El caos político como endemia tortura a Italia desde su origen
La inestabilidad política ha impedido a Draghi realizar las reformas que necesita un país donde los gobiernos duran, como media, menos de 15 meses. En la última legislatura casi la mitad de los parlamentarios cambiaron de chaqueta
La caída del Gobierno Draghi vuelve a plantear en Italia su problema de inestabilidad, que se ha convertido en sistémico en la última década, periodo en el que se han sucedido ocho ejecutivos (Berlusconi, Monti, Letta, Renzi, Gentiloni, Conte I, Conte II y Draghi). Cuatro de estos primeros ministros ni siquiera habían sido elegidos en las urnas (Monti, Renzi, Conte y Draghi). El problema es que la inestabilidad política no solo afecta al ámbito institucional, sino también a la economía, porque, entre otras cosas, retrae las inversiones y dificulta hacer proyectos a largo plazo. Italia se ha visto así durante las dos últimas décadas prácticamente sin crecimiento económico. Además, al tratarse de la tercera economía de la eurozona, su inestabilidad tiene repercusiones en Europa y preocupa en Bruselas.
El perjuicio de la inestabilidad lo pagan directamente los ciudadanos. Sin ir más lejos, la caída del Gobierno Draghi ya tiene un coste. El Ejecutivo tenía preparado un decreto de ayudas a familias y empresas, para que entrara en vigor a primeros de agosto, por un valor de entre 23 y 25 mil millones de euros. Pero ahora corre el riesgo de reducirse muy sustancialmente para financiar medidas por poco más de 3.000 millones, porque Draghi solo permanece como primer ministro para gestionar asuntos corrientes de actualidad y emergencias.
La inestabilidad en Italia viene de muy lejos. Desde la unidad de Italia (17 de marzo de 1861), en poco más de siglo y medio se han sucedido 132 gobiernos, incluyendo el de Mario Draghi. Cada Ejecutivo
dura como media menos de 15 meses. La única fase de estabilidad ocurrió durante el fascismo, pero los italianos tuvieron que soportar una dictadura con las leyes raciales aprobadas en 1938. Benito Mussolini permaneció en el cargo durante casi 21 años. Sin contar esa experiencia, la duración media de los gobiernos se reduciría a menos de 13 meses.
Después de la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de la República en 1946, hasta hoy ha habido 67 gobiernos en 76 años; es decir, cada Ejecutivo ha durado, de media, 1 año y un mes. Los únicos ejemplos de primeros ministros relativamente estables fueron Alcide De Gasperi, entre 1946 y 1953; el socialista Bettino Craxi (1983-1987), y Silvio Berlusconi (2001-2006). Solo De Gasperi y Berlusconi acabaron la legislatura. Falta de credibilidad
En los últimos 30 años se ha mantenido la dinámica de la inestabilidad. Ha habido 12 primeros ministros diferentes en 17 gobiernos. En este periodo, Italia ha tenido cuatro gobiernos técnicos, incluyendo el de Draghi, una práctica que ha hecho perder credibilidad a la política. La diferencia con otros países europeos es abismal. En los últimos cuarenta años, Alemania ha tenido tres cancilleres (aparte del inicio de Olaf Scholz): Helmut Kohl (1982-1998), Gerhard Schröder (1998-2005) y Angela Merkel (2005-2021), mientras en tres décadas el Reino Unido tuvo seis primeros ministros y Francia cinco jefes de Estado.
Esto ha conllevado la falta de acuerdos políticos para realizar reformas (justicia, burocracia de la administración pública, competencia, pensiones, fiscalidad, entre otras), lo que ha tenido un devastador impacto en la economía italiana. El profesor de Economía Carlo Cotarelli, editorialista en diversos medios, destaca que en los años previos al Covid Italia creció –al neto de la inflación– un 4%, una media del 0,25 al año, mientras la renta per cápita descendió un 2%. Especialmente llamativa es la pérdida del poder adquisitivo de los italianos en comparación con buena parte del resto de la eurozona: en 1999, la renta per cápita de un alemán era solo un 6% más alta que la de un italiano. Veinte años después, es más de un 25%.
Desde hace muchos años, los políticos saben que es necesaria una reforma constitucional. Pero por cálculos interesados de parte, ya que cada partido pretende imponer sus criterios, ninguna legislatura ha logrado una reforma que revisara la arquitectura del Estado con una tendencia más moderna y estable. Para acompañarla sería necesaria también una ley electoral eficaz y estable, que evitara la gran fragmentación parlamentaria. Pero también aquí cada partido mira por sus intereses y solo apoyan la ley electoral que más les puede favorecer en las urnas. Por ello, desde 1994 los italianos han votado con tres sistemas diferentes: la ley denominada Mattarellum (1994, 1996 y 2001), Porcellum (2006, 2008 y 2013) y Rosatellum (2018). Las leyes electorales y los reglamentos de Montecitorio y Palazzo Ma
Las decisiones con visión de futuro para las nuevas generaciones, lema que inspiró a De Gasperi, ya no se siguen en Italia
dama, sedes de las Cámaras, han permitido que se diera el muy frecuente transfuguismo o cambio de chaqueta. En la actual legislatura, con 945 parlamentarios (630 diputados y 315 senadores), se ha superado el muro de 400 cambios de chaqueta. En total, hasta junio hubo 415 cambios de grupo, según datos de Openpolis.
Muchos han sido los casos llamativos, en algunos con el líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi. Se ha dicho que ‘Il Cavaliere’ se deshizo de gobiernos como de novias. Así, cuando en 2006 Romano Prodi ganó las elecciones frente a Berlusconi por escaso margen de votos, éste asimiló muy mal la derrota y, para hacer caer el Ejecutivo, pagó tres millones de euros al entonces senador napolitano Sergio De Gregorio. Un tribunal de Nápoles condenó a Berlusconi por corrupción y financiación ilegal. El líder de Forza Italia calificó la sentencia como «política». El caso llegó en 2015 al Tribunal Supremo, que consideró el delito como «corrupción indebida», pero había prescrito. El exsenador De Gregorio, acusado por corrupción, negoció una sentencia de veinte meses. Quiebra del sistema político «Un político piensa en las próximas elecciones; un estadista, en las próximas generaciones. Un político busca el éxito de su partido; un hombre de Estado, el de su país». Este fue el lema y el principio que inspiró a Alcide De Gasperi, primer ministro italiano desde 1945 hasta 1953, fundador de la Democracia Cristiana, padre de la República italiana y también uno de los padres fundadores de la Unión Europea, junto con Schuman, Monnet, Adenauer, Spinelli y Spaak. Las decisiones con visión de futuro para las nuevas generaciones hace décadas que no se siguen en Italia, salvo casos excepcionales. En Roma, por ejemplo, en 40 años no se ha hecho ninguna infraestructura importante; la única obra llamativa es el Auditorio Parque de la Música de Renzo Piano. Salvo excepciones, los diferentes primeros ministros se han ocupado de gobernar el corto plazo, y sin planificar reformas estructurales, para evitar el coste político que algunas pueden llevar, como por ejemplo una reforma de pensiones.
La respetada periodista Lucia Annunziata,
exdirectora general de la RAI, lo explica así: «Cuando llegó Draghi el 13 de febrero de 2021, estábamos ya en total quiebra de todo el sistema político. Una quiebra que llegó hasta el Quirinal (sede de la presidencia de la República): Mattarella tuvo que ser reelegido (en enero 2021), exactamente como antes ocurrió con Giorgio Napolitano (en ambos casos los partidos fueron incapaces de ponerse de acuerdo para elegir un nuevo presidente), lo que marcó una profunda transformación del papel del presidente de la República (tanto Napolitano como Mattarella han tenido que jugar el papel de árbitro, con mayores poderes que los anteriores presidentes). Siempre con miras a encontrar baluartes contra la ruptura del sistema de partidos y del Parlamento. A este objetivo sirvió también Draghi, elegido porque no era un ‘político’».
Se explica así que este sistema en quiebra haya arrasado como una avalancha el Gobierno Draghi. Los analistas coinciden en que esta legislatura, que concluirá tras las elecciones del próximo 25 de septiembre, ha sido la peor de la historia de la República. Poco a poco se fueron perdiendo en el Parlamento un tipo de políticos con experiencia de gestión, con muchas lecturas y sentido de la historia. Política adolescente
Hoy el problema en Italia es la falta de una clase política preparada y madura. Sobre ello ha escrito Massimo Recalcati, respetado psicoanalista, director del Instituto de Investigación en Psicoanálisis Aplicado, destacando que en la política italiana el papel de la adolescencia incurable ha sido interpretado por el M5S: «Este movimiento heredó las características personales y antropológicas de su fundador (el cómico Beppe Grillo): el desprecio por las instituciones, la práctica constante de insultar y ridiculizar a los opositores, la denigración total del sistema de partidos, el chiste como relato, una concepción purista y fundamentalista de la propia identidad, el rechazo a la política como arte de mediación, la prédica populista de consignas retóricas para enfrentar problemas complejos, la ausencia de identidad y memoria cultural...».
Un ejemplo de esa retórica populista lo dieron los ministros del M5E en el Gobierno de Giuseppe Conte, que llegaron a gritar desde un balcón Palacio «hemos abolido la libertad» al introducir la llamada renta de ciudadanos, un subsidio para ayudar a desempleados, necesario en tiempo de crisis, pero sin controles: muchos prefieren trabajar sin contrato percibiendo un dinero negro y cobrando al mismo tiempo la renta de ciudadanía. La imaginación italiana es única e inimitable.
Hasta ahora nadie asumió la responsabilidad de la caída de Draghi. El expresidente del Banco Central Europeo ha dicho que Italia es un gran país libre y democrático y con grandes valores. Por eso merece una campaña seria y responsable, como pidió el presidente de la República, Sergio Mattarella, pensando no solo en Italia sino también en los valores europeos.
Hay analistas que ponen el foco de la crisis actual en el Movimiento 5 Estrellas y su proverbial desprecio por las instituciones