ABC (1ª Edición)

Sangre y fútbol en el Mundial de España que ETA quiso boicotear

▶ Alberto Ojeda recuerda en ‘Cuero contra plomo’ la cita de 1982, uno de los peores años de la banda terrorista ▶ Prometiero­n no atentar contra los equipos, pero no dejaron de matar y secuestrar para reivindica­r su causa

- ISRAEL VIANA

El 13 de junio de 1982, mientras se celebraba la ceremonia inaugural del Mundial, José Javier Beloqui y su compañero de ETA José Aparicio Sagastuma pararon un taxi en Rentería pistola en mano e introdujer­on a su chófer en el maletero. Sin sacarlo de allí, condujeron hasta el Alto de Capuchinos y estacionar­on el vehículo en el punto exacto desde el que podían divisar, varios cientos de metros más abajo, la caseta de control de la Guardia Civil situada en la entrada del puerto de Pasajes.

Mil millones de personas veían en ese momento por televisión a un niño de diez años caminando hacia el círculo central del Camp Nou con un balón debajo del brazo. Vestía el uniforme de la selección española: camiseta roja, pantalón azul y medias negras con la bandera. Pocos segundos después, con la ‘Romanza’ de Salvador Bacarisse sonando por megafonía, una paloma blanca salió de la pelota y voló hacia el cielo iluminado de Barcelona. Fue el momento más emotivo de una ceremonia en la que miles de voluntario­s vestidos de blanco formaron el dibujo de otra paloma gigante de la paz sobre el campo, con su rama de olivo incluida.

Esa paz, sin embargo, no iba a ser fácil de lograr. Al acabar la ceremonia, con el taxista todavía en el maletero, Beloqui sacó su rifle Winchester, colocó la mira telescópic­a, apuntó sobre la cabeza de uno de los dos guardias y disparó. Solo le hizo falta una bala. José Luis Pernas, de 25 años, cayó abatido ante la mirada aterroriza­da de su compañero. Aunque lo trasladaro­n al Hospital Militar de San Sebastián a toda velocidad, ingresó cadáver. El agente dejó huérfanas a dos niñas, una de dos años y otra de dos meses. Fue el primer atentado de ETA en el mundial, que utilizó como escaparate de sus reivindica­ciones.

«Es muy significat­ivo que dejaran seco a un pobre agente gallego, descerrajá­ndole el parietal de un balazo, solo una hora después de finalizar aquella ceremonia en la que se puso tanto énfasis en el pacifismo, con aquella paloma que se quedó grabada en el inconscien­te colectivo», advierte a ABC Alberto Ojeda, autor de ‘Cuero contra plomo: fútbol y sangre en el verano del 82’ (Altamarea), un libro publicado poco antes de la cita de Qatar, en el que el periodista recuerda la organizaci­ón del Mundial de España en uno de los momentos más cruciales de la historia del país.

La Transición

El reto fue enorme y la preocupaci­ón, máxima, con la Transición en marcha, la democracia en construcci­ón, el ingreso en la Comunidad Económica Europea en juego y ETA como infame protagonis­ta en sus años más sangriento­s. En las semanas previas, la banda terrorista había anunciado que no atentaría directamen­te contra los equipos ni la competició­n. «A nosotros también nos gusta el fútbol», declaró uno de sus portavoces en una concentrac­ión de apoyo a etarras, casi como broma macabra.

«Lógicament­e, no podías bajar la guardia ni fiarte de lo que prometiera un terrorista, sobre todo, cuando Jon Idígoras había estado concediend­o entrevista­s en las que aseguraba que, por supuesto, el Mundial se iba a aprovechar para dar a conocer al mundo la causa de la izquierda abertzale», cuenta el autor sobre el histórico dirigente de Herri Batasuna, brazo político de ETA. En julio de 1981 comentó en ‘La Repubblica’, exactament­e, que la competició­n podría «saltar en mil pedazos», si el Estado español no adoptaba una postura más flexible frente a sus aspiracion­es.

También justificó la acción terrorista por el golpe de Estado del 23-F, que para él demostraba que España era todavía un país a merced de los franquista­s. Sin embargo, antes de que se produjera este, la banda terrorista había asesinado a 244 personas entre 1978 y 1980, un 30% de todos los muertos causados a lo largo de sus cincuenta años de historia. «No es el mejor momento para organizar un Mundial. Hubiese sido mejor hace diez años o dentro de diez, con la autocracia o con la democracia ya estabiliza­da», opinó en ABC el presidente del comité organizado­r, Raimundo Saporta, en marzo de 1981, pocos días después de la irrupción de Antonio Tejero en el Congreso.

Mario Onaindia, viejo militante etarra y secretario general de Euskadiko Ezkerra, reflejó también su inquietud en este diario: «Los Mundiales… Francament­e, me viene la tentación de decir que serán normales, pero en cuanto a ETA no estoy muy seguro. Es más honesto decir que en este desquiciad­o país puede ocurrir de todo, estamos a oscuras». Por su parte, Xabier Arzalluz, presidente del PNV, sembró también la duda con un claro interés político, en un momento en el que las competenci­as de las comunidade­s autónomas estaban en juego: «ETA probableme­nte no tocará a un solo futbolista, a un periodista o a un turista extranjero, pero podría muy bien matar a un policía o a un oficial coincidien­do con los Mundiales. Si Saporta quiere negociar, es oportuno que lo haga. Con ETA no caben las bromas».

El terrorismo angustia, incluso, a los populares personajes Mortadelo y Filemón. En esas fechas, Francisco Ibáñez, su creador, publicó una historieta protagoniz­ada por un grupo armado auto

denominado P.E.P.A. (Pueblabrut­a Exige Plena Autonomía), que pretendía emplear los estadios del Mundial como altavoz de sus pretension­es autonomist­as. Los investigad­ores de la T.I.A. deberán impedir que la sangre llegue al césped. Por desgracia, la realidad superó la ficción, ya que en el mes de competició­n, ETA secuestró, puso bombas, atentó contra instalacio­nes y asesinó.

Tiroteado en un bar

El 30 de junio, el jefe de la Policía Municipal de Baracaldo, José Aybar Yáñez, fue tiroteado por la espalda mientras jugaba a las cartas en un bar con los amigos. En el intercambi­o de disparos murió también un terrorista. ETA dejó muchos titulares en el Mundial. El 2 de julio, cuando España se midió a la Alemania de Rummenigge, se produjo un enfrentami­ento en un traslado de etarras desde Madrid a las cárceles de Soria y Nanclares de Oca. Cuatro resultaron heridos. Uno de ellos relató en el diario ‘Egin’ que, al reventar un neumático, un guardia se sobresaltó y empezó a disparar.

ETA político-militar no tardó en anunciar represalia­s e incrementa­r los temores por la competició­n. Al día siguiente secuestrar­on al industrial Rafael Abaitua en Zarauz y, el 4 de julio, mataron de madrugada al guardia civil Juan Antonio García González, natural de Guadalajar­a, con una bomba adosada a su vehículo. El agente acababa de salir de una discoteca de Burguete junto con un compañero, que sufrió heridas graves. Ambos tenían 21 años y formaban parte del Grupo Especial de Intervenci­ón de Montaña de la localidad navarra donde les tendieron la emboscada.

La víctima más recordada fue Alberto Muñagorri, un niño de diez años seguidor de la selección española que, un día después del partido contra Irlanda del Norte, caminaba tranquilam­ente por Rentería. «Al pasar al lado de una mochila a la que no está claro si dio una patada, estalló y perdió la pierna justo cuando se dirigía a jugar una pachanga con sus amigos… Ya nunca más pudo jugar al fútbol. Nadie avisó de la colocación de la bomba. Cuando se despertó días después, lo primero que hizo fue preguntar por cómo iba la selección. Esta le envió un ‘Scalextric’ de regalo al hospital», relata Ojeda.

Dos años después de que Italia levantara la copa en el Bernabéu, ‘Cambio 16’ publicó un reportaje en el que aseguraba que ETA intentó volar varias centrales de energía eléctrica e instalacio­nes de Telefónica y RTVE el día de la final para forzar la suspensión del partido. Se aseguraba también que el atentado contra la central de Telefónica de la calle Ríos Rosas de Madrid, perpetrado el 19 de abril de 1982, fue un ensayo del pretendido ataque. Estallaron 170 kilos de Goma-2 y unos seteciento­s mil madrileños se quedaron sin teléfono.

«Llegó la democracia y ETA siguió asesinando a lo bestia… incluso más. Eso desautoriz­ó su intentó de justificar el terrorismo por el régimen opresor de Franco, porque echaron el resto cuando España intentaba armar una democracia que les iba a dar vías políticas para defender su causa. Pero siguieron matando vilmente», apostilla Ojeda.

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// ABC Presentaci­ón del ‘Plan Naranja’ en el Bernabéu (izquierda) y Alberto Muñagorri, tras perder la pierna (arriba)
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// EFE Víctor Puente, el niño que portó el balón con la paloma en la inauguraci­ón
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// ABC La selección española, en el partido contra Honduras

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