Francisco se abre a legislar sobre el estatus del Papa emérito
► Podría dejar de llamarse Pontífice emérito y ser obispo de Roma emérito
Cuando el 11 de febrero de 2013 Benedicto XVI anunció su renuncia al Papado, la maquinaria vaticana se puso en marcha para determinar cuál sería su nuevo título. Si se convertiría en cardenal emérito o si podría vestir de blanco. Hicieron falta quince días para tomar la decisión final.
Dos días antes de que la renuncia fuera efectiva, el portavoz Federico Lombardi anunció que tendría el título de Papa emérito o Romano Pontífice emérito, que seguiría siendo su Santidad Benedicto XVI y que vestiría con una sotana blanca más sencilla, sin la pequeña capa o esclavina sobre los hombros. Explicó que la decisión había sido tomada «principalmente por Benedicto, tras consultar con el cardenal camarlengo Tarcisio Bertone, con la Secretaría de Estado y con el colegio cardenalicio». No quedó claro el alcance del adverbio «principalmente», pero entonces la cuestión quedó zanjada. Hasta esta semana.
En una entrevista con la plataforma ViX formada por las televisiones Televisa y Univisión, Francisco aseguró que en caso de renuncia le gustaría usar el título de obispo de Roma emérito y residir en San Juan de Letrán, la catedral de la Ciudad Eterna. Además, dice que «la historia va a obligar a regular más (el estatus del Papa emérito)», para prevenir problemas. «La primera experiencia (la renuncia de Benedicto y la convivencia con su sucesor) ha salido bien porque Benedicto es un hombre santo y discreto y lo ha sabido hacer bien. Pero para el futuro conviene delimitar y explicitar mejor las cosas», subrayó. El Vaticano no ha confirmado si se está preparando una norma en este sentido, pero es muy relevante que se haya roto el tabú sin provocar terremotos. Según la canonista Geraldina Boni, de la Universidad de Bolonia, «deben regularse varias cuestiones prácticas como el título y tratamiento de quien renuncia al papado, lugar de residencia, sustento, relaciones institucionales con el Romano Pontífice, estatuto personal y responsabilidades eclesiales, la precedencia y la sepultura». En su opinión, la cuestión más delicada será «pedir al Papa renunciante que esté atento para no interferir en el gobierno de la Iglesia universal y que consulte al Pontífice reinante sobre la publicación de escritos sobre doctrina y vida de la Iglesia que puedan entenderse como opiniones en competencia con el magisterio papal».
Boni duda sobre la oportunidad de mantener el título de Papa emérito, pues, asegura, «el término Papa identifica tradicionalmente el cargo al que se ha renunciado libremente, para que sea elegido un nuevo titular». Reconoce que «desde hace nueve años se dirigen a Joseph Ratzinger como Papa emérito, y el término no despierta demasiadas reservas y perplejidades».
Luis Badilla, vaticanista de ‘Il Sismografo’, coincide en su análisis: «Es oportuno y necesario codificar la presencia de un ex obispo de Roma». «El Papa emérito, en los primeros años, fue utilizado por varios grupos para otras causas, especialmente dentro de la Iglesia, y con motivos no siempre transparentes», lamenta. Por eso es importante dejar claro que quien renuncia «ya no tiene ninguna responsabilidad en la dirección de la Iglesia», y no es siquiera «una especie de asesor privilegiado del nuevo Papa».
Badilla subraya que Benedicto XVI ha marcado el camino para los futuros obispos de Roma que renuncien.