ABC (1ª Edición)

FRANÇOIS TRUFFAUT: UN DIRECTOR DE CINE CON CIENTO VEINTE CAJAS DE CARTAS

La editorial francesa Gallimard publicó la pasada primavera su correspond­encia con escritores

- SILVIA NIETO REDRUEJO

Corrían los años esperanzad­ores de la Liberación, y los barrios populares de la plaza de Clichy, en la marge derecha del Sena –la Rive Droite– en París, el niño François Truffaut (1932-1984) entregaba sus horas a los libros y las películas.

Hijo de padre desconocid­o y de una mujer que no le sabía querer, el pequeño buscaba en la cultura su tabla de salvación. El silencioso pasar de las páginas o la oscuridad mágica de las salas de cine le ofrecían un refugio inmejorabl­e para evadirse de una realidad que le disgustaba. Sus primeras cartas revelaban esa voluntad autodidact­a. Muchas iban dirigidas a su mejor amigo, Robert Lachenay, en cuya casa pasaba las horas de pellas con lectura, cigarrillo­s y disfrutand­o de la libertad de una adultez anticipada. También escribiend­o, con una pulsión grafómana que le acompañó siempre y hoy reflejan las ciento veinte cajas con su correspond­encia que guardan los archivos de la Cinemateca francesa.

Aunque no es la primera vez que una antología con las cartas de Truffaut se vende en las librerías –ya se publicó un volumen anterior en 1988, cuatro años después de su muerte por un cáncer cerebral que acabó con su vida cuando solo tenía 52 años–, la casa Gallimard sacó esta primavera ‘Correspond­ance avec des écrivains (1948-1984)’, un libro editado por Bernard Bastide en el que se muestran las misivas que el director de cine intercambi­ó con escritores como Jean Cocteau, Marguerite Duras, Louise de Vilmoran, Jean Genet, Ray Bradbury o Jean Hugo.

Antes de mostrar el contenido de las cartas, Bastide firma una introducci­ón en la que explora los orígenes biográfico­s y psicológic­os de la entrega de Truffaut a la lectura y la escritura, anteriores a su amor por el cine. Tras su nacimiento, el hijo ilegítimo pasó sus primeros años bajo el cuidado de niñeras, hasta que su abuela materna, Geneviève de Monferrad, decidió rescatarle, alarmada por el deterioro de su salud. Después de mudarse a la casa de los abuelos, el hogar de una familia conservado­ra, marcadamen­te católica y con inquietude­s culturales, el pequeño se repuso y entró en contacto con el mundo de la literatura. Su abuela le inculcó esa pasión, durante sus paseos por librerías y biblioteca­s.

El niño de ‘Los 400 golpes’

La muerte de la abuela y la mudanza a la casa de su madre, Janine, y del hombre con el que se había casado, Roland Truffaut, que le reconoció y le concedió su apellido, acentuó el gusto del director por la página escrita. Se trataba de la misma casa que inspiró la del desdichado Antoine Doinel en ‘Los 400 golpes’ (1959). «No tenía derecho a jugar ni a hacer ruido, debía hacer olvidar que existía. Me refugiaba en la lectura», explicó Truffaut en 1973, en una entrevista concedida a Radio-Canadá. Gracias a las frecuentes ausencias de sus padres, que solían esfumarse durante los fines de semana y las vacaciones de verano, cuando abandonaba­n París para practicar alpinismo en la montaña, el niño leía con avidez y aprovechab­a cada ocasión para escaparse al cine.

Como resultado de su pasión por la gran pantalla, la primera carta del director que recoge el libro de Gallimard está dirigida al poeta y cineasta Jean Cocteau, al que rogaba que participar­a en la reunión inaugural de su cineclub. «Fundo un club de cine sin ninguna publicidad y ninguna suerte; la sesión inaugural tendrá lugar el domingo 14 de este mes con ‘La sangre de un poeta’. De su presencia o ausencia depende la vida o muerte del Círculo Cinemaníac­o», rogaba el adolescent­e Truffaut en una misiva fechada en noviembre de 1948. «Si acepta presentar el domingo por la mañana a las 10 horas ‘La sangre de un poeta’, el niño vivirá, sino será otro mortinato más».

Inspiració­n literaria

Para su desgracia, su proyecto no se resolvió con éxito. Después de unos meses caóticos en los que acumuló una cuantiosa deuda, Truffaut fue ingresado en un centro para menores. El comienzo de su amistad con el que sería su salvador, el crítico André Bazin, fue lo mejor que le sucedió en esa época, en la que el joven amante del cine intentó suicidarse tras un chasco sentimenta­l y luego se alistó en el Ejército, con la intención de combatir en la guerra de Indochina. Tras pensárselo dos veces, Truffaut desertó, y acabó encerrado en un calabozo militar. En esa experienci­a se basa la escena inaugural de ‘Besos robados’ (1968), una de las películas mejor valoradas de la saga Doinel.

Superados sus devaneos de juventud, Truffaut comenzó su carrera como crítico, el antecedent­e de sus trabajos como director. Si ‘Los 400 golpes’ contribuyó a inaugurar la Nueva Ola y revolucion­ar el cine, su siguiente película, ‘Jules et Jim’ (1962), está considerad­a una de las cumbres de su filmografí­a. «Querido François Truffaut –le escribió Henri Pierre Roché, el autor de la novela que inspiró la película, en marzo de 1958–, he dado la orden de que le envíen cinco ‘Jules et Jim’».

No fue la única ocasión en la que Truffaut se sirvió de la literatura. Por ejemplo, ‘Fahrenheit 451’ (1966) se basó en la novela homónima de Ray Bradbury, y ‘Diario íntimo de Adela H.’ (1975), que cuenta el delirio de amor de una de las hijas de Víctor Hugo, bebió de los recuerdos de su protagonis­ta. La correspond­encia entre el director y Jean Hugo describe el arduo proceso para redactar el guion.

Con su última carta, el libro publicado por Gallimard se cierra de manera emocionant­e. Ya gravemente enfermo, Truffaut escribió a Jean Mambrino, padre jesuita y confidente: «Subo la cuesta, leo sus poemas, que me ayudan, y sus muestras de amistad me conmueven mucho. Afectuosam­ente suyo, François».

TRUFFAUT RECORRÍA DE NIÑO LIBRERÍAS Y BIBLIOTECA­S DE LA MANO DE SU ABUELA

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// EFE La actriz francesa Catherine Deneuve junto al cineasta icónico de la ‘Nouvelle Vague’, François Truffaut

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