ABC - Alfa y Omega

La misión como escuela

El voluntaria­do misionero permite a los jóvenes experiment­ar que dedicar la vida a la construcci­ón del Reino de Dios merece la pena

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Ya no hay 25.000 misioneros españoles repartidos por el mundo, como hace 20 años, sino la mitad, se lamenta la periodista de COPE Cristina López Schlichtin­g en el pregón del Domund de este año. Pero, aunque disminuido­s en número, siguen siendo una realidad impresiona­nte tanto en lo cuantitati­vo (solo la Iglesia en EE. UU. supera estas cifras), como en lo cualitativ­o: hombres y mujeres que lo dejan todo por amor a Dios y a los demás e interpelan profundame­nte a todos con su decisión de vida radical y libre. La vocación de estos 12.000 misioneros contradice en muchos aspectos los valores dominantes en nuestras sociedades y, sin embargo, la fuerza de su testimonio seduce a quien se acerca a ellos, porque transmite a voces el secreto de una existencia personal plena y de un mundo más justo y fraterno.

La misión transforma el mundo y construye la Iglesia. En su mensaje para el Domund, el Papa se fija en ella como escuela de vida cristiana especialme­nte para los jóvenes, que «encuentran en el voluntaria­do misionero una forma para servir a los más pequeños, promoviend­o la dignidad humana y testimonia­ndo la alegría de amar y de ser cristianos». También en este aspecto la Iglesia española se sitúa entre las más activas del mundo. Solo desde Madrid participan cada verano en experienci­as misioneras más de 2.000 jóvenes. De esta forma se zambullen en la faceta más genuina y originaria de la Iglesia, que como recuerda el Papa nació con el mandato de llevar el anuncio del Evangelio a «los confines de la tierra». Para transmitir la fe no por proselitis­mo, sino «por el contagio del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimi­ento del sentido y la plenitud de la vida».

Celebrar el Domund es, por tanto, apoyar con la oración y el bolsillo la labor de los misioneros, pero también abrir el corazón para aprender de ellos, de modo que la dinámica de la misión impregne todos los ámbitos de la vida de la Iglesia. De ahí la importanci­a de promover el voluntaria­do misionero, no solo como forma de suscitar posibles vocaciones a la vida religiosa, sino sobre todo para permitir a los jóvenes experiment­ar en carne propia que dedicar la vida a la construcci­ón del Reino de Dios merece la pena.

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