TRUMP, UN AÑO DE SOBRESALTOS
La forma populista y descontrolada de Trump de gestionar los problemas internos de Estados Unidos está ahondando la división política
EN su primer año de mandato, Donald Trump no ha defraudado al núcleo duro de sus votantes, que siguen manteniendo su apoyo a una figura populista y extravagante, pero no carente de ideas sobre la huella que debe dejar su paso por la Casa Blanca. Trump no es sólo el político atacado y ridiculizado por la oposición demócrata y no verlo así sólo contribuye a desdibujar la realidad de este personaje inefable. Las escabrosas revelaciones sobre su vida privada, las continuas sospechas sobre sus conexiones rusas y la demencial organización de su equipo, al menos en este primer año, han ido paralelas a los permanentes sobresaltos por sus ocurrencias en las redes sociales, nada distintas de aquellas con las que jalonó su campaña electoral. Pero el foco que persigue a Donald Trump debería situarse en su predecesor, Barack Obama, porque sólo un país muy dividido y enconado, como el que dejó el sobrevalorado presidente demócrata, es capaz de generar a un político como el actual inquilino de la Casa Blanca. La arrogancia de los demócratas –y de sus poderes fácticos, como el deslegitimado Hollwwood– se topó con la cruda sinceridad de un exitoso empresario reconvertido en paladín de las clases medias y bajas blancas.
Quienes esperan que sea fulminado por un «impeachment» –acusación parlamentaria contra el presidente de los Estados Unidos– o que los ciudadanos estadounidenses lo saquen de la presidencia a empujones no ven que, tras el ruido diario que provoca desde Twitter, Trump va colocando piezas clave de su agenda política. Ha conseguido aprobar una reforma fiscal tan histórica como arriesgada, ha removido las aguas estancadas del problema palestino con el traslado de la sede de su país a Jerusalén y ha puesto a Corea del Norte en una mesa de diálogo con Corea del Sur. También ha sacudido la cicatería presupuestaria de los socios europeos de la OTAN y, en general, ha sido coherente con su propósito de sacar a su país de políticas comerciales y diplomáticas ancladas en un liderazgo excesivamente costoso.
Nada de esto resulta neutral. La forma populista y descontrolada de Trump de gestionar los problemas internos de EE.UU. está ahondando la división política. Las iniciativas de construir el muro en la frontera con México o despojar a los «dreamers» de la cobertura que se les había concedido enardecen los ánimos más nacionalistas de su electorado, sin la contrapartida de políticas integradoras. Su fracaso para revocar el seguro sanitario de Obama es un brecha de confianza con la cúpula del Partido Republicano. Las dificultades de Trump para conciliar acuerdos políticos se han plasmado en el cierre financiero de la Administración federal por falta de acuerdo con los demócratas sobre los presupuestos. Sin embargo, la debilidad del Partido Demócrata, mermado por el legado del tándem Obama-Clinton, seguirá siendo otra baza de un Trump que parece indemne a sí mismo.