lucha por la mejor de las causas: la defensa de la vida. Olé.