«Los niños de países pobres también ayudan a las misiones»
–sobre todo rosarios misioneros– y los venden. Pero también ellos renuncian a algo. Por ejemplo, si durante un encuentro les dan dulces, luego se pone una bolsa para que den alguna de esas chucherías para otros niños.
Además de compartir, ¿cómo evangelizan?
Primero, en casa: por ejemplo, les dicen a los padres que hay que bendecir la mesa antes de comer. Luego, perdonando y respetando, algo difícil en países en guerra. En sitios donde los cristianos son minoría, las actividades de Infancia Misionera atraen también a niños de otras religiones. Así, todos aprenden desde pequeños a convivir con quienes son diferentes. Y llevan este mensaje a sus familias.
Eres la responsable de Infancia Misionera a nivel mundial. ¿Qué prioridades tienes ahora mismo?
El Papa ha convocado un mes misionero extraordinario para octubre de 2019. Con este motivo, estamos trabajando con el resto de Obras Misionales Pontificias para que la gente dé más importancia a la misión ad gentes; es decir, a anunciar a Jesús a las muchísimas personas que todavía no lo conocen.
¿La gente se ha olvidado de ser misionera?
Tenemos que dar más valor a lo importante que es nuestra fe y transmitirla a los demás. Pensad en san Francisco Javier: su preocupación era ir a China, Japón o la India para que la gente conociera a Jesús y se salvara. Pero hoy somos individualistas y no pensamos en la salvación del otro.
¿Por qué es importante aprender de niños a ser misioneros?
Porque si lo aprenden ahora, de mayores estarán acostumbrados a hacerlo. Se dice que los niños son el futuro de la Iglesia. Pero yo creo que son su presente. Cuando un chico tiene una buena relación con Jesús, le sale de forma natural hacer cosas por los demás. Y da testimonio sin hablar, con su estilo de vida: no preocupándose tanto por tener cosas, poniendo paz cuando dos compañeros se pelean…