ABC (1ª Edición)

El cuento cambió con Ángel Téllez

Pincha la mejor faena en una corrida en la que Duque y Lorenzo cortaron oreja a los dos toros más destacados

- ROSARIO PÉREZ

Acostumbra­dos a carteles con doctorados de más de medio siglo, el de ayer parecía un desfile de primera comunión. O de fecha para darle la vuelta al género. Dieciséis años de alternativ­a (y uno más) sumaba la terna, la edad en la que cualquier chaval, chavala o ‘chavale’ puede pulsar el botón de cambio de sexo en el DNI. Que no se les ocurra ver en televisión española una corrida de toros o descubrir ‘Juncal’ –ah no, que no las ponen–, pero que acudan cuando quieran a la comisaría más cercana para modificar su nombre. Igualdad para ‘todes’, para ‘tode’ lo que la ministra de la camiseta ‘mariliendr­e’ quiera, claro. Precisamen­te un Comisario irrumpió ayer en Valencia, idéntico bautismo que aquel de sensaciona­l embestida por el lado de Podemos en San Fermín. Lo contradijo este número 96, que por el zurdo se quedaba muy corto. De hondas hechuras, lo anduvo fenomenal la cuadrilla, que se desmonteró. En busca de la conexión con el graderío, Álvaro Lorenzo brindó y se plantó de rodillas sobre las rayas. Pedía temple Comisario, con clase pero con la fortaleza en el límite, y esa medicina le aplicó el torero de Castilla. Todo se desinfló pronto: el de Fuente Ymbro, cada vez más soso; los pases, cada vez más correctos. Solo el desplante a cuerpo limpio calentó las palmitas.

Abrió plaza Mimoso, temido nombre desde que un novillo volador de esta ganadería sembró el pánico en el callejón de Las Ventas. De negro y azabache, Jesús Duque brindó al cielo y, bajo ese tapiz azul, se estrenó con dos pases cambiados. Mejor embroque que finales se le atisbaban al toro por el lado de la cuchara, pero punteó mucho y la labor transcurri­ó entre un sinfín de enganchone­s. Pedían música los tendidos, con entrada de funeral. «¿Esto es la Feria de Julio?», gritaron. Los veteranos rememoraba­n con nostalgia la época de más largura, tanto en la taquilla como en el número de festejos. «A esta feria no la reconocerí­a ni el que la inventó», remataron en el palco. Mientras, allá que seguía el espada de Requena, con su voluntad sin gobierno ni limpieza frente a un Mimoso cada vez más áspero.

Tenían ganas de ver los contados aficionado­s a Ángel Téllez, intérprete del toreo de siempre el último San Isidro. Se encontraro­n antes con una ‘mascletá’ fallera en la calles y con el solo de trompeta encima de toriles del Soro, que se llevó la ovación de la tarde tras el brindis. Téllez, a lo suyo, que era torear. Responsabi­lizado, se entregó más que el desbravado animal hasta acabar entre los pitones. El de Los Romerales tenía menos ganas de embestir que el vecino de delante de pasar el domingo en la playa con los ‘suegres’. «A ver qué excusa pongo», decía a su compañero de localidad en el rellano. A Téllez, por encima de Minucioso, no le quedó otra que el arrimón antes de volcarse en la hora final para enviar a la vida de los descastado­s a su enemigo.

Con tres saludos tres se remató la insulsa primera parte. El disfrute llegaría en el ecuador, con su rigurosa parada para saborear la merienda. Triunfó en la ‘naya’ la tarta de manzana de doña Asunción. Puerta grande para ella.

Energías renovadas

Con las energías renovadas, el jabonero cuarto se movió más que sus tres hermanos juntos. Lo lució Duque en la distancia en una primera serie diestra. Quiso mucho, pero mandó poco sobre Hostelero. Indiscutib­les sus ganas, tantas que en las cercanías del epílogo lo cogió de espantosa manera, con las piernas cruzadas sobre los pitones. El «¡ay!» se apoderó del tendido entre tanto horror. Dramática la escena, en los aires y en la arena. Con la taleguilla derecha completame­nte abierta, el rostro ensangrent­ado y una ostensible cojera, regresó a la cara del toro para darle muerte. Ni el sartenazo previo a la estocada le privó de la oreja, que paseó hecho un eccehomo. Entre aplausos se marcharía luego a la enfermería, donde fue atendido de varias contusione­s y un fuerte golpe en el gemelo. Un milagro para lo que pudo ser.

No hubo quinto malo. Cómo embistió Manirroto en las fenomenale­s dobladas de Lorenzo. Clase portaba este fuenteymbr­o y calidad puso el toledano, con perfecta técnica para lograr largos y templados muletazos. Cómo varía el cuento cuando hay toro y torero, aunque faltase un punto más de ambición y alma. Un trofeo se embolsó.

Donde de verdad cambió el cuento fue en el sexto por obra y gracia de Téllez. El quite por chicuelina­s ya invitó a soñar. Pronto y en la mano se puso a torear con los dedos que cuentan los billetes. El pecho ofrecido y el vuelo al natural. Una gozada. En el hocico presentaba con pureza las telas para tirar de la remisa embestida. Sin apenas toro –pechó con el lote más simplón–, dijo el toreo como ninguno, con una importanci­a que marcaba diferencia­s. En su vertiente dorada, la zurda, centró la seria obra. Y cuando Gritador se calló completame­nte se pegó un soberano arrimón. Acariciaba­n los pitones la taleguilla en cada parada, pero Ángel ni se inmutaba y allá que seguía jugándose las femorales. El premio mayor era suyo, pero marró con el acero y tuvo que conformars­e con una ovación. Igual dio: cuando la afición abandonaba la plaza, solo hablaba de Téllez.

Sin apenas toro, Téllez dijo el toreo como ninguno, con una seriedad que marcaba diferencia­s

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// MIKEL PONCE Jesús Duque se libró de la cornada tras una fea cogida en el jabonero cuarto
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// M. PONCE Ángel Téllez, al natural con el sexto de Fuente Ymbro

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