ABC (Andalucía)

EL ENÉSIMO CHANTAJE DE PUIGDEMONT

Al prófugo se le estrecha el cerco y es consciente de ello. Por eso, su última sandez es exigir al Estado que se humille porque goza de una mayoría parlamenta­ria suficiente para ser investido

-

UN día más, Carles Puigdemont hizo ayer todo lo posible por monopoliza­r la atención política, dificultar aún más cualquier salida para el futuro de Cataluña, y enrarecer el ambiente previo a una investidur­a. Su grupo retiró ayer la petición a la Mesa del Parlament para que Puigdemont fuese autorizado a delegar su voto en su hipotética investidur­a, de modo que por ahora se impide la impugnació­n de ese acto y, de momento, el fraude de una investidur­a ilegal y a distancia. El resultado de esta nueva pirueta es un nuevo retraso en cualquier trámite lógico tendente a que Cataluña pueda normalizar­se. Por tanto, continuará el espectácul­o esperpénti­co que cada día, y a cualquier hora, ofrece Puigdemont. La gran novedad de esta novela por entregas hasta que se pueda producir su inevitable encarcelam­iento es su ofrecimien­to de regresar a España para gobernar, siempre y cuando no haya «riesgo» de que sea condenado. Ya no cabe mayor cinismo en Puigdemont. No es admisible pedir ahora «diálogo» al Gobierno de Mariano Rajoy después de haber delinquido, y haber despreciad­o con un chantaje al Estado ese mismo diálogo cuando se le ofreció en los límites de la ley. La fuga de Puigdemont no es ningún «conflicto político». Eso es una falsedad. Fue el destituido presidente de la Generalita­t quien traspasó la barrera del «conflicto político» convirtién­dolo sencillame­nte en un «conflicto penal» por el que debe responder. Incurrir en la trampa de un blanqueami­ento de su imagen en busca de inmunidad para regresar a España es un lujo que el Estado de Derecho no puede permitirse.

A Puigdemont se le estrecha el cerco y es consciente de ello. Por eso, su última sandez es exigir al Estado que se humille porque goza de una mayoría parlamenta­ria suficiente para ser investido, como si eso fuese un salvocondu­cto para violar la legalidad sin consecuenc­ias. La perversión de las palabras en Puigdemont es tan detestable como su desprecio por la legalidad. Es él quien delira, y no el magistrado Pablo Llarena, que cumple con su obligación de intentar que llegue a ser juzgado por todos los delitos cometidos, y no solo por los que decidan el fugado o un juez belga o danés. Puigdemont es plenamente consciente de que el Estado no puede negociar la indignidad de su retorno absolviénd­ole de su ejecutoria golpista. Ayer se lo recordó Rajoy. Su pretensión es debilitar al Estado y generar dudas en una parte de la opinión pública sobre su falso derecho a formar gobierno desde Bruselas o desde Barcelona, borrando todas las acusacione­s como si nada hubiese ocurrido. Hoy, el viaje a Bruselas del presidente del Parlament, Roger Torrent, es una ofensa al sentido común porque si algo han de hacer JpC y ERC es buscar un candidato limpio de antecedent­es, sin un pronóstico penal adverso y respetuoso con la ley. Y Puigdemont no encaja en nada.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain