DE TONTOS Y DE TONTÁS
SIEMPRE los primeros en apretar la tuerca, hace nada menos que doce años que la Real Academia Española ya le pegó el primer revolcón a nuestra competente administración. Corría 2006 cuando el departamento de Español al Día de la institución sugirió amablemente y con palabras muy educadas al Parlamento andaluz la estupidez que constituía desdoblar permanentemente el lenguaje en la redacción del nuevo estatuto de la comunidad. Ya saben: ciudadanos y ciudadanas y todo eso.
Como es lógico, ante la recomendación de esos viejos carcas aquí nuestros próceres se fumaron un puro. Que aunque como imagen resulta plutócrata y machista, bien saboreado y en la intimidad le puede dar a uno (o a una) mucho gustito. Así, en el texto final que terminaron refrendando a mansalva los votantes y las votantas (poco más del 36% del censo) aparece hasta en una treintena de ocasiones, repetidas a veces hasta en el mismo párrafo, la reiteración obligada de «andaluces y andaluzas». Algún masculino genérico, es cierto, se escapó. Pero claro. Es que somos de aquí. O acá.
Aquello eran los albores. Desde entonces, la fascinación de quienes nos gobiernan por el dominio del denominado lenguaje no sexista no ha hecho sino aumentar. Progresismo es esto, se decidió en un momento dado. Pues a ello. El último episodio conocido en torno a la censura por parte de la Junta de una campaña de Facua por el pecado de usar el término «usuario» en lugar de «personas usuarias» demuestra el retorcimiento al que puede llegarse. Resulta absolutamente indignante que se gaste un solo euro de nuestros impuestos en un esfuerzo así. Sobre todo porque a la misma hora en que eso sucede resulta que hay «personas usuarias» de los hospitales andaluces que, bien redactados los partes, mueren en las urgencias sin que nadie se dé cuenta. Comprobar en qué estupideces ponen el foco nuestros administradores da para montar un pollo. Y ustedes me perdonarán que, al menos aquí, no decline. Aunque me multen.