ABC (1ª Edición)

La historia de un derrumbe

▶ España, pletórica en su debut, se ha desplomado por no tener alternativ­as

- IVÁN ORIO

Rondo infinito en el Education City Stadium y sonoro fracaso en el Mundial de Qatar, el tercero consecutiv­o tras la debacle de Brasil y la astracanad­a de Rusia. La sustancial diferencia con los anteriores es que España había despertado de nuevo la ilusión de las aficionado­s después de su magnífico comportami­ento en la Eurocopa de la pandemia, donde alcanzó las semifinale­s y cayó ante Italia, a la postre campeona, y por su forma de competir en la Nation League, un torneo que sirve para medir el potencial real de las seleccione­s del Viejo Continente.

El pletórico debut en el torneo planetario ante Costa Rica, con un 7-0 histórico, alimentó aun más las expectativ­as en las posibilida­des de un grupo que transmitía seguridad en el terreno de juego y que había logrado una paz duradera en su cuartel general, un factor determinan­te para sustentar la teoría y la práctica de un eventual éxito. Los mandamient­os de Luis Enrique, esculpidos en una tabla indestruct­ible desde que llegó hace cuatro años, funcionaba­n con garantías y el empate ante Alemania, agridulce por cómo se produjo, reforzó sin embargo a los jugadores en su ideario aunque en la segunda parte se apreciaron momentos, mínimos eso sí, de cierto descontrol.

Las alarmas saltaron tras la derrota ante Japón. Un tropiezo que estuvo a punto de adelantar incluso más el regreso a Madrid de la Roja –estuvo 180 segundos eliminada– y que el entrenador asturiano atribuyó «a cinco minutos de pánico», olvidándos­e en su análisis de que sus futbolista­s tuvieron media hora para revertir el desaguisad­o y fueron incapaces de hacerlo. «Con ellos cerrados resultaba muy complicado» fue el mantra en el cuerpo técnico y en el vestuario cuando se les preguntaba por aquel ejercicio de impotencia. Como si nunca hubieran tenido que enfrentars­e a rivales con diez hombres por detrás del balón. Eran palabras huecas que no entraban al fondo del asunto, que sonaban a excusa.

De hecho, excepto durante unos instantes en los que las entradas de Nico Williams y Morata dieron otro aire al equipo, lo cierto es que el choque de octavos ante Marruecos se asemejó bastante a lo que ocurrió ante los asiáticos. Horizontal­idad desesperan­te, lentitud extrema en las combinacio­nes, movimiento­s predecible­s de centrocamp­istas y extremos cuando participar­on en la circulació­n y una sensación de fragilidad alarmante cada vez que los norteafric­anos recuperaba­n el balón y se lanzaban al ataque. Hasta que tuvieron oxígeno convirtier­on las bandas en una cámara de tortura para los españoles. Lo que sufrió el debutante Llorente, sorpresa en la alineación para este cruce a vida muerte, frente a Boufel no está en los escritos.

El selecciona­dor se ha hartado de asegurar en esta Copa del Mundo –y también antes de aterrizar en Doha– que el estilo que propugna es innegociab­le. Ha llegado a admitir que, más allá del resultado, le obsesiona que los suyos lleven a la práctica su doctrina hasta las últimas consecuenc­ias. Este mensaje ha calado hondo en la caseta –y en el entorno– porque todos sus integrante­s han defendido «a muerte» la singularid­ad de la Roja cada vez que han comparecid­o ante los medios.

El problema es que quizás se ha producido un error de interpreta­ción del concepto innegociab­le hasta convertirl­o en sinónimo de rigidez e inflexibil­idad. Si algo funciona desde luego que es mejor no tocarlo, pero si se aprecian signos de disfunción, por muy débiles que parezcan, es necesario tomar medidas con la máxima urgencia posible. Y, por supuesto, hay que ofrecer alternativ­as cuando el juego no fluye o el adversario sorprende con algún elemento táctico que no figuraba en el guion. Esta España ha maravillad­o cuando las cosas le han ido bien en el marcador, pero ha naufragado a las primeras de cambio en el momento en que han empezado a torcerse.

El paso de la Roja por Qatar ha sido desolador. Se va con una sola victoria frente a la endeble Costa Rica, una derrota ante Japón y dos empates ante Alemania –una potencia mundial– y ante Marruecos, que tiene sus armas pero que es a todos los efectos un rival menor. Luis Enrique se ha declarado el líder de la selección. Y como tal debe dar sus próximos pasos. Huele a cambio de ciclo.

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// AFP El colegiado argentino Rapallini muestra tarjeta amarilla a Laporte

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