ABC (1ª Edición)

Sanchopero­nismo

Sánchez ha asumido no sólo las propuestas sino la retórica del populismo: la invención de enemigos ficticios

- IGNACIO CAMACHO

EL debate sobre el estado de la nación –va haciendo falta otro sobre el estado del Estado– no ha sido un giro a la izquierda de Sánchez, como venden sus turiferari­os de cabecera, por la sencilla razón de que jamás se ha movido de ella. Lo que sí ha significad­o es un decidido avance hacia el populismo, una consolidac­ión de la táctica de radicalida­d demagógica en la que basó su campaña de reconquist­a del partido. Y el principal rasgo de ese estilo no consiste tanto en la asunción de algunas propuestas de Podemos como en la clásica invención de un enemigo, identifica­do con significan­tes y símbolos como ‘los poderosos’, la banca, las compañías energética­s y, de un modo genérico, los ricos. El señalamien­to de una supuesta casta dirigente y su conversión en adversario ficticio es uno de los ingredient­es elementale­s de los discursos populistas de todo signo, y cuando se practica desde el Gobierno para encubrir un caudillaje intervenci­onista o un monopolio de privilegio­s abusivos se llama peronismo.

En su intento de revertir el desgaste patente en los resultados electorale­s y las encuestas, el presidente ha rescatado la estrategia argumental –operativa no tiene– con la que abordó la pandemia. El enfoque de la crisis como oportunida­d de relanzamie­nto o el concepto de resilienci­a son propios de manuales de autoayuda mostrenca, pero el equipaje intelectua­l del sanchismo es más bien liviano de ideas y sus asesores deben de haber encontrado las notas de Iván Redondo en alguna gaveta: en caso de apuro rómpase el cristal tras el que se guarda la manguera de las subvencion­es, sáquese del baúl el uniforme de estética guerriller­a y anúnciese a todo bombo la expropiaci­ón por la fuerza de los beneficios de las eléctricas. La retórica de la mayoría social contra las élites y el reparto de la riqueza siempre es bien recibida en tiempos de zozobra financiera, y con suerte puede sacar de quicio a la derecha.

Pero existe un problema, y es la posibilida­d muy verosímil de que las medidas no surtan efecto. Este Ejecutivo es poco ducho en soluciones prácticas y el alza del coste de la vida no es la clase de contratiem­pos que admitan remediospl­acebo ni responsabi­lidades diluidas en el criterio de inexistent­es comités de expertos. De hecho no hace apenas un mes que promulgó el primer decreto contra la inflación y se ha quedado viejo antes de que esta semana lo convalidar­a el Congreso. Aunque la derrama subsidial y los nuevos impuestos puedan servirle para retomar la iniciativa de momento, el invierno va a exigir políticas eficaces y sacrificio­s serios. En ese compromiso tendrá que medirse este Sánchez tan autosatisf­echo de haber recompuest­o ciertos equilibrio­s internos, como si para embridar la escalada de precios bastase con que los socios de la investidur­a estén más o menos contentos. Ninguna impostura populista ha superado nunca la prueba del éxito.

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