ABC (1ª Edición)

Jesús, el nuevo montero

► La primera res abatida en una montería es un recuerdo que acompaña al cazador durante toda su vida

- JOAQUÍN LAPATZA

Llegan de víspera, ambos con la emoción controlada que sin embargo se les derrama en risas nerviosas al reencuentr­o de amistades monteras. Cena ligera y conversaci­ones fluidas. Me encanta salir a la plaza del precioso pueblo de Guadalupe a respirar ese aire cortante de las noches de noviembre mientras me domina la estampa de su plaza con el Real Monasterio iluminado.

Sueño breve y ligero y ya estamos cargando coches en dirección a la mancha. Este ángel que carga con 18 primaveras, y al que yo quiero como a un hijo, barrunta en la cercanía del coche paterno y saluda con alegría solo frenada por su viscosa timidez y educación. Quiso Dios ponerle algún obstáculo más que a los demás ya desde pequeño; pero el amor, la entrega y el tesón de sus padres, hermana y abuelos lo ha traído hasta aquí, feliz, hercúleo y entregado a la causa.

Y es que ha acompañado decenas de veces a su padre, pero hoy es un día especial; hoy, si el puesto lo permite, será su primer día cazando en primera persona. Nadie lo sabe, solo el padre, que habiéndolo entrenado en todos los aspectos de la montería sabe que ha llegado su ansiado momento.

Transcurre pues la montería, y llega su momento. Falla y recarga, vuelve a disparar, y cobra su primera res. Me puedo imaginar la explosión de alegría del padre, que como todo padre de bien siente los éxitos de un hijo más fuerte que los propios. No me extrañaría si hubiera brotado alguna lágrima de felicidad, y es que en la vida de un

En la vida de un cazador hay pocas cosas más bellas que abrirle el camino a un hijo o hija

cazador hay pocas cosas más bellas que abrirle el camino a un hijo o hija.

Recogidos los aperos y la cosecha de carne y limpios los puestos, llegan a la comida. La noticia corre como la pólvora, «¡Jesús es montero!». La alegría nos inunda a los que nos sentimos amigos de padre e hijo. Durante la comida se suceden las enhorabuen­as y los avisos, habrá noviazgo montero.

Fieles a la tradición ancestral, llega el momento, y observo a Jesús emocionado y contento. El capitán cumple con la tradición quedándose en lo bueno, sin exageracio­nes, celebrando el rito iniciático sin dejarse nada en el tintero.

Yo observo al que un día fue un niño y hoy es un hombre al que la felicidad lo supera, y que controla con dificultad los nervios. Acaba la ceremonia y lo abrazamos de uno en uno, abriéndole el paso a esa hermandad no escrita que formamos los monteros.

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// JESÚS P. Concentrac­ión previa al lance inminente.

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