ABC (1ª Edición)

Belén y el marido bíblico

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El final de ‘Viva la vida’ es una mala noticia para quienes necesitan televisión en directo

Terminó ‘Viva la vida’, el programa que Telecinco tenía en las tardes del fin de semana. Es una mala noticia para quienes necesitan televisión en directo, personas hablando. Este espacio prolongaba el corrillo de la Campos, con los momentos retro de ‘Qué tiempo tan feliz’ e incursione­s en reportajes y sucesos. El corrillo era estupendo, con buenos periodista­s del corazón de toda la vida y jóvenes promesas como el aspaventos­o Avilés.

En cierto modo, el programa de Emma García se especializ­ó en voces femeninas alternativ­as, aquellas sin sitio en ‘Sálvame’. Allí contestaba al principio Carmen Borrego, allí empezó su serial Ana María Aldón y allí se ha defendido Raquel Mosquera. ‘Viva la Vida’ se fue haciendo necesario a medida que ‘Sálvame’ se politizaba y La Fábrica de la Tele extendía el pensamient­o único de Rocío Carrasco (‘Viva la vida’ era de Cuarzo).

No extraña que Belén Esteban, en su regreso al ‘Deluxe’, tuviera unas palabras para su productora. «Da voz a todo el mundo». No lo parece, pero se entiende la lealtad de la Esteban, que dio una gran entrevista. Con cinco operacione­s y «tristeza constante», volvió una Belén igual de popular («Yo voy a Ibermutua y soy una más»), pero conmovida, aún más amiga, en plena acción de gracias. A su mundo, el de su amiga Mariví, se incorporan nuevas personas: su ginecóloga Rocío, su fisio Vicky y su amiga Paloma de Paracuello­s, mujer de Raúl ‘el Churumbe’…

La rotura “en mil pedazos” de la tibia le pilló entre Dubái, donde fue por su gazpacho, y Las Vegas, para ver a Justin Bieber. Entonces llegó el accidente. Su testimonio ayuda a comprender que la vida es así, el azar lo cambia todo. Llegaron las operacione­s y ella se refugió en ‘su Migue’, marido bíblico que cuida de ella como de sí. «Meaba en un barreño verde, no me importa decirlo». Cuando pasan estas cosas, hay quien aprovecha para cambiar de vida; sin embargo, ella volvió al plató, entre lágrimas, a darle al Míguel (tilde siempre en la i) su lugar. «Es muy bueno mi Míguel». Y a agradecer aquella bajada de azúcar que lo puso en su vida.

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