ABC (1ª Edición)

Así entrenan los Maverick españoles

En el Ala 12 de Torrejón de Ardoz están los pilotos de combate que, con una formación a lo ‘Top Gun’, velan por la seguridad del espacio aéreo

- ANGIE CALERO

Circular por la base aérea de Torrejón de Ardoz, en Madrid, es como hacerlo por una ciudad de carretera americana de los años 50. Con su rotonda a la entrada, largas avenidas, edificios bajos… Nada más pasar el control, al atravesar la carretera principal, unos militares almuerzan en la cantina, cerca de un antiguo cine reconverti­do en auditorio y de la bolera y la pista de hielo, en desuso desde principios de los 90, cuando se desactivó la última unidad americana que quedaba en la base.

Al final de la avenida, junto a los hangares de los aviones F-18, un mural con un gato un poco más antipático que Silvestre –el felino de Warner Bros–, porque abre la boca y enseña sus afilados colmillos, da la bienvenida al Ala 12. Aquí se encuentra la élite de los pilotos del Ejército del Aire, que en los últimos meses ha despertado un gran interés por el estreno de ‘Top Gun: Maverick’, la película que ya apunta como una de las más taquillera­s del año y donde Tom Cruise vuelve a ponerse en la piel de Pete ‘Maverick’ Mitchel.

«No le busques tres pies al gato» es el lema del Ala 12. El comandante Jesús Ibarra Merchan, jefe del escuadrón 121, lo luce con orgullo en un parche sobre su mono verde de piloto. Acaba de llegar de Lituania, donde durante cuatro meses ha formado parte de la Policía Aérea del Báltico, la misión permanente de la OTAN que vela por la seguridad de los países del norte de Europa. España ha liderado esta misión en los últimos cuatro meses, precisamen­te cuando la actividad se ha intensific­ado debido a la invasión rusa de Ucrania. Lo que hacen los pilotos allí, es su misión real permanente aquí: las unidades de F-18 vigilan las 24 horas de los siete días de la semana el cielo español. Si desde la torre de control reciben una alerta de un avión sin identifica­r, despegan inmediatam­ente para reconocer esta aeronave.

Hoy Ibarra no está de guardia, por lo que su entrenamie­nto consiste en unos combates visuales entre dos cazas F-18 del Ala 12 y dos Eurofighte­r del Ala 14. Su compañero de ejercicio es el teniente Sergio Macho Jorrin. Antes de subir al avión, se han sometido a un examen con el que se ha asignado un riesgo a la misión –en este caso «bajo»–, que varía según las preocupaci­ones que puedan tener en el momento de volar. «Está todo bien», explica Ibarra. Y añade: «Se valora la calidad del descanso del piloto, el número de actividade­s que haya realizado esa semana, si se ha encontrado indispuest­o o si ha tenido algún problema personal. Todo esto afecta a la seguridad del vuelo y se tiene en cuenta». Mientras revisa el exterior del avión, Ibarra advierte que lo que se ve en ‘Top Gun’ «no tiene nada que ver con el perfil de un piloto de caza actual». Además de «la profesiona­lidad, el respeto a las normas, el rigor con el que se hacen las cosas», estos pilotos han tardado unos ocho años en llegar al máximo de sus capacidade­s. Una carrera larga donde han visto a muchos compañeros quedarse por el camino.

En su caso, realizó su primer vuelo en 2007, cuando empezó su instrucció­n elemental en la Academia General del Aire de San Javier, en Murcia, donde entró en 2005. «Empiezas a volar con una avioneta 50 horas. Ahí hay una primera criba, donde se selecciona a los pilotos que vuelan y los que no», explica. De ahí pasó a la escuela básica, donde se vuela con un reactor de un solo motor y, después de otras cien horas de vuelo, pasó una segunda criba, que es donde se divide a los pilotos en dos categorías: los de caza y ataque o los de transporte y helicópter­os. Esta fase Ibarra la superó en 2010, cuando supo que sería piloto de combate y se graduó como teniente. Fue destinado a Zaragoza, de ahí a Talavera como instructor... «y ahora estoy como jefe del escuadrón 121. Es un camino largo, pero al final todo llega».

—¿Hay que tomarse al pie de la letra lo que dicen en ‘Top Gun’ de que el éxito de la misión depende más del piloto que del avión? —Son cosas muy importante­s. Hay que tener un buen sistema de armas que de una ventaja puntual en un momento determinad­o. Pero para mí la parte más importante es el entrenamie­nto del piloto.

—¿Cómo es esa formación?

—Exhaustiva y exigente. El entrenamie­nto tiene que ser continuo todos los años. El hecho de parar puede hacer que uno pierda sus capacidade­s. Despegar, volar y aterrizar es lo de menos, para nosotros es la parte administra­tiva del vuelo. Luego está la táctica, que es el 90 por ciento de la misión.

—¿En qué consiste?

—Lo más importante es saber gestionar el sistema de armas, con todas las capacidade­s que tiene. Esto es lo más exigente de nuestro vuelo. Nosotros llevamos el avión al máximo en cada una de las misiones. Son vuelos extremos.

—¿Alguna vez ha temido por su vida?

—Si el vuelo se complica, no tienes tiempo para pensar en eso. Estamos entrenados para actuar. La mayor parte de las decisiones que tomamos manejando el avión las hacemos con la memoria muscular.

—Entonces, ¿esa parte de Maverick improvisan­do es ficción?

—Sí. Trabajamos de forma automática y una vez nos encerramos en la cabina solo pensamos en el avión y la misión.

—De las vistas desde ahí arriba ya ni hablamos…

—Exacto. Estás tan concentrad­o que es muy difícil estar mirando. Ni siquiera te das cuenta del tiempo que está pasando. Sí lo disfrutas, pero es como cuando haces un sudoku, por ejemplo, que ya no oyes lo que tienes alrededor.

A sus 38 años, el comandante Ibarra tiene más de 2.000 horas de vuelo. Ha pasado por varias fases. En la primera (con 500 horas), el piloto es más joven y al tener menos experienci­a se siente más inseguro, lo que hace que esté mucho más vigilante y en alerta para no cometer ningún error que le lleve a no controlar algún aspecto del vuelo. «La parte peligrosa viene entre las 500 y las 1.000 horas, donde sientes que tienes experienci­a y conoces mejor la misión y tiendes a bajar la guardia», apunta.

En España no salen más de 16 pilotos de caza al año. «Es muy sacrificad­o», apostilla Ibarra. «Desde que entras en la academia son cinco años en los que solo haces esto. Estás cien por cien focalizado en lo que vas a hacer. Empiezas muy joven y lo que haces es muy diferente a lo que hacen los demás. Exige un poco más de entrega y eso hace que realmente lo quieras», reconoce. Y concluye: «Pertenecer a una unidad de este tipo es un orgullo». Quince minutos después, él y Macho se despiden de ABC desde sus respectivo­s F-18 con un estruendos­o rugido.

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IGNACIO GIL El teniente Sergio Macho Jorrin y el comandante Jesús Ibarra Merchan //

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