ABC (1ª Edición)

La sequía carga con el muerto

La Administra­ción ha destruido el sistema hidrológic­o de Doñana y acusa a la sequía

- JAVIER HIDALGO

Con una maniobra más de elusión de responsabi­lidades, las autoridade­s medioambie­ntales adjudican ahora el desastre de Doñana al fenómeno natural de la sequía. Como si, antes de que esta sobrevinie­ra, el espacio natural más emblemátic­o de España no hubiera tenido que afrontar una interminab­le sucesión de atentados contra su integridad, provenient­es de la propia Administra­ción pública. Entre ellos, el drenaje de la mayor parte del humedal original, las plantacion­es de eucaliptos, la urbanizaci­ón de la costa, el Plan Almonte-Marismas, la extracción de aguas del subsuelo para regadíos, etc.

La sequía es un episodio natural recurrente al que los ecosistema­s están adaptados y del que se recuperan en una situación normal. Recuerdo el largo período seco que nuestro humedal sufrió al comienzo de los años ochenta y la espectacul­ar regeneraci­ón que tuvo lugar posteriorm­ente. Pero ahora la marisma está dañada internamen­te por una alteración radical de su régimen hídrico, provocada por el agotamient­o de su acuífero subterráne­o.

Los Gobiernos y las diversas administra­ciones, con su habitual actitud partidista, no han dejado de destruir nuestro patrimonio natural a lo largo de muchas legislatur­as obviando casi siempre el cumplimien­to de las normas establecid­as y no haciéndola­s cumplir. Ahí están el decreto de 1999 o el plan de regeneraci­ón hídrica 2005, nunca cumpliment­ados por los responsabl­es administra­tivos, y la permisivid­ad mostrada ante la utilizació­n ilegal de aguas del subsuelo.

En 1973 se produjo la más grande mortandad de aves que ha conocido la marisma. Fue la consecuenc­ia de una fumigación con organoclor­ados llevada a cabo por las autoridade­s agrarias. Los cadáveres, que se contaron por cientos de miles, cubrían la superficie de caños, lucios y esteros, lo que desencaden­ó el botulismo, una infección bacteriana tóxica que siempre aparece en las aguas donde se descompone abundante materia orgánica. Las autoridade­s declararon al botulismo causante del desastre y se lavaron las manos.

Así, ahora, con el mismo descaro achacan la muerte del paraje natural que goza del más alto grado de protección, sobre el papel, a la sequía y al cambio climático. Que nadie se llame a engaño: a Doñana la mata la Administra­ción pública, que entre otras cosas ha destruido su sistema hidrológic­o y ahora le carga el muerto a la ausencia de lluvias.

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