El cazador de caza mayor
► Sucinto repaso al ayer y hoy de lo que se entiende por caza mayor, sus modalidades y quienes la practican
Ya en nuestro país, en el año 770, se reconocen por primera vez las ‘monterías’ o partidas de caza mayor
Se entiende por caza mayor, según el DRAE, la caza de jabalíes, lobos, ciervos u otros animales semejantes. El artículo 4 del Decreto de 25 de marzo de 1971, que regulaba el Reglamento para la ejecución de la ley de caza de 4 de abril de 1970, consideraba como piezas de caza mayor a la cabra montés, ciervo, corzo, gamo, jabalí, lince, lobo, muflón, oso y rebeco (actualmente han desaparecido de esta relación lince, oso y lobo, este último con reservas, y añadido el arruí, también con ciertas reservas).
Históricamente esta caza fue la que más interés suscitó entre la nobleza, y se han escrito ríos de tinta desde tiempos inmemoriales acerca de su valía y de sus formas de llevarla a cabo. Recordemos al ateniense Jenofonte (431-354 a. C.), filósofo e historiador, que en su ‘Cinegética’ alude a la forma de cazar ciervos, gamos y jabalíes. O al poeta romano Virgilio (70-19 a. C.), que cantó los méritos cinegéticos del personaje mitológico Evandro, rey de los arcadios. Ya en nuestro país, en el año 770 se reconocen las primeras ‘monterías’ o partidas de caza mayor. El rey Sancho VI de Navarra mandó redactar el ‘Código de Monterías’ en 1180, y casi dos siglos más tarde apareció el ‘Libro de la Montería’ durante el reinado de Alfonso XI. Se pueden citar muchas obras más, así como legislaciones y normativas redactadas al respecto, tanto antiguas como modernas, acerca de la caza mayor; buen número de ellas girando alrededor de una de sus modalidades estrella, la montería, dejando en segundo plano el resto de modalidades: gancho, rececho, chanteo, espera, aguardo, berrea, ronda y vaqueo.
Actualmente, la idiosincrasia de algunos cazadores de montería que ha variado levemente en relación a la que tenían sus antecesores. Cierto es que practican escrupulosamente los distintos actos típicos que figuran en el planteamiento de esta caza, pero los llevan a cabo mecánicamente, incluso en ocasiones con renuencia, a fin de aprovechar los tiempos. Así, no es de extrañar que se retiren después del toque de queda de la montería a todo correr para viajar lo más rápido posible a sus domicilios. O que muestren obsesión por abatir el mayor número de ‘trofeos’ o que debatan, a veces agriamente, sobre quién disparó antes a la res. Por otro lado, el avance de las tecnologías de locomoción y armamentística ha aumentado tanto que hace complicada la comparación entre monterías antiguas y recientes, hecho que es posible documentar con la lectura de algunos libros pretéritos, de los que recomendaría el escrito por el coronel Pedro de Morales Prieto en 1904, ‘Las monterías en Sierra Morena a mediados del siglo XIX’, ya que en sus páginas se relata la excursión que siete amigos del pueblo jienense de Arjona organizaron durante cinco días en la sierra con unos medios que pocos cazadores de hoy en día soportarían.
Pero no toda la caza mayor, como se ha dicho antes, es montería. Están el aguardo, el vaqueo, el rececho y otras que se alejan sustancialmente de ella, pues su desarrollo se acerca más bien al empleado en la caza menor.
¿Caza menor, caza mayor? Cada cual a lo suyo. Juan Génova
Iturbe, en su ‘Armas de caza’, de 1900, proclama que la montería es propia de guerreros y gente arriesgada, olvidándose los que se acostumbran a ella de la enervadora molicie y haciéndose ágiles y vigorosos para aguantar los mayores peligros. Miguel Delibes, en su ‘Escopeta al hombro’ de 1970, reflexiona por su parte diciendo que «la caza mayor, a excepción del jabalí, tiene unos ojos humanizados, especialmente dóciles y sumisos que yo no me siento con arrestos de apagar. Por si fuera poco, los venados, los corzos, las gacelas muertas adquieren un agarrotamiento, una rigidez que no me peta. Una perdiz pendiente de una percha es una pintura, un venado es un cadáver».