No eres nadie
No hará falta un nuevo periodo constituyente, bastará con llevar al TC a quienes lo llevan programado de fábrica
NO eres nadie si nunca usaste términos como distopía, ‘woke’, magufo, orwelliano, ecofeminista, queer, cancelación, ‘overthinking’ o guerra cultural. Se utilizan, definen pensamientos, fabrican doctrinas, simplifican tu vida hasta reducirla a tópicos y luego se convierten en modas que van pasando, como las hombreras anchas o los calcetines blancos para zapato negro. Ahora toca lo ‘iliberal’. Supongo que como sustitutivo de latiguillos agotados como populismo, polarizador, autoritario, intervencionista, cesarismo… La crisis de lo liberal, autoinfligida por la estupidez y desmesura con que el poder absoluto de la partitocracia lo vicia todo, nos da una patada en la boca y desguaza el pensamiento hasta encasillarlo en vulgaridades con las que debes identificarte porque sí. De lo contrario, caducas, te anclas en tu pasado, no evolucionas, y solo entonces eliges por pura resignación. Terminas rumiando que tu modelo ha sido superado. Quien lea a Fukuyama, incluso en diagonal, maldice que nos hayamos dejado ir con tanto magreo a las democracias liberales, con la prostitución de las constituciones, o con tomar al ciudadano-contribuyente por imbécil. Sorman lamenta que el liberalismo esté débil y asediado y sea incapaz de «canalizar el mal contemporáneo». Pero no lo percibe como una renuncia, sino como la oportunidad idónea de un renacimiento. Veremos.
En una brutal biografía de Benjamin Constant, uno de esos iconos del liberalismo maltratado por los siglos que Ángel Rivero ha recuperado a base de lógica histórica y delicia literaria, hay una evidencia difícil de advertir. El mundo no se guía solo por ideologías a izquierda y derecha, sino por modelos: por el hombre o contra el hombre. Nadie acertaría hoy a describir si Constant era de izquierdas o de derechas. Fue un «educador en el liberalismo y un aplicado defensor del parlamentarismo como mejor sistema para acomodar la libertad individual». Eso hace tres siglos era asimilable a la izquierda; hoy en cambio, resulta derecha fascistoide. La lucha ya no es de conceptos, sino de detección de atajos. Los llantos por el liberalismo moribundo a manos de una globalización digital que avanza hacia proteccionismos nacionalistas ya son estériles. Y lo peor es que los avisos no sirven de mucho. Quizás, solo para certificar la decadencia de las democracias liberales, cuando no su defunción a manos de un populismo forense en plena autopsia.
Es el primer año de muchos que no llegamos al 6-D con todo el victimario doctrinal de la izquierda empeñado en que la Constitución está desfasada en su espíritu, caduca en su letra y obsoleta en su eficacia. Aquel gota a gota de años, pesadísimo, ha sido abandonado, pero no porque derogarla no sea su objetivo, sino porque han mutado su estrategia. El atajo consiste en manosear las leyes para que, sin tocar la Constitución, sí se reviertan sus efectos. No hará falta ningún nuevo periodo constituyente, bastará con sentar en el TC a quienes lo llevan programado de fábrica. Mientras el liberal se flagela meditando hacia dónde avanza, la maquinaria teledirigida por la uniformidad iliberal maquina, ejecuta y rompe. Y en la sala de autopsias solo se oye un réquiem por tanto constitucionalista inflamado de inanidad. No somos nadie.