ABC (1ª Edición)

Marruecos toma España

La población norteafric­ana en nuestro país ocupó ciudades y pueblos para celebrar su éxito en el Mundial. La calle Manolo Escobar fue el epicentro de la gran fiesta en El Ejido

- J. J. MADUEÑO / J. MARTÍNEZ

En la calle Manolo Escobar de El Ejido no sonó anoche el ‘Que viva España’. El árabe es el idioma habitual. En una pantalla, en una de las esquinas, en el café de Abdelrahim muchos jóvenes seguían los penaltis por la ventana. Cada fallo de España era un pequeño conato de explosión, hasta que llegó Hakimi. Al traspasar el balón a Unai Simón estalló la alegría. Las banderas salieron volando y algunas camisetas. «Eo, Eo, este el comienzo de la felicidad», gritaba un grupo de chavales en árabe, al que se le unió cada vez más gente, hasta ser cientos las personas que celebraban en esta calle, centro del barrio marroquí de esta ciudad almeriense. Esa tarde los propietari­os de los invernader­os había dado dispensa a sus trabajador­es. La Policía Local controlaba que la celebració­n no se desmadrara, mientras que la Policía Nacional estaba desplegada en la esquina con el bulevar para evitar que se cortara la vía principal. En medio de todo ese cordón, cientos de personas lanzando su alegría al cielo. Algunos lloraban de emoción, otros tiraban caramelos, saltaron los confetis y otros regaban con agua a los asistentes. Una explosión de júbilo por meterse en unos cuartos de final de un Mundial 36 años después. «Ya nos tocaba», decía uno sobre una señal de tráfico.

Hacía calor. Desde las puertas de los locutorios se grababa y apareciero­n las bengalas. Primero el fuego tiñó de rojo el ambiente, luego bombas de humo verde. Una fiesta. La multitud gritaba. «Tira, tira, tira», como cada vez que durante el partido se acercaba un jugador de Marruecos al área de España. «Eso es para se vaya la mala energía», señala Aimar desde la terraza de su bloque de pisos, donde algunas mujeres en bata siguen la celebració­n desde la distancia.

Entre los celebrante­s abundan las banderas de Marruecos, pero también las bereberes entre los rifeños. «Soy africano, voy con Marruecos», dice un senegalés, que se cruza con otro que lleva anudadas la de Argelia y con la de Marruecos. «Gana el Magreb», dice una joven desde un coche mientras agita la bandera de Argelia. No faltan las banderas de España, ni tampoco las camisetas. «España también es mi país», señala entre la muchedumbr­e Mohamed. Marruecos avanza. «España ya tiene un mundial, pero ahora nos toca a nosotros», afirma Abdelrahim, en cuyo café muchos han seguido el partido.

En el bulevar, los coches colapsa

ron el tráfico. Banderas de Marruecos por la ventana y presionand­o la bocina hasta quedarse sin fuerza en el brazo. Una vuelta tras otra, sin importar el precio del litro de gasolina. Daba igual todo. Solo importaba celebrar el pase. «No queríamos jugar con España. No queríamos este partido. Marruecos hizo los deberes, pero España no», decía Mohamed en la previa, antes de que los cafés se llenaran.

Había previsión de problemas. De ahí el despliegue policial que se llevó a cabo. Los bares que iban a dar el partido hasta pusieron precio a las entradas para disuadir. «No voy a dejar entrar a todo el mundo. He subido el precio para selecciona­r a quién entra a ver el partido. No quiero exaltados», aseguraba Abdelghani. Hasta cinco euros costaba un asiento frente a la televisión entre la bandera de Marruecos y la de España. La retransmis­ión se veía en árabe en una tienda de fruta, en una esquina o en el móvil en una barbería.

En el Café California, uno de los únicos que no cobró entrada, los asientos estaban pillados dos horas antes. Allí se celebraba cada acción defensiva de Marruecos, cada regate y cada ocasión de peligro. Había nervios. En este café dos niñas jugaban con globos de Marruecos, vestidas con los colores del país, mientras que uno de los asistentes tendía la alfombra en un lateral de uno de los salones, frente a la tele, y se ponía a rezar.

Era el tiempo en el que Ayub buscaba una bandera de Marruecos por todos los bazares. Saray, su pareja, se había levantado por la mañana y le había dicho que iba a ganar España. Había sacado la bandera y le estaba dando la matraca. Tenía puesta la camiseta, pero quería la bandera del país para animar a su selección. «No me ha dicho ni buenos días», decía riendo sobre el pique con su pareja.

Con Marruecos y España

Había ganas de partido, pero todos decían que la alegría sería igual ganara quien ganara. «El que mejor juegue», decía el pequeño Mouad vestido con la camiseta de Marruecos. «Soy de aquí. Si gana Marruecos lo voy a celebrar, pero si gana España va a ser mi selección a partir de ahora», decía Samir, que acabó agitando la bandera roja con la estrella verde en la calle Manolo Escobar, con las lágrimas saltadas por la felicidad del momento.

En la Ciudad Condal parecía que el Barcelona había ganado la Champions. Canaletas se vistió de rojo y verde y, en cuestión de quince minutos tras acabar el partido, una marea humana arrancó dirección plaza de Cataluña entre cánticos en árabe, bengalas y mucha, a veces demasiada, pirotecnia.

Un altavoz encabezaba la comitiva y un millar de marroquíes celebraba mientras los hogares españoles apagaban el televisor. Banderas, no sólo de Marruecos; también de Argelia, Túnez y Egipto celebraban la victoria. La del mundo árabe casi en su conjunto. La selección de Regragui acababa de hacer historia. La Policía había planeado un dispositiv­o especial anunciado desde el viernes. Con la mirada puesta en Bélgica, donde hace una semana aficionado­s marroquíes se enfrentaro­n con la Policía en las calles de Bruselas tras la victoria de su combinado, los Mossos d’Esquadra sabían que podía darse una situación difícil. Todavía peor siendo la norteafric­ana la comunidad extranjera más numerosa en Cataluña. Con más de 238.000 personas de este origen empadronad­as, según los datos del Govern.

A primera hora de la tarde, la mayor presencia de furgones se notaba en la plaza de Cataluña y sus inmediacio­nes. Rambla adentro, en el Raval, había cientos de personas concentrad­as. Cada televisor, de cada bar, aunaba decenas de fanáticos siguiendo a su selección. Comentaban el partido en una tortilla de lenguas difícilmen­te comprensib­le. Pero no abundaba el castellano ni el catalán. De hecho, el Raval es uno de los barrios que más inmigrante­s acoge, con el 50 por ciento de su población.

La ocasión más clara de Marruecos en la prórroga, el disparo de Cheddira, ya dejó entrever el equipo al que animaba la mayoría. Prácticame­nte nadie se exaltó en la última jugada del partido para España, que fue la ocasión perdida de Sarabia. Para la tanda de penaltis, las calles del Raval parecían Tetuán, Casablanca o Marraquech. El que no animaba a Marruecos, no animaba. Nadie a favor de España.

La euforia se desató con el penalti definitivo de Hakimi, nacido en España. Con el gol, las calles se prendieron de bengalas, banderas estrellada­s –no ‘esteladas’, que tampoco abundan por estas calles– y juguetones cánticos contra Morata, Luis Enrique y Busquets. Nada fuera de lo habitual en un partido con olor a derbi.

Si la facción más joven de la afición se echó a la calle, la mayor parte de la comunidad marroquí, sin embargo, vivió recogida el encuentro. Aprovechan­do una velada histórica de su combinado para celebrarlo con los suyos. En el restaurant­e Córdoba, del Puerto del Fórum (San Adrián de Besós), se reunieron 300 personas para disfrutar, además del encuentro, de un menú de media tarde con la familia.

Aplausos, vítores y una banda que animaba al ritmo del timbal y la trompeta. Cánticos en árabe y en español. Arroz al curri y pollo a la brasa. La estrella verde sobre el fondo rojo de Marruecos decoraba todas las paredes de la sala. Pero también la rojigualda, país de acogida de una comunidad, que asegura que, de haber perdido apoyarían a España, «su tierra de acogida».

Es el caso de Ahmed Senhaje, músico, y natural de Tánger. Se gana la vida con su grupo actuando en bodas árabes, conocidas por su vitalidad. Reconocía a la media parte animar a Marruecos, aunque también se alegraría si pasaba España. Al final del partido era incapaz de contener la emoción. Como él, todo su grupo y la mayor parte de la sala, donde podía incluso verse alguna camiseta española.

Evento en paz

Lo mismo opina Abdel Kader Magnas, organizado­r del evento, que se preocupó en todo momento porque se viviera el evento en paz, y animó desde el principio a la comunidad en redes sociales a que no hubieran disturbios ni violencia de ninguna clase. «El fútbol debería ser una fiesta. Animo a Marruecos porque es donde nací, pero me siento mal en parte por España», apuntaba al final del partido.

El incidente más reseñable se produjo en Huelva. Emergencia­s 112 confirmó una pequeña pelea entre aficionado­s en un bar en la zona de La Palmera. Según el particular que avisó eran adolescent­es de ambos países que se calentaron. El servicio de 112 no recibió ningún reporte de heridos. La pelea no fue a mayores, salvo algunas sillas lanzadas. Según explica Emergencia­s no hizo falta la intervenci­ón de la Policía, cuando llegaron el ambiente ya se había relajado.

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// FRANCIS SILVA Aficionado­s marroquíes celebran la victoria de su selección en la calle Manolo Escobar de El Ejido
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// FRANCIS SILVA La colonia norteafric­ana lo pasó en grande
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// CEZARO DE LUCA / ADRIÁN QUIROGA / EFE Seguidores marroquíes en Melilla. En las Ramblas la fiesta fue total. Y lo mismo en Algeciras

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