Los restos inmortales del poeta
Vivimos en un país asombroso en el que, treinta y ocho años después de su muerte, la obra de nuestro premio Nobel Vicente Aleixandre no cuenta con una edición crítica en condiciones. Además, pueden contarse con los dedos de una mano los investigadores que han podido trabajar en su archivo y por tanto falta también por editarse –amén de estudios monográficos– una biografía literaria, canónica, donde figure el contexto, la historia que rodea su creación. Desde que en un frío diciembre de 1984 los restos mortales de Aleixandre recibieron sepultura su obra ha estado dormida, por así decir. «Y dormir no es vivir», según su verso célebre. Ya nos habíamos olvidado de que los restos inmortales del poeta: sus palabras, sus manuscritos, estaban fuera de la atención que merecían. Curioso país.
Vivimos en un lugar en el que todo el esfuerzo del debate público se lo llevó la vieja casa ruinosa del poeta, mientras su archivo dormía, al cuidado de Ruth Bousoño, viuda de Carlos Bousoño, su gran amigo, autor de la ‘Metáfora del desafuero’. Pero lejos de los estudiosos y aislado, como un árbol vuelto a las raíces, por diversas circunstancias, ya superadas.
Metáforas aparte, esta situación cambia hoy radicalmente gracias a la declaración de BIC, Bien de Interés Cultural, por parte de la Comunidad de Madrid del legado de Aleixandre. Ya no podrá desgajarse o venderse, sino que se conservará como unidad. El acceso a la investigación está asegurado desde ahora, así como el conocimiento público del fondo documental. Quienes hemos seguido atentamente el proceso sabemos que no ha sido fácil. Seguramente universidades y centros de investigación extranjeros podrían haber aprovechado la situación para comprar todo o una parte.
El buen hacer de la consejera de Cultura, Marta Rivera de la Cruz, ha puesto a salvo lo importante, los restos inmortales de Aleixandre. Con la necesaria discreción, comprobar el estado del archivo ha sido el paso previo imprescindible para declararlo BIC. El dictamen de los expertos de la dirección general de Patrimonio es claro: está en buen estado, pero no en las condiciones que debería estar un fondo de tanta relevancia. Necesita un lugar apropiado.
Mientras tanto, la casa del poeta sigue en medio de un litigio entre herederos y pendiente de una subasta judicial. La casa de Velintonia, que podría cultivar la memoria del Nobel y su papel de nexo entre generaciones literarias españolas, es hoy principalmente el escenario de un conflicto del que no son ajenos los políticos ni muchos de los que reivindican su adquisición y reforma. Los manuscritos en viejos papeles y las tenues correcciones han demostrado ser más fuertes para servir a esa memoria que las reivindicaciones radicales y voluntaristas. Ojalá que pueda llegarse también a un espacio de acuerdo en referencia a la casa, que fue el escenario de la amistad y la poesía desde voces de la Generación del 27 a los Novísimos, pero cuyos ladrillos son tan solo ya la cáscara del huevo. Lo más importante, lo que nutre verdaderamente la memoria de Aleixandre, son las palabras del poeta, sus restos inmortales: «Esa canción total que por encima de los ojos/ hacen los sueños cuando pasan sin ruido». Ya se han salvado.