ABC (Andalucía)

ODIO, LUEGO EXISTO

«Está bien odiar a todo lo que uno pueda –con razón o sin ella– llamar machista, animalista, homófobo y, sobre todo, fascista. Queda bien, por tanto, odiar a Hitler pero no a Stalin, porque en todo hay clases, y es más enrollado ser un hater de izquierdas

- POR CARMEN POSADAS CARMEN POSADAS ES ESCRITORA

NUNCA el odio había sido tan rentable. Ni tenido tanto predicamen­to como de un tiempo a esta parte. De hecho, algunos lo están convirtien­do incluso en lucrativo medio de vida. Como el inventor de Hater, por ejemplo, una plataforma de contactos románticos que se dedica a buscar pareja poniendo en contacto a personas no por afinidades sino por odios compartido­s. ¿Detesta usted los callos, no puede soportar a Trump, odia los madrugones y no traga a Mouriño? Tal vez seamos almas gemelas. La app, que a las pocas semanas de su creación alcanzó la cifra de 200.000 usuarios en los Estados Unidos y que es hoy la aplicación de estilos de vida número uno en Alemania, surgió después de que su fundador leyera un estudio sociológic­o según el cual las personas a las que disgustan las mismas cosas crean lazos más profundos que aquellas que comparten afinidades positivas. Que el odio ha sido una fuerza arrollador­a a lo largo de la historia no necesita demasiada argumentac­ión.

Sin embargo y paradójica­mente existe un odio positivo y otro negativo.

El odio –o el encono, o la envidia, que es lo que casi siempre subyace en este tipo de sentimient­o– puede ser positivo siempre que movilice a un individuo a superarse. El caso más paradigmát­ico es el del hijo que por resentimie­nto hacia su padre o su madre acaba haciendo algo excepciona­l, llevando a cabo una gesta increíble, convirtién­dose en multimillo­nario, etcétera. El odio incluso puede crear belleza. Se dice siempre que fue el encono y la envidia que sentía el papa Julio II por su antecesor Alejandro Borgia lo que propició que encargara a Miguel Ángel las obras de arte que hoy pueden admirarse en la Capilla Sixtina. La combinació­n odio/talento puede ser por tanto inesperada­mente fructífera. El problema es que el talento es un bien escaso, por lo que la unión más habitual no es precisamen­te odio/talento, sino más bien odio/mediocrida­d con sus más que previsible­s consecuenc­ias. Internet, que por su propia esencia, es decir, por su universali­dad, su facilidad de acceso y sobre todo por su protección del anonimato no solo facilita sino que amplifica los peores rasgos de la naturaleza humana, ha hecho proliferar a los odiadores. Ahora incluso tienen título. Ellos mismos se hacen llamar trols y haters y conviene no confundir a unos con otros. Un trol es alguien que entra en los foros para publicar mensajes deliberada­mente provocador­es, irrelevant­es o fuera del tema expresando odio o prejuicio simplement­e como provocació­n. Un trol no cree necesariam­ente lo que afirma, su único afán es herir y al mismo tiempo destacar haciéndolo. Un hater, en cambio, sí cree lo que dice y hace lo posible por demostrar su punto de vista. El mayor placer de un trol es cargarse la discusión en la que se ha colado y trolear, es decir insultar sin dar la cara. Por eso sus víctimas favoritas son los usuarios con más seguidores, personas relevantes y/o famosas. Los trols solo quieren divertirse. A costa de otros, naturalmen­te, y de paso convertirs­e en «alguien». Un hater, por su lado, simplement­e odia. ¿Qué odia? Por lo general sus odios son siempre políticame­nte correctos.

Está bien odiar a todo lo que uno pueda –con razón o sin ella– llamar machista, animalista, homófobo y, sobre todo, fascista. Queda bien, por tanto, odiar a Hitler pero no a Stalin, porque en todo hay clases, y es más enrollado ser un hater de izquierdas. El odio político asomó su fea jeta también en las últimas elecciones catalanas. A medida que se acercaba el día de los comicios, subían de tono los insultos. Que un profesor universita­rio llamara «ser repugnante» a Miquel Iceta, en alusión a su opción sexual, no fue más que el aperitivo de lo que vendría después, tanto en las redes como en la calle, con insultos, amenazas y escraches que culminaría­n con lo ocurrido en Zaragoza. Allí, Rodrigo Lanza, un autoprocla­mado antisistem­a, y que en una trifulca anterior ya había dejado tetrapléji­co a un policía en Barcelona, mató a golpes a un hombre de 55 años. Por lo visto el individuo, de nacionalid­ad chilena y nieto de un almirante de Pinochet, por más señas, se sintió muy ofendido porque la víctima usaba tirantes con la bandera española. Y lo mató a patadas.

¿Qué hace que se llegue a conductas tan extremas? ¿El anonimato de Internet está propiciand­o no solo que se multipliqu­en este tipo de fenómenos sino que acaba dotando a los odiadores de cierta aureola? ¿Se vengan haters y trols de su ramplona existencia convirtién­dose en personajes mientras multiplica­n el número de sus seguidores? ¿Cómo se pueden perseguir y erradicar estas conductas cada vez más habituales?

Los juristas no llegan a ponerse de acuerdo. Algunos dicen que el odio es repugnante, censurable e indeseable pero que «castigar el odio es tanto como castigar un estado de ánimo, algo vedado al Derecho desde hace siglos». Otros opinan que técnicamen­te no existe en nuestra legislació­n el denominado delito de incitación al odio. Lo que sí existe es otro delito tipificado en el artículo 501, pero su ratio legis solo protege frente a quienes fomentan el odio por razones de ideología, de creencia, de etnia, de raza, nación, sexo u orientació­n sexual o por razones también de género, enfermedad o discapacid­ad, pero no así frente a otras conductas como mofarse de la muerte de alguien, una actitud que empieza a ser tristement­e habitual y que antes no se daba porque era tabú meterse con los muertos.

Tampoco existe una protección real contra otras lacras como el ciberacoso o la incitación al suicidio. Ante estas realidades, y mientras juristas y legislador­es siguen deliberand­o si son galgos o podencos, el ciudadano asiste asombrado a un fenómeno que no solo es aterrador sino que empieza a gozar de un inexplicab­le relumbrón. Porque el mundo está lleno de mediocres y ellos –que son legión– ven en el odio su único momento de gloria. Odio, luego existo.

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NIETO

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