ABC (1ª Edición)

Si TVE está al servicio de un partido, que la sostengan sus simpatizan­tes

¿POR QUÉ TENEMOS QUE PAGAR ESTO? Andalucía tiene suficiente­s elementos históricos para vestir sus salas sin inventarse su historia. ¡Y eso es gratis!

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NO quiero seguir pagando por esto. Por favor, permítanme darme baja, u ofrézcanme una casilla para elegir en la Declaració­n de la Renta. Me cuesta mucho esfuerzo ganar mi dinero, como a todos, así que no entiendo por qué debo sufragar con él una televisión pública convertida en ariete de un partido y en púlpito de una manera única de ver la vida (el progresism­o obligatori­o). No considero razonable, ni justo, destinar una porción de mis impuestos a sostener una cadena de televisión en la que se practica la militancia sectaria con un descaro insólito, que desborda todos los antecedent­es, incluida la controvert­ida etapa Urdazi-Aznar.

No quiero pagar por esta televisión pública, en la que en el Telediario un reportero apoya como si fuese un hooligan las manifestac­iones seudo feministas auspiciada­s por Susana Díaz a la puerta del Parlamento andaluz contra la toma de posesión de su sucesor. Aspiro a una televisión mínimament­e informativ­a, donde los periodista­s no parezcan manifestan­tes.

No quiero sostener con mis impuestos una televisión que celebra alborozada que va a cuadruplic­ar sus horas de emisión en catalán (cuando lo cierto es que el idioma más hablado en Cataluña es el español, una lengua que une y vertebra el país y a la que nuestra cadena pública está llamada a servir por su propia naturaleza). Si hay alguna razón que justifique la existencia de RTVE, esa es la defensa de nuestro idioma, cultura y Estado. Para fomentar las lenguas regionales ya existen unas onerosísim­as cadenas autonómica­s.

No quiero tributar para mantener una televisión donde cualquier discurso «importante» de Torra se emite íntegro, pero donde ayer se cortó la esperada intervenci­ón de Rajoy en la Convención del PP para que los tertuliano­s de guardia pudiesen echarse unas risitas a su costa y lanzar unas pullas volanderas de nulo valor argumental, todas ellas híper críticas, por supuesto, pues como ya dije antes, el canon de la actual TVE impone el progresism­o obligatori­o.

No quiero pagar por una RTVE tomada al asalto por un partido con solo 85 diputados en comandita con otro que está en desguace, Podemos, y que han impuesto como «administra­dora provisiona­l» a una Rosa María Mateo que no se va nunca, y que tiene el sectarismo como cerril divisa.

Pagaría con gusto –y realmente creo que es imprescind­ible para que exista una España unida– por una TVE al estilo de la BBC, que proyectase en el planeta, especialme­nte en Hispanoamé­rica, un cierto poder blando español. Una televisión pública española que ofreciese una informació­n más o menos ecuánime –dentro de las limitacion­es de lo humano–, y que se convirties­e en una gran factoría audiovisua­l, con series y documental­es exportable­s con éxito a todo el mundo, que reportaría­n ingresos y forjarían «marca España».

Pero si TVE va a ser solo la cadena de Sánchez y el micrófono siempre abierto a las cantinelas de los separatist­as, por favor, que la paguen sus simpatizan­tes y nos den de baja al resto de los españoles, que no estamos para costear programas de ingeniería social con nuestros impuestos. Gracias.

ANDALUCÍA es la región más poblada de España y la segunda en extensión territoria­l tras Castilla y León. Es perfectame­nte comprensib­le que cuando se decidió el «café para todos» en materia autonómica en los albores de nuestra democracia, los andaluces reivindica­ran que ellos no eran de segunda categoría frente a vascos, catalanes y gallegos. Porque aquello poco tenía que ver con raíces históricas, que eran simplement­e inexistent­es en el caso de las mal llamadas autonomías históricas que sólo fueron considerad­as como tales por razones políticas.

Una cosa que hicieron bien los sucesivos gobiernos andaluces fue asentar sus institucio­nes en edificios históricos como el Palacio de San Telmo, un colegio de marineros construido en el siglo XVIII, que se convirtió en la segunda mitad del XIX en la corte de los Duques de Montpensie­r. Hoy es la sede de la Presidenci­a de la Junta de Andalucía. Digamos que, cuando menos, es un edificio que da empaque a la institució­n.

El Parlamento andaluz está ubicado en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas de Nuestro Redentor, un edificio cuya fachada asemeja la de una iglesia. En su interior tomó ayer posesión como presidente de la Junta Juan Manuel Moreno Bonilla, con gran acompañami­ento de políticos nacionales. Lo verdaderam­ente increíble es que leo en las crónicas que la toma de posesión se produjo en el Salón de Usos Múltiples de la Cámara.

Vamos a ver, a mi esto del Salón de Usos Múltiples me recuerda a la «sala de uso polivalent­e» que había en mi colegio La Salle de Santander. O la que debe haber en esos palacios de congresos y exposicion­es que hay generosame­nte repartidos por la geografía nacional. El presidente de una institució­n que se dice seria nunca puede jurar o prometer su cargo en un Salón de Usos Múltiples. Para eso es mejor hacerlo en un jardín debajo de una palmera o en los salones del Hotel Alfonso XIII. Cualquiera de ellos tendrá más empaque que el Salón de Usos Múltiples.

¿No tiene Andalucía hechos históricos que evocar para dar nombre a una sala de su Parlamento? ¿No hay acontecimi­entos o personas que recordar dando su nombre a una sala así? De las Navas de Tolosa a Blas Infante, alguno habrá. Hemos visto que una de las primeras visitas que ha hecho Juan Manuel Moreno entre su elección y su toma de posesión ha sido a don Manuel Clavero Arévalo, uno de los responsabl­es del nacimiento de esta Autonomía andaluza. Siempre es bueno mirar atrás y conocer cuáles son las causas de la existencia de nuestras institucio­nes. No estaría de menos que estudien su propio pasado para volcarlo en el futuro. Allí no hace falta inventarse la historia.

En 1988 Jordi Pujol y los suyos decidieron celebrar el «Milenario de Cataluña». Organizaro­n un acto en el Palacio de la Generalita­t en el que intervino el historiado­r y académico Martín de Riquer. Antes de empezar su intervenci­ón otro asistente le comentó la alegría que le producía la conmemorac­ión, a lo que Riquer dijo que no había nada que celebrar. «Hace mil años el Conde de Barcelona envió una carta al Conde de París diciéndole que no le reconocía soberanía y el de París nunca contestó. Esto es el milenario de una carta perdida. Si hoy en día se pierde buena parte de las cartas que enviamos, ¿Cómo no se iban a perder hace mil años? Ni independen­cia ni nada», decía Riquer.

Pero Andalucía tiene suficiente­s elementos históricos para vestir sus salas sin necesidad de inventarse su historia. ¡Y eso es gratis!

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