Kahnweiler, el marchante que susurraba a los cubistas
▶ Una exposición explora la relación del alemán con Picasso y su papel capital en la eclosión del movimiento ▶ La muestra reúne más de cien obras de Georges Braque, Juan Gris, Fernand Léger, Paul Klee y André Masson
Fue marchante, editor, teórico del arte, gestor cultural y, según se mire, también jardinero. Sí, jardinero. «Amaba a los artistas y su labor audaz, solitaria y clarividente. Fue, en cierto modo, su gran jardinero, protegiéndoles mal que bien de las inclemencias y de los malos tiempos, permitiendo que su obra eclosionara en las mejores condiciones posibles», destaca Xavier Vilató, sobrino nieto de Pablo Picasso. Porque el malagueño fue uno de los artistas a los que Daniel-Henry Kahnweiler amó, cuidó y regó con mimo durante décadas.
«Para él lo más importante era defender el arte, el humanismo», asegura Brigitte Leal, comisaria de la soberbia exposición que estrena el Año Picasso en Barcelona reivindicando al gran marchante del cubismo. «Nos ofrece otras perspectivas sobre Picasso y sobre el vital papel mediador que tienen algunas personas en la carrera de los artistas», resume Carlos Alberdi, comisionado para la conmemoración del 50 aniversario de la muerte de Picasso.
‘Daniel-Henry Kahnweiler. Marchante y editor’, que se puede visitar en el Museo Picasso de Barcelona hasta el 19 de marzo, se nutre de más de un centenar de obras del Centro Pompidou de París y de préstamos particulares para ensalzar la labor de un «protector y coleccionista» que sobrevivió a dos guerras mundiales, rehízo de la nada su colección otras tantas ocasiones, e impulsó las carreras de Georges Braque, Juan Gris, Fernand Léger y, claro, Pablo Picasso. A todos presentó a partir de 1908 en su galería parisina y, más de un siglo después, ninguno de ellos falta de una exposición construida a partir de obras maestras del cubismo, esculturas de Manolo Hugué, rarezas de Paul Klee e impactantes óleos de André Masson y Josep Togores.
Una selección excepcional que ayuda a entender hasta qué punto el ojo y el olfato de Kahnweiler ayudaron a incubar y proyectar el cubismo. «Supo ver lo que iba a ser importante en el futuro«, sostiene el teniente de alcalde de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona Jordi Martí. «Las obras que se pueden ver aquí son las que tenía en su casa, las que más quería», añade Leal.
Pasión y atrevimiento
Hijo de una familia de banqueros, Daniel-Henry Kahnweiler (Mannheim, 1884-París, 1979) «consideraba la pintura como una escritura inteligible del mundo», máxima que le llevó a interesarse por un artista que, decían, se había embarcado en la creación de una obra radical y temible. Una obra que en el París de 1907 pocos han visto pero de la que todo el mundo habla. El artista, como imaginarán, es Picasso. La obra, ‘Las señoritas de Avignon’, kilómetro cero del cubismo y argumento de peso para que el joven marchante, más joven incluso que un Picasso aún veinteañero, decidiera aliarse con los artistas «más atrevidos».
‘Daniel-Henry Kahnweiler. Marchante y editor’ es, de hecho, la historia de una pasión y un atrevimiento. También de una dedicación fuera de lo común. ¿Un ejemplo? Después de la Primera Guerra Mundial, cuando el estado francés secuestro sus colecciones de arte («bienes enemigos», las llamaron) y las subastaron, Kahnweiler no descansó hasta que logró recomprar las naturalezas muertas de Braque a su principal competidor, el marchante francés Léonce Rosenberg.
«Estableció una relación con los artistas que iba más allá de la relación comercial habitual entre un creador y su marchante«, destaca Leal. Judío de origen alemán, la Segunda Guerra Mundial volvió a dejarle sin nada y, una vez más, volvió a empezar casi de cero, recomprando obras maestras, abriendo una nueva galería y reencontrándose con Picasso para convertirse, a partir de 1957, en su marchante en exclusiva.
Por sus manos pasaron esculturas de Henri Laurens, óleos y muebles de Élie Lascaux, flechas de Paul Klee y retratos de André Derain, pero Pi
casso fue «el gran shock de su vida». De ahí que, después de una decena de salas que ahondan en su relación con Juan Gris y George Braque o en su faceta como editor y bibliófilo, la exposición desemboque en dos salas finales en las que Picasso toma la palabra a través de obras como ‘Mujer desnuda con sombrero turco’ (1955), ‘Mujer haciendo pis’ (1965) o ‘Las meninas’ (1957). Un fin de fiesta que pone también de relieve la relación de Kahnweiler con la Sala Gaspar, donde se pudo ver la obra de Picasso en una gran exposición de 1960; y su papel a la hora de consolidar la colección de obra gráfica del museo barcelonés,
«¿Qué hubiera sido de nosotros si Kahnweiler no hubiera tenido ese sentido de los negocios?», se pregunta el propio Picasso en uno de los murales de una exposición que ilustra la buena sintonía entre creador y marchante a través de fotografía de David Douglas Duncan y, cosas de artistas, de una instantánea en la que Jacqueline Roque retrata a Picasso y Kahnweiler disfrazados. «Se convirtió en uno de los grandes aventureros de su época y puso su experiencia en el mundo de los negocios y de las finanzas al servicio de ese arte que había nacido en los albores del siglo XX de la mano de sus amigos artistas», concluye Vilató.