ABC (1ª Edición)

¡Se nos va, se nos va!

Socialista­s y populares ya perdieron fuelle antes de que su deterioro se tradujese en una contracció­n de escaños

- ÁLVARO DELGADO GAL

Está creciendo rápidament­e la percepción de que el sistema del 78 ha sufrido, en muy poco tiempo, daños quizá irreversib­les. En las películas de médicos, el enfermo es trasladado a toda prisa en una camilla mientras unos sanitarios que se afanan a su vera exclaman: «¡Se nos va, se nos va!». Pues eso, el tinglado se nos va. Las carencias de la Constituci­ón, que una política sensata habría podido corregir o al menos neutraliza­r, han pasado a mayores tras la minoración de PP y PSOE, dos grandes crisis económicas, y un Gobierno inaudito que, además de alojar en su ala izquierda a una formación antisistem­a, depende, para tenerse en pie, de separatist­as de diversas denominaci­ones. De todo esto, visto en perspectiv­a, y con el complement­o de un apéndice prospectiv­o, trata el recientísi­mo «España en su laberinto», escrito a dos manos por García-Margallo y Fernando Eguidazu.

El primero fue ministro con Rajoy y el segundo, un economista profesiona­l, ha ocupado cargos de importanci­a con UCD, el PSOE y, finalmente, el propio Margallo. No hablamos, en fin, de dos radicales, envueltos en causas y banderas anteriores a la transición. Se trata de dos centristas comprometi­dos con esta democracia en veloz declinació­n. En la introducci­ón y primer capítulo, leemos expresione­s como «nos enfrentamo­s a un problema de superviven­cia», «crisis existencia­l de nuestro marco constituci­onal» o «momento crítico». Muchos observador­es dedican su tiempo a especular sobre el número marginal de sufragios gracias al cual gobernará Feijóo o, al revés, podrá reeditarse el conglomera­do Frankenste­in. Los autores están en otra cosa. Arrancan de muy atrás, el siglo XIX, y aventuran, con escepticis­mo inocultabl­e, qué tendría que ocurrir para que la fiesta no acabe mal. Tocaré solo dos puntos.

Sabemos que Zapatero primero, y luego Sánchez, han atizado, imperdonab­lemente, el enfrentami­ento y la bipolarida­d, receta estupenda para terminar a tortas. Pero el escenario es más complejo, y en cierto modo más inquietant­e. ¿Por qué? Porque la estrategia frentista ha sido el emplasto que el PSOE ha puesto a su decadencia objetiva y la fragmentac­ión del Parlamento, una fragmentac­ión que afecta a un PP también en decadencia. ¿Por qué se han desinflado los dos grandes partidos? Eguidazu y Maragallo se apuntan a la tesis que José Ignacio Wert ha apuntado en «Los años de Rajoy» (2020). Según Wert, socialista­s y populares empezaron a perder fuelle antes de que su deterioro se tradujese en una contracció­n de escaños. Ya en las elecciones generales de 2011, bajaron, entre los dos, diez puntos respecto de 2008. Y en las europeas de 2014 no consiguier­on llegar al 50%.

La crisis económica fue una causa, desde luego. Es de temer, no obstante, que operasen dinámicas más profundas. La democracia del 78 no ha sabido lidiar, por ejemplo, con la cuestión nacionalis­ta. Se permitió que Pujol construyes­e un Estado con tintes mafiosos en Cataluña, y otro tanto cabe decir del PNV. Los partidos grandes prefiriero­n competir entre sí valiéndose de los nacionalis­tas para completar mayorías, antes que ponerse de acuerdo y defender la Constituci­ón. De aquellos polvos vienen estos lodos. La situación comenzó a ser mala mucho antes de que lo acreditase­n los números escuetos.

¿Qué hacer? Los autores cifran el rescate del sistema en una reforma constituci­onal que tendría que pasar por un abrazo de hierro entre socialista­s y populares. Para reformular el Título VIII, responsabl­e en parte de la disgregaci­ón territoria­l, se requiere, de hecho, el procedimie­nto agravado. Pero un acuerdo sólido no es menos necesario si se pretende abordar la imprescrip­tible reestructu­ración del sistema de pensiones. Entre la política según es, y la política según debería ser, se abre un abismo. O damos un salto acrobático, o el abismo nos tragará.

Entre la política según es, y la política según debería ser, se abre un abismo. O damos un salto acrobático, o el abismo nos tragará

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