ABC (1ª Edición)

El azote de Pablo Ibar: un fiscal implacable que cita a Elvis y Dylan

∑ Chuck Morton, que ya estaba retirado, volvió a trabajar para acusar de nuevo al español

- J. P. QUIÑONERO JAVIER ANSORENA

Alexandre Benalla, ex «gorila» y ex «consejero de seguridad» de Emmanuel Macron, ha sido inculpado por nuevos delitos o presuntos delitos: «Uso de títulos administra­tivos no autorizado­s», «producción y uso de documentos falsos». La instrucció­n de tales sospechas judiciales corre el riesgo de sacar suciedades ocultas en el Elíseo, el palacio presidenci­al.

La historia folletines­ca comenzó cuando Benalla fue acusado de dar una o varias palizas callejeras a manifestan­tes anti Macron, el 1 de mayo pasado, usando y abusando de sus credencial­es de consejero personal del presidente. El caso tiene muchos flecos oscuros.

Siguió un largo rosario de «morcillas» folletines­cas, que han culminado con la detención provisiona­l e inculpació­n de Benalla, del posible delito de haber usado y quizá «fabricado» pasaportes diplomátic­os con documentos falsos, que habría utilizado desde que fue expulsado de la guardia pretoriana presidenci­al.

Inculpado, oficialmen­te, tras dos días de detención provisiona­l, el ex «gorila» podrá ser encarcelad­o o quedar en libertad provisiona­l inculpado de nuevos delitos, cometidos o presuntame­nte cometidos a la sombra de los servicios de seguridad de Macron y su esposa, con quienes Benalla llegó a tener gran intimidad.

En su día se descubrió que Benalla había podido realizar una veintena de negocios personales, utilizando varios pasaportes diplomátic­os.

Benalla respondió revelando que había seguido «dialogando» telefónica­mente con Macron, tras su expulsión de los servicios de seguridad del presidente de la República, que respondió de manera muy seca: confirmand­o los diálogo personales, pero subrayando que se trataba de diálogo muy «secos».

La instrucció­n del primer escándalo Benalla –dar palizas callejeras a manifestan­tes, «cubierto» con su tarjeta profesiona­l de consejero del presidente– sigue su proceloso curso, con declaracio­nes y contra declaracio­nes del acusado y la guardia pretoriana presidenci­al. Se sospechan «disfuncion­es» entre los diversos servicios de seguridad del Estado.

La detención provisiona­l e inculpació­n por delitos de cierta gravedad, abre un nuevo «frente» potencialm­ente escandalos­o. Benalla pudo fabricar pasaportes diplomátic­os utilizando documentos falsos, «fabricados» en los despachos más secretos del Elíseo. Detalle que da una vaga idea de las procelosas historias que pueden suceder en la residencia oficial del jefe del Estado. Chuck Morton está más en la edad de disfrutar de una jubilación dorada al sol de Florida que en la de repasar documentos, contrastar pruebas y preparar argumentos a la luz de un flexo. Jubilado en 2013, el fiscal que dirige la acusación contra Pablo Ibar ha dejado los palos de golf y el cóctel de media tarde para devolver al español al corredor de la muerte.

Morton es, en el relato de quienes defienden la inocencia de Ibar, uno de los villanos del caso. Decidió desempolva­r el traje de fiscal después de que en 2016 el Tribunal Supremo de Florida declarara nulo el juicio de 2000 que condenó a Ibar a muerte e impusiera un nuevo juicio. Es imposible no pensar que hay en ello un componente de ego: él dirigió la acusación de ese juicio, anulado por irregulari­dades procesales obvias.

Si Morton es uno de los malos de esta película, al menos no lo aparenta. Tiene una presencia venerable y patricia. Es, además, una figura totémica en el sistema judicial de Florida. En 1976 se convirtió en el primer fiscal negro del condado de Broward.

Quizá la absolución de Ibar, que siempre ha negado que fuera el autor de un triple asesinato, es una mancha con la que Morton no quiere cerrar su historial. No hay duda de que ha puesto toda la carne en el asador en este juicio.

El alegato final

Morton desplegó todo su poderío en las conclusion­es finales. Cuando llegó su turno, se elevó con dificultad y caminó al estrado con pasos entumecido­s. Quizá era un truco de actor. Su alegato fue «in crescendo», elevando el tono de voz, moviéndose con ligereza por la sala. Bromeaba sobre el acento británico de un perito presentado por la defensa. Condiciona­ba al jurado al decirles que no se dejasen influir por la gran presencia de prensa.

Citaba a Elvis Presley: «La verdad es como el sol. Puedes taparlo un rato, pero no se va a ir», mientras mostraba una foto de Ibar al lado de otra de la prueba en la que más incidió en su alegato: el vídeo del crimen en el domicilio de una de las víctimas, grabado por una cámara de seguridad. En una imagen borrosa, se ve el rostro Pablo Ibar, en la sesión del jueves en el tribunal, en Fort Lauderdale de uno de los dos asesinos, que guarda parecido con el de Ibar (siempre ha mantenido que ese noche estaba en casa de su actual mujer).

Tras el turno de la defensa, en su réplica, Morton acabó por desplegar sus alas como un pavo real. Reprodujo el vídeo una y otra vez, apuntando con su dedo la cara de Ibar y repitiendo su nombre. «Pablo Ibar», «Pablo Ibar», «Pablo Ibar», blandiendo otras veces las dos imágenes juntas.

«¡No dejen libre al asesino!»

De Elvis fue a Bob Dylan: «No se necesita al hombre del tiempo para saber hacia dónde va el viento», dijo recordando un verso de «Subterrane­an Homesick Blues» para enterrar los testimonio­s de expertos en reconocimi­ento facial y ADN traídos por los abogados de la defensa.

La traca final fue la última frase. Clavado delante del jurado, señalando en escorzo a Ibar, que estaba a su espalda, les imploró: «¡No dejen libre a este asesino!». Protestó la defensa, en vano.

Fue lo último que escuchó el jurado antes de marcharse a deliberar. Morton salió de la sala como siempre, con paso lento, arrastrand­o con dificultad un carrito con su cartera y pilas de documentos, con la mirada impasible.

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EFE
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El fiscal Chuck Morton
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