Los 6.000 guerreros del Harry Truman toman Palma
Dentro del USS Harry S. Truman, el barco de guerra más grande del mundo el olor a gasolina y metal se mezcla con el de comida preparada. El viernes llegó a Palma, donde la tripulación se dejará 2,5 millones de euros al día
Para llegar hasta el mayor portaviones del mundo hay que embarcarse en una ‘golondrina’, una embarcación a motor, desde el muelle del Puerto de Palma y hacer una pequeña travesía de 15 minutos. «Mantener tres puntos de apoyo para no caer», aconseja un marino experimentado. Una vez alcanzado el buque aún hay que trepar por un sinfín de estrechas escalerillas hasta abordarlo. En la ‘cochera’ (hangar) hay aeronaves en reparación, hombres y mujeres en uniforme de faena yendo y viniendo y un busto dorado que recuerda que el nombre de este impresionante buque de guerra hace honor al trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos. «¿Quién es?», pregunta alguien. «Podría decírtelo pero después tendría que matarte», bromean los soldados parafraseando al conocido personaje de Maverick.
No es una secuela de ‘Top Gun’ ni una película americana de guerra. El USS Harry S. Truman es tan real como una miniciudad flotante donde viven 6.000 militares de la US Navy de todos los perfiles. Marineros, ingenieros, pilotos, cocineros, peluqueros, médicos, bomberos o policías que salieron de misión en diciembre de 2021 desde el puerto base en Virgina (Estados Unidos) para cubrir el área de operaciones del estratégico mar Mediterráneo. No saben cuándo volverán a casa ni cuál es su siguiente destino. Tampoco lo contarían por seguridad. «Tenemos la magnífica oportunidad de trabajar junto con la Armada Española durante los siguientes siete meses y medio, no sólo en alta mar, sino también táctica y operacionalmente. España es un increíble aliado y amigo de Estados Unidos desde hace mucho tiempo y ésta es una oportunidad para estrechar relaciones, además de para interactuar con la gente de España», celebra el capitán Gavin Duff. Durante estos ocho meses de operación a bordo del Harry Truman, la tripulación ha hecho seis puertos en cuatro países diferentes. España es el quinto que visitan, después de Italia, Grecia, Francia y Croacia. «Después seguiremos en operaciones de la OTAN, pero no sabemos exactamente dónde ni cómo», zanja Duff, que es el encargado de establecer las pautas de operación del buque.
«Tenemos de todo»
La vida en este imponente portaaviones con una eslora tan larga como el Empire State de Nueva York no es muy distinta a la de un pueblo. «Aquí tenemos todo lo que necesitamos. Y se come rico», sentencia el jefe de comunicaciones, Rafael Martie, mientras el olor a comida se cuela por los pasillos.
A las seis de la mañana tocan diana. A las 8.30 comienza el trabajo del barco. De 11 a 13 horas comen y entre las 16.30 y las 19 horas cenan. A las 22, a dormir y vuelta a empezar. Apenas dos, tres o cuatro días de vacaciones, según el rango. «Aunque lo más duro es estar lejos de la familia», reconoce el teniente Tomás (29 años). Él y sus compañeros se comunican por teléfono con sus padres y sus esposas a través de «líneas públicas» para marineros o por email. «La comida es buena pero la cama pequeña», admite sobre las incómodas literas en habitaciones compartidas. «Ojalá volviéramos mañana a casa», suspira con nostalgia.
Puente de mando
Cuatro o cinco pisos más arriba del garaje, por unas escalerillas VIP –sólo accesibles para el personal de alto rango– se llega al ‘cerebro’ del Harry S. Truman. El puente de mando tiene el majestuoso sillón del capitán, un timón, botones, ordenadores y un sinfín de tecnología de vanguardia y aparataje indescifrable. Aquí el capitán maneja todas las operaciones en el mar y trabaja con otras diez personas. «No me dispares», reza una pegatina en el ojo del ordenador central a modo de broma.
Bajando de nuevo por las escaleras se llega a la cubierta de vuelo, donde entre 65 y 80 aviones caza y helicópteros MH 60 Romeo pasan revista alineados en perfecta simetría con un mar azul de fondo. Es una explanada ruidosa e inhóspita donde azota un sol de justicia y el calor del suelo traspasa los zapatos.
«Cada piloto suele volar de 40 a 60 horas al mes. Mi vuelo favorito fue en la base de Rota, también en España. Estuve como dos semanas por allí, disfrutando también de las playas y fue maravilloso», cuenta Harold Johnson, uno de los 30 pilotos de helicópteros a bordo. Su tarea consiste «en buscar submarinos» y pilotar cada día acompañado de un copiloto y otra persona que les ayuda con la mecánica. A su lado Terry Freeman explica que vuela con P3, que son aviones de patrulla marítima.
Un truco para saber qué responsabilidad tiene un soldado es conocer el ‘rainbow wardrobe’ (vestuario arcoíris). Verde, azul, blanco, rojo, marrón morado y los famosos chalecos amarillos que dirigen el mo