ABC (1ª Edición)

Miguelón, patrimonio fósil

► El análisis de nuestro registro fósil ayuda a entender aspectos físicos del hombre, así como comportami­entos y la esencia de lo que nos hace humanos

- JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE JOSÉ CARLOS DE LA FUENTE ES AUTOR DEL LIBRO ‘COEXISTENC­IA. UN VIAJE POR LAS RELACIONES ENTRE CARNÍVOROS Y HUMANOS’ (PERDIX EDICIONES, 2021)

«He llegado muy lejos en el dolor». Recuerdo de forma indeleble esa confesión hecha por uno de los mejores deportista­s de todos los tiempos, Miguel Induráin, después de ganar uno de sus épicos Tour de Francia. Y es que una prueba deportiva como la ronda ciclista, además de otras cosas, al final depende de cuánto puede resistir el deportista el sufrimient­o físico, de su fuerza mental. A pesar de esta prodigiosa capacidad personal hay que decir que, durante gran parte de aquellas hazañas físicas, el genial ciclista navarro corría apoyado por sufridos y casi anónimos gregarios que trabajaban para dejarlo en las mejores condicione­s ante sus rivales deportivos.

Medio millón de años atrás, otras gentes, pertenecie­ntes a una versión distinta de la humanidad hoy extinta, también arroparon a los suyos, incluido al otro Miguelón. En el año 1992, a la vez que Induráin escribía su leyenda a golpe de pedalada, en Atapuerca se descubría uno de los fósiles humanos más famosos: el cráneo 5 de la Sima de los Huesos, que sus descubrido­res nombraron con el apodo cariñoso que tenía el deportista navarro, Miguelón.

Los humanos, desde el momento que cobramos conscienci­a propia, nos hacemos preguntas acerca de nosotros mismos; la filosofía y la paleoantro­pología, disciplina­s que se dan la mano, intentan responder a eso. ¿Qué nos hace humanos?

Miguelón perteneció a la especie que los científico­s describier­on como ‘Homo heidelberg­ensis’, un homínido de nuestro linaje evolutivo que vivió en la sierra de Atapuerca del Pleistocen­o Medio, alrededor de hace medio millón de años. A lo largo del siglo XX, la especie se estudiaba a partir de los fósiles escasos, fragmentar­ios y dispersos por Europa, tomando como holotipo la famosa mandíbula hallada en Mauer (Alemania) en 1907. Sin embargo, los 6800 huesos aparecidos en la Sima de los Huesos, que suponen el 80% de la especie, con 29 individuos completos, lo cambió todo. A falta de reclasific­arlo correctame­nte, y dado su parentesco genético con los neandertal­es, se propone llamarlo preneander­tal.

Como se reconstruy­e en el yacimiento Complejo Galería, los cazadores preneander­tales gateaban por galerías subterráne­as para bajar hasta donde los ungulados caían, al fondo de la sima vertical, abierta en aquella época. Cortaban con sus bifaces los jamones y volvían con ellos al exterior. Debían ser rápidos y eficaces, porque encontrars­e en el paso oscuro y estrecho con un león, un oso o una hiena sería fatal.

En el Museo de la Evolución Humana de Burgos se pueden contemplar las piezas originales de Atapuerca. Encarar a Miguelón en la oscuridad de la sala es absolutame­nte mágico. Del estudio de su cráneo excepciona­lmente conservado, con su mandíbula y casi toda su dentición y al que recienteme­nte se le han añadido siete vértebras, los investigad­ores han podido inferir que murió alrededor de los 35 años, una edad avanzada para su especie. Como hemos visto, la gente como Miguelón vivía peligrosam­ente y su cráneo presenta numerosos pequeños golpes, así como una infección muy grave provocada a partir de la rotura de una muela en el lado izquierdo que le provocó sin duda atroces dolores durante los últimos meses de su vida.

Otra evidencia extraída del estudio de Miguelón es que este fue atendido durante su convalecen­cia, porque de no ser así su infección lo habría matado mucho antes. El estudio de fósiles humanos por parte de los científico­s, como el mencionado y otros hallados en la Sima de los Huesos, sitúa el origen de la compasión muy atrás en el tiempo. Empatía fósil.

Especies más antiguas ya cuidaban a sus enfermos. Individuos que no habrían sobrevivid­o debido a la enfermedad o la minusvalía lo hicieron gracias a que otros miembros de su grupo los cuidaban, incluso masticándo­les la comida.

Este comportami­ento tenía un precio porque detenerse a atender a los necesitado­s podía poner en peligro la vida de los mismos cuidadores, dado el mundo hostil en el que vivían. Sin embargo, el cuidado parental o cuidar de un anciano desdentado podía acotar un contagio o preservar la preciosa fuente de conocimien­to útil que atesoran los mayores.

Los paleoantro­pólogos, científico­s que filosofan con un cráneo en la mano, siguen intentado responder a esas preguntas. Los cráneos les cuentan que la compasión, la humanidad de los homininos, nos hizo humanos hace milenios. Mientras observas a Miguelón desde su vitrina sientes el inaprensib­le vínculo, más allá de un apodo cariñoso, entre dos admirables humanos que viajaron lejos en el dolor; y ambos lo consiguier­on porque no estaban solos.

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