Bob Dylan: «Ahora nos lo dan todo masticado. No hay matices, sombras, misterio»
El Nobel de Literatura alterna ensayos musicales y reflexiones sobre cultura, religión y poligamia en su nuevo libro ‘Filosofía de la canción moderna’ recorre la historia de la música popular a través de 66 favoritas del artista
Desde que ganó el premio Nobel de Literatura en 2016, Robert Allen Zimmerman, Bob Dylan para amigos, saludados y todos los demás, ha publicado dos nuevos trabajos discográficos (‘Triplicate’, en 2017; y ‘Rough and Rowdy Ways’, en 2020) y un total de cuarenta canciones inéditas. Así a ojo, salen unas ochenta estrofas nuevas, treinta versiones del Great American Songbook, y el arrullo torrencial e inabarcable de ‘Murder Most Foul’. Además, en todos estos años posNobel, Dylan también ha oficiado unos 540 conciertos y ha ofrecido una o dos entrevistas, pero para encontrar el último vestigio de palabra escrita de primera mano, para rastrear al Dylan narrador, había que seguir rebobinando hasta octubre de 2004. Fue entonces cuando se puso en circulación ‘Crónicas. Volumen 1’, primera entrega de una autobiografía que raro sería que tuviese nuevas entregas.
Se entiende así que la publicación de ‘Filosofía de la canción moderna’ (Anagrama), hábilmente publicitado como «el primer libro de textos nuevos de Bob Dylan desde que ganó el premio Nobel de Literatura en 2016», se haya convertido en uno de los acontecimientos de la temporada en la encrucijada de la literatura rock y el rock con ambiciones literarias. O algo así. «A menudo el arte reside en lo que no se dice. Como reza el dicho, un iceberg se desplaza con elegancia porque casi todo él está bajo el agua», que asegura el propio Dylan a propósito de ‘Pancho and Lefty’, composición de Townes Van Zandt que popularizaron Willie Nelson y Merle Haggard en 1983 y una de las 66 canciones que el bardo de Duluth pasa aquí por su particularísimo tamiz.
Porque, con su esgrima verbal, su humor socarrón y sus conexiones aparentemente aleatorias, ‘Filosofía de la canción moderna’ podría haberse titulado también ‘Las meditaciones de Bob Dylan’. Una suerte de canon musical del siglo XX (apenas se asoma al XXI; sólo para despedir a Warren Zevon; ungir a su amigo John Trudell, a quien se llegó a conocer como ‘el Bob Dylan indio’; y ensalzar el talento de Alvin Youngblood a la hora de versionar ‘Nelly Was a Lady’) un vistazo a la cultura que le rodea y, sobre todo, una carta de amor y pasión al oficio de escribir canciones. «Ahora va todo demasiado lleno; nos lo dan todo masticado –reflexiona a cuenta de ‘Your Cheatin’ Heart’, de Hank Williams–. Las canciones tratan sólo de una cosa específica, no hay matices, sombras, misterio. Quizá por eso la música ya no sea un ámbito en el que la gente proyecta sus sueños; los sueños se asfixian en entornos tan enrarecidos».
Un canon sin casi mujeres
Para amantes de las categorizaciones, el canon que Dylan dibuja en ‘Filosofía de la canción moderna’ vendría a ser algo así: mucho rock de los años 50, algo de soul de los 60 y los 70, pinceladas de country y alguna que otra excursión al punk y al jazz. Elvis Presley, Little Richard, Johnny Cash y Roy Orbison. Los Temptations, Ray Charles y Edwin Starr. The Clash, Elvis Costello y The Who. Frank Sinatra, Dean Martin y Mose Allison. No busquen por aquí a los Beatles o los Stones. Tampoco, ya se habrán imaginado, a demasiadas mujeres –sólo Judy Garland, Rosemary Clooney, Nina Simone y Cher tienen capítulo propio– ni a artistas no anglófonos, monocultivo que sólo se rompe para hacerle un hueco a Domenico Modugno y su ‘Volare (Nel blu, dipinto di blu)’.
Por décadas, Dylan se olvida de los noventa, aletea brevemente alrededor de los ochenta y retrocede sin demasiados problemas a los años veinte del siglo pasado para perseguir a forajidos como el ‘Jesse James’ de Harry McClintock o trotar alrededor del banjo de Charlie Poole en ‘Old and Only in the Way’. El grueso, sin embargo, son los días de formación y de apogeo creativo. Los años en los que pasó de apóstol del folk a profeta eléctrico y en los que se convirtió en ese faro que, como celebra Andrés Calamaro, «no canta ni escribe para nosotros, se proyecta hacia una eternidad posible».
De ahí ha emergido brevemente para entregar una colección de ensayos profusamente ilustrada en la que se entrega al latigazo eléctrico y a la prosa telegráfica para describir algunas de sus canciones favoritas: ¿‘Pump it Up’? «La canción que cantas cuando estás a punto de estallar»; ¿‘Willy the Wandering Gypsy and Me’? «Un acertijo»; ‘¿My Generation?’ «Una canción que duda de todo y que no le hace ningún favor a nadie»; ¿‘Whiffenpoof Song’? «La calavera sonriente»; ¿‘Ball of Confusion’? «La canción en la que todo descarrila». También, y ahí está parte de la gracia de ‘Filosofía de la canción moderna’, aprovecha Dylan los hilos sueltos que van dejando las composiciones para reflexionar sobre el dinero, la religión, la cultura
contemporánea, el matrimonio o la velocidad de los tiempos modernos. «Una de las razones por las que la gente se aleja de Dios es porque la religión ya no está en la trama de sus vidas. Se presenta como algo a lo que hay que acudir como si fuera una rutina: es domingo, hay que ir a misa. O bien la blanden como amenaza los tarados políticos de cada bando. Sin embargo, la religión solía estar en el agua que bebíamos, en el aire que respirábamos», reflexiona a partir de ‘If You Don’t Know Me by Now’, de Harold Melvin & The Blue Notes.
Enredado en sus propias filias, Dylan no solo selecciona canciones: se funde con ellas para explicarse a través de materiales nobles y prestados. ¿Un ejemplo? ‘On the Road Again’, de Willie Nelson (uno de los pocos que, como Elvis Presley, Johnny Cash, Bobby Darin y Little
«El dinero no importa.
Ni las cosas que puede comprar. Por más sillas que tengas, solo tienes un culo»
Richard, hace doblete), es la excusa para hablar de la vida en la carretera, metáfora nada velada de ese infatigable ‘Never Ending Tour’ que le mantiene en marcha desde 1988. «Lo bueno de estar en la carretera es que no te dejas agobiar por las cosas, ni siquiera por las malas noticias. Te dedicas a dar alegría a los demás y te guardas tus penas para ti», escribe.
Con ‘Money Honey’, canción de Jesse Stone interpretada por Elvis Presley, el viejo Bob, a quien le persigue cierta fama de agarrado y pesetero, se aviene a teorizar sobre el mercantilismo y el valor de las cosas («en última instancia, el dinero no importa. Ni las cosas que puede comprar. Por más sillas que tengas, solo tienes un culo»), mientras que con ‘My Generation’, de los Who, explora lo que significa pertenecer a algo más grande que uno mismo. «Cada generación acaba seleccionando y escogiendo lo que quiere de las generaciones anteriores con la misma arrogancia y presunción ególatra que las generaciones anteriores», susurra Dylan.
Una de las grandes revelaciones llega con ‘Cheaper to Keep Her’, himno soul de Johnnie Taylor para Stax. Es ahí donde Dylan, dos veces casado y otras tantas divorciado, aprovecha para despacharse contra los abogados matrimoniales («derriban familias», concluye), los acuerdos prematrimoniales («es como jugar a cartas contra un crupier tramposo») y acabar reivindicando la poligamia como solución a todos los males. «Los matrimonios mixtos, las bodas gais… Sus defensores han presionado con toda justicia para que fueran legales, pero nadie ha luchado por la unión que de verdad importa: el matrimonio polígamo», sostiene. La polémica, claro, está servida. «Casi podemos oír el rechinar de dientes y los rugidos de las cruzadas y activistas. Pero antes de que las feministas me persigan por la calle con antorchas, consideremos dos factores», añade antes de ahondar en su argumentación. «Primero, ¿qué mujer pisoteada, sin futuro, apaleada por los caprichos de una sociedad cruel, no estaría mejor como una de las esposas de un hombre rico? Mantenida debidamente en lugar de sola en la calle a expensas de la ayuda gubernamental. Y segundo, ¿he propuesto yo que el matrimonio polígamo tenga que ser masculino-singular contra femenino-plural? A por ello, señoras. Ahí tienen otro techo de cristal por romper».
El bueno de Johnnie Taylor sigue cantando, vientos y coros desaparecen y al pasar la página aparecen, vaya por Dios, Ray Charles y su ‘I Got a Woman’. «El deseo se evapora, pero el tráfico no para», concluye Dylan. Y no, tampoco ahí parece que esté hablando de filosofía ni de canción moderna.