A 4.000 kilómetros de las bombas
Más de cuarenta niños ucranianos procedentes de algunas de las zonas más devastadas por la guerra huyen del conflicto y se refugian durante el verano en un «campamento de paz» puesto en marcha en un colegio de una localidad valenciana
Todos han escuchado cómo a su alrededor se habla sin parar de la guerra. Saben que es una palabra que significa algo malo, que es la causante de que hayan tenido que escapar de sus hogares o separarse de sus padres. Pero no saben que lo que conlleva es miedo, bombardeos, ataques, violencia y muertes. Ahora, durante este verano, es una palabra que, aunque no está prohibida, no se menciona en el recinto del colegio San Vicente Ferrer de San Antonio de Benagéber (Valencia), donde la fundación Juntos por la Vida ha organizado un campamento para 47 niños de entre 6 y 12 años procedentes de los territorios ucranianos que más devastados han quedado a causa de la invasión de Rusia.
«Soy una taza, una tetera, una cuchara y un cucharón. Un plato hondo, un plato llano, un cuchillito y un tenedor», canta Bogdan, de 10 años, para mostrar cómo domina ya el español gracias a las clases que recibe cada día en el campamento. De hecho, este pequeño, de la zona de Ivankiv –una de las que más ha sufrido las consecuencias de la guerra– confiesa que las clases de español son su actividad favorita. «Estamos muy contentos en el campamento», corea junto a varios de sus compañeros que se unen a mostrar sus dotes en el idioma.
Tras tres días de viaje en autobús para recorrer los más de 4.000 kilómetros que les separan de la guerra, los menores llegaron a la localidad valenciana hace ya más de dos semanas. Desde entonces, no se habla de la guerra. Eso implica no poner los informativos en televisión ni comentar las noticias. Especialmente por los más mayores, que sí son conscientes de lo que ocurre en su país y temen por la vida de sus familiares. «Esto es un campamento de paz, así que intentamos no hablar de la guerra», afirma Dasha, una joven ucraniana que trabaja estos meses como voluntaria en el campamento y ejerce también como traductora entre los niños y los monitores españoles.
Nuevos amigos
Cada día que pasa, cuenta esta joven, los rostros de los pequeños reflejan nuevas emociones, pues han pasado por la tristeza que les generaba al principio estar lejos de sus padres, por la curiosidad de llegar a un lugar totalmente nuevo para ellos en un país desconocido y por la felicidad de poder disfrutar del verano aprendiendo cosas nuevas con amigos, algunos ya de antes y otros nuevos que, tras compartir esta experiencia, probablemente ya lo serán para siempre. «Aquí ya todos son nuestros amigos. Estamos muy