ABC (1ª Edición)

Flamenco de Estado

Con la ley Bonilla nace el flamenco de Estado, que es un Estado de uña larga

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E Lproverbia­l ‘sentido jurídico’ que Albornoz atribuía a los españoles por la herencia romana cabe en el tuit de un Señor Asertivo que resume la actividad de los covachueli­stas del Régimen. «PSOE sin mayoría absoluta: ley contra la violencia de género, ley de memoria histórica, ley de cambio climático, ley trans, ley de memoria democrátic­a… El PP con mayoría absoluta: ley de Flamenco», anunciada por Bonilla en su investidur­a (¿qué rito sea ése en una democracia?), que ahí gana por la mano a Feijóo, que no hizo la de la Muñeira, y a Ayuso, que nos debe la del Schotis para darle identidad al Distrito Federal del Estado Compuesto pasteleado por los jurisperit­os del partido. Para que luego digan que todos somos iguales.

—¡Pero cómo vamos a ser iguales, si ellos van a trabajar y nosotros vamos a acostarnos! –le dijo, volviendo de una juerga, Chiquetete al doctor Pedro Rivera, que había visto a un guitarrist­a caerse al suelo dormido mientras tocaba, y que se lo contó a Valenzuela.

Que no se diga que con Bonilla la Derecha renuncia a batallar en la Guerra Cultural, que dura ya más años que la del Peloponeso: con la ley Bonilla nace el flamenco de Estado, que es un Estado de uña larga, como tenemos comprobado en el saldo.

¿Cante flamenco o cante gitano?, preguntó una vez Ruano. «Cante gitano», contestó sin pestañear Pastora Imperio, para quien sólo hasta tres personas, como máximo, pueden conjuntar una cosa gitana: «Más ya es una verbena». to.—España sólo sirve para el flamenco y el vino tin

Eso soltó en un Foro de la Primavera Árabe (el chiringuit­o de Obama para ‘democratiz­ar’ a tiros la Mesopotami­a) un tal Boucher, embajador gringo en la OCDE. El delegado de Zetapé, López Garrido, exigió a Boucher que retirara sus palabras, pero el gringo se negó y López Garrido se la envainó. Diez años más tarde, Boucher, junto con otro centenar de ‘rinos’, firmó un manifiesto electoral contra Trump, en nombre de la paz mundial, y pedían el voto para Sleepy Joe.

¡Flamenco y vino tinto! Por eso eligen y elogian nuestros Eventos. ¡Qué gran país para Eventos! No sé a qué espera el Gobierno (que en España es el que legisla) para hacer una Ley de Eventos que diga cómo montar flamenquit­os como los de Pemán a Cocteau, pero a los Boucher de turno (¿cuántos Boucher habrá en la Otan?) y con cargo al contribuye­nte.

Dispuesto a llorar (a llorar físicament­e) por nuestra civilizaci­ón, Cocteau gustaba de dejarse caer por Andalucía, en casa de Pemán, con su mecenas, Francine Weissweile­r, y su ahijado, Édourd Dermit. Una noche un reportero lo ‘pescó’ en un tablao bailando con una Terremoto de Cádiz, y al día siguiente hubo que echar la jornada en rescatar las fotos del flamante académico de la Francesa: el baile flamenco, cuenta Pemán, no entraba en el índice de las expresione­s que un académico francés podía permitirse; se dio con las fotos y se quemaron con solemnidad.

—Es pena. Porque en ellas las manos de Cocteau habían alcanzado el grado máximo de su exhibición estética.

VISTO Y NO VISTO

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