ABC (1ª Edición)

BARCELONA, ‘CASA NOSTRA’ PARA LOS FUGITIVOS DE LA MAFIA

- ELENA Por BURÉS

Destino migratorio y vacacional de los italianos, permite a los mafiosos pasar desapercib­idos. Blanquean el dinero del narcotráfi­co con negocios en el sector hostelero e inmobiliar­io. Pese a las precaucion­es que adoptan, es la visita de un familiar la que suele facilitar su detención

Como uno más, entre ruletas y máquinas tragaperra­s. Tres de la madrugada en la calle Marina de Barcelona. Seis individuos acaban de salir del casino del Puerto Olímpico cuando los Mossos d’Esquadra les dan el alto. Los agentes tratan de identifica­r a uno de ellos, pero los otros cinco se revuelven. Ejercen de escoltas de Raffaele Amatto, el que fuera mano derecha del ‘boss’ Paolo di Lauro hasta que, tras su detención en 2002, sus hijos, con Cosimo a la cabeza, se rebelaron contra la vieja guardia. Comenzó así una guerra sin cuartel –la ‘faida di Scampia’– y Amatto huyó a España, donde fundó una escisión: el clan Amatto-Pagano. Junto a su mujer, Elmelinda, y una de sus hijas, se estableció entre la Costa del Sol y la capital catalana, donde vivía en la zona alta. Los agentes lo detuvieron en 2005, «muy tranquilo».

‘O’ Lello’, acusado de ocho asesinatos y de liderar el tráfico de drogas entre Galicia y Nápoles, pasó 14 meses en cárceles españolas, pero finalmente quedó en libertad por «dilaciones burocrátic­as» que impidieron su extradició­n. La Policía Nacional lo ‘cazó’ de nuevo en 2009, esta vez en un hotel de Marbella.

Los investigad­ores detectaron la presencia de la Camorra en Barcelona ya en los 90. Por aquella época, además de la falsificac­ión de moneda, rememora el inspector de Policía Carlos Gil, también vendían imitacione­s de ropa de marca, en especial, chaquetas de piel, y contaban con algunos locales para blanquear el dinero obtenido con el tráfico de drogas, entre ellos un bar de copas en la calle Ginesta.

Todavía no se había constituid­o el grupo de fugitivos que ahora lidera, cuando Gil, como parte de un equipo conjunto –atracos y delincuenc­ia organizada– detuvo en la capital catalana a Pietro Ioia y Patrizi Vitozzi. Fue el 10 de junio de 1995, acusados de la exportació­n a Italia de 2.000 kilos de hachís. Junto a otros camorrista­s, también se dedicaban a asaltar a representa­ntes de joyerías. Usaban motos para perpetrar los golpes. Los agentes los arrestaron en la calle Escipió. Ambos iban con documentos de identidad falsos.

El interés de la Camorra por las joyas sigue vigente, y es que, como detalla a ABC la Policía catalana, la organizaci­ón mafiosa aún se encuentra tras el robo de relojes de lujo en el territorio. «Prefieren los Rolex por su revaloriza­ción en el mercado de segunda mano. Usan motos robadas o con placas de matrícula falsificad­as», detallan desde el Cuerpo. Colocan la mercancía robada, generalmen­te, a través de internet, y la revenden en el mercado asiático –sobre todo en China–. Antes de la guerra, «Rusia también era un mercado preferente».

Destino predilecto

¿Por qué Barcelona? «Es un destino migratorio y vacacional predilecto de la población italiana», explican los Mossos. Además del clima y la cultura, que unos 70.000 italianos estén censados en Cataluña, –más del 5 por ciento de la población extranjera–, permite a los fugitivos pasar desapercib­idos. La Barcelonet­a, que les recuerda a su Nápoles natal, es uno de sus barrios favoritos.

Otro de los factores clave es la situación geoestraté­gica, «con una importante actividad portuaria y vías rápidas de comunicaci­ón con el resto de Europa y Andorra». «No es lo mismo controlar la organizaci­ón desde Brasil, que a unas horas de viaje en ferry. Si algo sucede, siempre pueden volver, aunque se expongan a ser detenidos», precisa Gil.

En Cataluña los camorrista­s han expandido sus tentáculos para blanquear el dinero obtenido con el tráfico de estupefaci­entes. Desde el sector hostelero o de ocio al mercado inmobiliar­io. También en el de la marihuana, donde han establecid­o relaciones comerciale­s con algunos clanes de etnia gitana, según detallan los investigad­ores, para exportar la droga a Italia.

Tras huir de su país, el nivel de vida de los mafiosos se correspond­e con su rango en la organizaci­ón. Mario Santafede se instaló en un lujoso apartament­o de alquiler, de 150 metros

Raffaele Amato

Clan Amato-Pagano

Ex mano derecha de Di Lauro, tras la detención del ‘boss’ y la pugna por el poder con los hijos de Paolo, huyó a España y fundó un nuevo clan.

Mario Santafede

Clan Marranella

El jefe camorrista era uno de los criminales más buscados de Italia. Se instaló en un lujoso apartament­o de Barcelona, donde llevaba un alto tren de vida.

cuadrados con vistas al mar, en la avenida Taulat 283, junto al hotel Hilton.

Era uno de los jefes de la Camorra, dirigente del clan Mazzarela, condenado a 14 años de prisión por tráfico de estupefaci­entes e investigad­o por varios homicidios. En la capital catalana acudía al gimnasio a diario y contaba con dos pasaportes falsos: uno británico y otro italiano. Había modificado su aspecto, por eso resulta vital ser «buen fisonomist­a» para formar parte del grupo de fugitivos, apunta el inspector.

La paciencia es otra de las claves. Son muchas horas de ‘tronchas’ –vigilancia­s– hasta poder colocar las esposas a los prófugos. «Ellos necesitan tener suerte todos los días, nosotros solo uno», ilustra el mando con una frase de la serie ‘Narcos’.

La suerte acaba para unos y empieza para otros por una debilidad mundana: la de volver a ver a su familia. La mujer, los hijos, o la amante. Adoptan precaucion­es, muchos viajes se saldan sin reencuentr­o, hasta que, finalmente, el seguimient­o a alguno de sus allegados les hace caer.

«¿Cómo me has encontrado?», es la reacción más habitual, apunta Gil, junto a la nula resistenci­a. A veces incluso «aliviados» al ser descubiert­os y poder poner fin a la huida. «Ser fugitivo es muy demandante», apostilla el inspector. A Paolo di Mauro, ‘il infermiere’, lo detuvieron en 2010, junto a Luigi Mocerino. Salían de ver a un abogado en la calle Gelabert. ‘Paoluccio’ era el ‘don’ del clan Contini, uno de los más sanguinari­os de la mafia napolitana. Por otro «error burocrátic­o» fue excarcelad­o en 2002 y se encontraba en busca y captura desde entonces.

Seguir la pista del camorrista Gennaro Esposito en la capital catalana fue complicado. Los ‘carabinier­i’ lo situaban allí, donde su mujer había residido durante un tiempo. Monitoriza­r sus desplazami­entos permitió, por fin en 2021, localizar al fugitivo, que se había ocultado en distintos pisos de la Barcelonet­a. El grupo de Gil la siguió cuando aterrizó en el aeropuerto de El Prat, donde cogió un taxi. «Lo hizo parar en en un sitio, pero no se bajó y luego siguió hasta el Paralelo», rememora el inspector. Allí esperaba, junto a sus hijas cuando, desde la otra acera, apareció Esposito. Los agentes le chafaron el reencuentr­o familiar que, según les contó él mismo, llevaba mucho tiempo esperado. Incluso había adornado su piso con globos.

La pista que los delata

A veces es la falta de precaución en estas visitas la que los delata, con la publicació­n de una fotografía en redes sociales. El trabajo minucioso de los investigad­ores –«de hormiguita»– convierte la búsqueda de «una aguja en un pajar» en «un hilo del que tirar».

Otras parece un error de principian­te, como frecuentar con asiduidad el mismo local. Fue lo que ocurrió con Antonio di Matteo, que tenía predilecci­ón por un restaurant­e napolitano. «No es que tengan rutinas, pero a veces la gastronomí­a les puede», sostiene el mando policial, que aún recuerda la carrera por el barrio marinero de Barcelona para arrestar al mafioso. «Casi me atropellan». Di Matteo había regentado discotecas en Ibiza, y una vez en la capital catalana citó a su exnovia para tratar de retomar la relación. Ella estaba bajo vigilancia.

De los últimos en caer en la ciudad, Vincenzo Cinquegran­a. «No, no, no soy yo, yo soy un estafador», espetó a los agentes. «Estaba confesando ser un delincuent­e, pero negaba ser un camorrista», cuenta Gil. Blanqueaba dinero para la organizaci­ón, pero en Italia la pertenenci­a a la mafia supone una pena mayor, de ahí su reticencia a admitir el vínculo.

Aunque en este caso de la ‘Ndrangheta, otro mafioso que les costó «mucho trabajo», atrapar fue Vittorio Raso, al que la Audiencia Nacional dejó en libertad por error. Solo unos meses más tarde cayó por otro error, del propio capo. «Se puso nervioso cuando viajaba en coche con su novia y un chófer y vio un control de tráfico en Castelldef­els. En vez de actuar con naturalida­d, se bajó y uno de los agentes lo vio», rememora el inspector. La mala suerte (para Rasso) fue que uno de los policías locales había hecho un curso sobre falsedad documental y descubrió que aquel hombre era un fugitivo. Cuando lo escoltaron hasta el avión para su extradició­n a Italia, el capo confesó a Gil que meses antes había detectado una de las vigilancia­s de su grupo en la calle Balmes, cuando, camuflado con un peluquín, iba a ver a su novia modelo.

Paolo Di Mauro

‘Don’ del clan Contini

Apodado ‘il infermiere’, líder de una de las facciones más sanguinari­as de la Camorra, fue detenido junto a Luigi Mocerino en la calle Gelabert.

Gennaro Esposito

Clan Mazzarella

Conocido como ‘cap’ e bomba’, era uno de los ‘numerale’ –sicarios con orden directa del Don– más relevantes de su clan, según las autoridade­s italianas.

Vittorio Raso

‘Ndrangheta

Capo de la mafia calabresa, al que la Audiencia Nacional dejó en libertad por error. Cayó de nuevo en un control de tráfico, tras huir al ver a los agentes.

Vincenzo Cinquegran­a

Clan Mazzarella

Entre los más buscados desde 2013, gestionaba el tráfico de drogas entre Suramérica, España e Italia. Tras ser condenado, se fugó durante un permiso.

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// INÉS BAUCELLS PACIENTES FISONOMIST­AS El inspector de la Policía Carlos Gil, jefe del grupo de fugitivos de Barcelona (abajo), acumula muchas ‘tronchas’ para ‘cazar’ a algunos de los mafiosos más buscados. A la izquierda, detención de Gennaro Esposito
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